Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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Me sentí ansioso mientras el autobús se zarandeaba por la carretera con cráteres hasta en las curvas. Yo iba del lado derecho, por donde el sol no pegaba, igual, el vehículo iba solo, tan solo que a duras penas dos o tres almas a parte de la mía y la del chofer viajaban a dios sabe donde. La gente de estos lados no parecía ser muy habladora o agradable, cualquiera te miraba con coraje o con cara de tonto, como si el que oliera mal fuera uno, para colmo, el chofer ni música traía en la radio y no parecía querer poner algo pronto. Fuera de eso, la tarde era agradable, un poco calurosa, suficiente al menos como para estar loco, o enfermo, si llevases encima una chaqueta. Al menos, a mi, me parecía que el cielo, cuál lienzo al oleo, teñía con hermosos colores ocres, pero vibrantes, un atardecer más de otoño, uno más de esos hermosos que parecían provenir de películas.

—Parece que he llegado.

Afirmé para mi mismo, mirando para el fondo un pueblo chico, de esos pequeños que pasaban desapercibidos, justo como me habían comentado que se iba a ver. Ignorando por completo a la gente que viajaba en el bus conmigo. Dentro de mi cabeza, me parecía mucho, mucho más solitario el lugar de lo que pensaba. Había viajado desde mi pueblo a este, porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Lucas Páramo. En su momento, mi madre me lo dijo. Yo, como buen hijo, le prometí antes que muriera, que vendría a verlo. Recordaba claramente esos momentos, sus últimos suspiros, cuando le aprete las manos porqué las palabras ya no me salían. Nunca estuve ansioso por verlo otra vez, pero mi madre estaba por morirse y yo me mantuve en un plan de prometerlo todo.

—Madre, voy a ver a mi padre

Afirmé para mi ya difunta mamá. Me paré, acercándome al hombre que conducía el autobús y, con toda la inocencia del mundo, le pregunté si faltaba mucho para Comala. No hubo una contestación inmediata, de hecho, el chofer medito su respuesta mientras miraba hacia el camino. Tras algunos segundos, este finalmente atino a decir unas palabras.

"Muchacho, bájate por aquí y agarra el que gira en esta curva, unos ya no vamos pa' allá porqué esa tierra esta muerta"

Simplemente dije "gracias" para luego, en la plena parada del transporte, bajarme, recogiendo mis cosas, no mucho, una mochila y una caja de cecina para el desobligado, luego, caminé, porqué el otro bus no más no pasaba. Yo nunca había sido un hombre demasiado apegado a lo material, tal vez porqué vine sin nada y me iría sin nada, igual y con unos pesos que el señor Lucas se dignara a dejarme por ahí. De cualquier modo, me puse a caminar hasta llegar al centro, perdido, pero ansioso por cumplir con lo prometido. Me había topado con varías personas de mirada turbia, perdida. Y yo, siendo un hombre de esos curtidos y fríos ante los ojos de perro rabioso, sentí por primera vez en años, un escalofrió cuando un hombre en su 30 o 40 años me miró desde una ventana, la de una casa de apariencia antigua. Mi atención se disperso de este cuando, en algún momento, alguien a un costado mío me llamo por un nombre que nunca me había pertenecido.

"Abundio, Abundio..."

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Me sentí ansioso mientras el autobús se zarandeaba por la carretera con cráteres hasta en las curvas. Yo iba del lado derecho, por donde el sol no pegaba, igual, el vehículo iba solo, tan solo que a duras penas dos o tres almas a parte de la mía y la del chofer viajaban a dios sabe donde. La gente de estos lados no parecía ser muy habladora o agradable, cualquiera te miraba con coraje o con cara de tonto, como si el que oliera mal fuera uno, para colmo, el chofer ni música traía en la radio y no parecía querer poner algo pronto. Fuera de eso, la tarde era agradable, un poco calurosa, suficiente al menos como para estar loco, o enfermo, si llevases encima una chaqueta. Al menos, a mi, me parecía que el cielo, cuál lienzo al oleo, teñía con hermosos colores ocres, pero vibrantes, un atardecer más de otoño, uno más de esos hermosos que parecían provenir de películas. —Parece que he llegado. Afirmé para mi mismo, mirando para el fondo un pueblo chico, de esos pequeños que pasaban desapercibidos, justo como me habían comentado que se iba a ver. Ignorando por completo a la gente que viajaba en el bus conmigo. Dentro de mi cabeza, me parecía mucho, mucho más solitario el lugar de lo que pensaba. Había viajado desde mi pueblo a este, porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Lucas Páramo. En su momento, mi madre me lo dijo. Yo, como buen hijo, le prometí antes que muriera, que vendría a verlo. Recordaba claramente esos momentos, sus últimos suspiros, cuando le aprete las manos porqué las palabras ya no me salían. Nunca estuve ansioso por verlo otra vez, pero mi madre estaba por morirse y yo me mantuve en un plan de prometerlo todo. —Madre, voy a ver a mi padre Afirmé para mi ya difunta mamá. Me paré, acercándome al hombre que conducía el autobús y, con toda la inocencia del mundo, le pregunté si faltaba mucho para Comala. No hubo una contestación inmediata, de hecho, el chofer medito su respuesta mientras miraba hacia el camino. Tras algunos segundos, este finalmente atino a decir unas palabras. "Muchacho, bájate por aquí y agarra el que gira en esta curva, unos ya no vamos pa' allá porqué esa tierra esta muerta" Simplemente dije "gracias" para luego, en la plena parada del transporte, bajarme, recogiendo mis cosas, no mucho, una mochila y una caja de cecina para el desobligado, luego, caminé, porqué el otro bus no más no pasaba. Yo nunca había sido un hombre demasiado apegado a lo material, tal vez porqué vine sin nada y me iría sin nada, igual y con unos pesos que el señor Lucas se dignara a dejarme por ahí. De cualquier modo, me puse a caminar hasta llegar al centro, perdido, pero ansioso por cumplir con lo prometido. Me había topado con varías personas de mirada turbia, perdida. Y yo, siendo un hombre de esos curtidos y fríos ante los ojos de perro rabioso, sentí por primera vez en años, un escalofrió cuando un hombre en su 30 o 40 años me miró desde una ventana, la de una casa de apariencia antigua. Mi atención se disperso de este cuando, en algún momento, alguien a un costado mío me llamo por un nombre que nunca me había pertenecido. "Abundio, Abundio..." ...
Me encocora
Me entristece
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