Los ángeles, en su eterna y sombría misión, habían comenzado nuevamente su cacería, esa cacería sin causa ni justificación, en la que se encargan de perseguir a aquellos que llaman "malos", sin importar si se trata de niños inocentes o adolescentes perdidos en sus propios conflictos. Su mirada implacable no distingue, ni perdona, solo juzga con frialdad divina.

Nada, absolutamente nada, podría irritar más profundamente a Knight que verse arrastrado a esta fatídica danza de justicia cegada. No era el oro, ni los favores que podría recibir en un futuro distante. Lo que le inquietaba, lo que realmente lo atormentaba, era una pregunta, una constante sombra en su mente: *¿cuánto tiempo más podría soportar su frágil avatar humano?*

La delicadeza de su forma mortal, esa máscara débil y perecedera que se había impuesto como un disfraz para transitar entre los vivos, era cada vez más difícil de sostener. Sabía que en cualquier momento, en el silencio más profundo, podría liberarse la monstruosidad que latía en su interior. Porque, al fin y al cabo, no hay nada más incierto ni más terrible que lo que yace en la oscuridad de una idea. Nadie conoce, en su totalidad, la verdadera faz de un pensamiento, su poder, su forma monstruosa, capaz de arrasar con toda la esencia de un ser, revelándose solo en la más abismal de las profundidades.

El monstruo estaba allí, esperando, como una sombra eterna que nunca se apaga, como una bestia que solo existe para devorar las almas de aquellos que intentan entenderla.
Los ángeles, en su eterna y sombría misión, habían comenzado nuevamente su cacería, esa cacería sin causa ni justificación, en la que se encargan de perseguir a aquellos que llaman "malos", sin importar si se trata de niños inocentes o adolescentes perdidos en sus propios conflictos. Su mirada implacable no distingue, ni perdona, solo juzga con frialdad divina. Nada, absolutamente nada, podría irritar más profundamente a Knight que verse arrastrado a esta fatídica danza de justicia cegada. No era el oro, ni los favores que podría recibir en un futuro distante. Lo que le inquietaba, lo que realmente lo atormentaba, era una pregunta, una constante sombra en su mente: *¿cuánto tiempo más podría soportar su frágil avatar humano?* La delicadeza de su forma mortal, esa máscara débil y perecedera que se había impuesto como un disfraz para transitar entre los vivos, era cada vez más difícil de sostener. Sabía que en cualquier momento, en el silencio más profundo, podría liberarse la monstruosidad que latía en su interior. Porque, al fin y al cabo, no hay nada más incierto ni más terrible que lo que yace en la oscuridad de una idea. Nadie conoce, en su totalidad, la verdadera faz de un pensamiento, su poder, su forma monstruosa, capaz de arrasar con toda la esencia de un ser, revelándose solo en la más abismal de las profundidades. El monstruo estaba allí, esperando, como una sombra eterna que nunca se apaga, como una bestia que solo existe para devorar las almas de aquellos que intentan entenderla.
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