—Así que... Eres chino.

—¿Eso te sorprende?

—No. Lo que me sorprende es que alguien viva aquí...

Mi excursión por los fríos, húmedos y misteriosamente iluminados túneles fue interrumpida por el abrupto encuentro con Liú Tiānxiāng. No alcancé a avanzar más de veinte metros y nos cruzamos en una esquina.

La verdad es que me cagué entero en cuanto lo vi, pero estoy seguro de que cualquiera lo habría hecho; una imponente estatura, encima musculoso; mirada penetrante, acompañada de un intenso color rojizo.

Él salió de la absoluta nada, sin hacer el más mínimo ruido, y se asomó; me miró directamente, como si supiera que yo ya estaba ahí.

Llevamos un par de minutos caminando, minutos en los que apenas se intercambiaban palabras. Él no parece del tipo hablador, mientras que yo estoy demasiado concentrado en imaginar las mil y un posibles razones por las que estoy caminando en una cueva junto a un chino de espeluznante mirada y abundante cabello blanco.

Liú Tiānxiāng. Solo dijo su nombre y me pidió que lo siguiera. Yo deduje que era chino, pero realmente no estaba seguro.

—¿Dónde estamos? —Al fin me atreví a cuestionar, aunque por dentro estoy seguro de que no querrá decirme e inventará algo para distraerme.

—En ningún lugar que conozcas. — Respondió, con una inquietante monotonía.

—... ¿Duh?

—Gracioso, ¿Así evades el estrés?

Sonó como la respuesta que daría alguien impaciente, pero él se mantuvo tan sereno e inmutable. Carajo, eso da miedo.

—¿Puedes explicarlo? Siento que me está guiando un pederasta. Ví una piedra por ahí, no voy a dudar en usarla.

Intenté jugar con su paciencia. Lo sé, suena estúpido pero estoy desesperado y molestar a la gente se me da bien. En el mejor de los casos podría hasta decirme donde vive, eso sí no llega a dejarme inconsciente de un golpe.

—Kafka, tú ya no estás en la tierra. Esto es algo que podrías considerar como el punto medio entre lo real y lo mágico.

—... Nunca te dije mi nombre...

De por sí soy pálido, pero escucharlo decir mi nombre con tanta calma hizo que me pusiera transparente.

Frené en seco, mejor dicho; mis piernas se congelaron abruptamente, me impidieron seguir caminando.
Lo miré aturdido, a ese hombre que ahora me mira de reojo. Su rostro permanece inexpresivo, inmutable, con una serenidad inquebrantable.

El latido de mi corazón llegó hasta mis oídos, se estaba sacudiendo con tanta fuerza que parecía querer abrirme el pecho. Mientras, de fondo, podía escuchar un goteo constante, tal vez sea el producto de la humedad del túnel que nacía del techo y culminaba en algún charco formado por el tiempo.

Ambos nos detuvimos, solo para mirarnos fijamente. Él se quedó estático, como si estuviera esperando algo, pero yo arrastré lentamente mis pies, buscaba retroceder de forma discreta.




//Aquí nadie muere en vano(?//
—Así que... Eres chino. —¿Eso te sorprende? —No. Lo que me sorprende es que alguien viva aquí... Mi excursión por los fríos, húmedos y misteriosamente iluminados túneles fue interrumpida por el abrupto encuentro con Liú Tiānxiāng. No alcancé a avanzar más de veinte metros y nos cruzamos en una esquina. La verdad es que me cagué entero en cuanto lo vi, pero estoy seguro de que cualquiera lo habría hecho; una imponente estatura, encima musculoso; mirada penetrante, acompañada de un intenso color rojizo. Él salió de la absoluta nada, sin hacer el más mínimo ruido, y se asomó; me miró directamente, como si supiera que yo ya estaba ahí. Llevamos un par de minutos caminando, minutos en los que apenas se intercambiaban palabras. Él no parece del tipo hablador, mientras que yo estoy demasiado concentrado en imaginar las mil y un posibles razones por las que estoy caminando en una cueva junto a un chino de espeluznante mirada y abundante cabello blanco. Liú Tiānxiāng. Solo dijo su nombre y me pidió que lo siguiera. Yo deduje que era chino, pero realmente no estaba seguro. —¿Dónde estamos? —Al fin me atreví a cuestionar, aunque por dentro estoy seguro de que no querrá decirme e inventará algo para distraerme. —En ningún lugar que conozcas. — Respondió, con una inquietante monotonía. —... ¿Duh? —Gracioso, ¿Así evades el estrés? Sonó como la respuesta que daría alguien impaciente, pero él se mantuvo tan sereno e inmutable. Carajo, eso da miedo. —¿Puedes explicarlo? Siento que me está guiando un pederasta. Ví una piedra por ahí, no voy a dudar en usarla. Intenté jugar con su paciencia. Lo sé, suena estúpido pero estoy desesperado y molestar a la gente se me da bien. En el mejor de los casos podría hasta decirme donde vive, eso sí no llega a dejarme inconsciente de un golpe. —Kafka, tú ya no estás en la tierra. Esto es algo que podrías considerar como el punto medio entre lo real y lo mágico. —... Nunca te dije mi nombre... De por sí soy pálido, pero escucharlo decir mi nombre con tanta calma hizo que me pusiera transparente. Frené en seco, mejor dicho; mis piernas se congelaron abruptamente, me impidieron seguir caminando. Lo miré aturdido, a ese hombre que ahora me mira de reojo. Su rostro permanece inexpresivo, inmutable, con una serenidad inquebrantable. El latido de mi corazón llegó hasta mis oídos, se estaba sacudiendo con tanta fuerza que parecía querer abrirme el pecho. Mientras, de fondo, podía escuchar un goteo constante, tal vez sea el producto de la humedad del túnel que nacía del techo y culminaba en algún charco formado por el tiempo. Ambos nos detuvimos, solo para mirarnos fijamente. Él se quedó estático, como si estuviera esperando algo, pero yo arrastré lentamente mis pies, buscaba retroceder de forma discreta. //Aquí nadie muere en vano(?//
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