Heinrich descansa.
En la vastedad de nuestra mente compartida, él yace en un espacio tranquilo, como si el mundo y sus pesares no pudieran alcanzarlo. Un lugar que yo creé para él. Un lienzo blanco donde solo existe serenidad, donde no hay tormentas ni voces que lo atormenten.
Rosas rojas flotan a su alrededor, sus pétalos suaves como suspiros acarician el aire. Una melodía apenas perceptible lo envuelve, dulce y constante, como una cuna que lo acoge. Está en paz, algo que no le he visto tener en tanto tiempo. Sus manos reposan sobre su pecho, su expresión es serena, casi como si todo lo que lo atormentó fuera un mal sueño que al fin se desvaneció.
Es curioso verlo así, tan vulnerable, tan humano. Yo no soy como él, no siento las cosas de la misma forma, pero no puedo evitar admirarlo. A pesar de su fragilidad, Heinrich tiene una fuerza que siempre me ha fascinado, aunque él no lo vea.
En la vastedad de nuestra mente compartida, él yace en un espacio tranquilo, como si el mundo y sus pesares no pudieran alcanzarlo. Un lugar que yo creé para él. Un lienzo blanco donde solo existe serenidad, donde no hay tormentas ni voces que lo atormenten.
Rosas rojas flotan a su alrededor, sus pétalos suaves como suspiros acarician el aire. Una melodía apenas perceptible lo envuelve, dulce y constante, como una cuna que lo acoge. Está en paz, algo que no le he visto tener en tanto tiempo. Sus manos reposan sobre su pecho, su expresión es serena, casi como si todo lo que lo atormentó fuera un mal sueño que al fin se desvaneció.
Es curioso verlo así, tan vulnerable, tan humano. Yo no soy como él, no siento las cosas de la misma forma, pero no puedo evitar admirarlo. A pesar de su fragilidad, Heinrich tiene una fuerza que siempre me ha fascinado, aunque él no lo vea.
Heinrich descansa.
En la vastedad de nuestra mente compartida, él yace en un espacio tranquilo, como si el mundo y sus pesares no pudieran alcanzarlo. Un lugar que yo creé para él. Un lienzo blanco donde solo existe serenidad, donde no hay tormentas ni voces que lo atormenten.
Rosas rojas flotan a su alrededor, sus pétalos suaves como suspiros acarician el aire. Una melodía apenas perceptible lo envuelve, dulce y constante, como una cuna que lo acoge. Está en paz, algo que no le he visto tener en tanto tiempo. Sus manos reposan sobre su pecho, su expresión es serena, casi como si todo lo que lo atormentó fuera un mal sueño que al fin se desvaneció.
Es curioso verlo así, tan vulnerable, tan humano. Yo no soy como él, no siento las cosas de la misma forma, pero no puedo evitar admirarlo. A pesar de su fragilidad, Heinrich tiene una fuerza que siempre me ha fascinado, aunque él no lo vea.