El mundo blanco, ese que se extendía infinitamente ante mis ojos, fue arrasado por un viento cruel, tan salvaje e indómito que no entendía razones para no arrastrar los kilómetros de la tierra blanca y llevársela como a cenizas tibias. Observé impotente, sin poder hacer algo en contra de la voluntad de su fuerza que incluso amenazó con arrastrarme a mí.

No quedó nada. El mundo blanco terminó desvanecido. En su lugar quedó el vacío, años luz de absoluta nada.

...

La sabana que yacía sobre Kafka, tan quieta que solo hacía movimientos cuando él respiraba, terminó desfigurada ante su repentino despertar, tirada en el mojado suelo. El muchacho, agitado, miró alarmado a su al rededor, encontrando un nuevo terreno que era muy diferente a su habitación; Paredes de madera, viejas y mohosas, suelo húmedo, con algunos charcos de barro, y temperatura lo suficientemente baja como para obligarlo a abrazarse a si mismo.

Kafka abandona lentamente la cama, con movimientos cuidadosos y delicados. La planta de su pie toca el húmedo suelo, dónde el barro se apegó a su piel blanquecina, hasta que pudo ponerse de pie.

"Primero un murmullo, luego un sueño, y ahora una pocilga. Esto parece una novela muy mal escrita...". En sus adentros Kafka trata de entender, pero no encontraba las respuestas que buscaba. Ante su aturdida mirada yace una puerta, tan maltratada como las paredes que lo rodean.

"Seguro que ni voy a tocar el picaporte y algo malo pasará". Con pasos inseguros cruzó la habitación, ensuciando sus pies con cada tenso tramo que cortaba. Extendió esos delgados dedos de porcelana, esos que culminan en uñas negras, para envolver el oxidado picaporte, mismo que parecía desmoronarse ante el contacto con la joven mano.
El chirrido de las bisagras viejas invadió sus oidos, con un sonido tan molesto que hasta su densa cabellera quería erizarse. Kafka apretó los dientes, siendo incapaz de poder olvidar lo desagradable de ese sonido.

Poco a poco la puerta reveló lo que había del otro lado; Un pasillo, o un túnel si es que quieres ser más exacto. El muchacho de los ojos verdes abrió la puerta, solo para encontrar un extenso túnel repleto de musgo fluorescente y pequeñas flores de tonos azules.
El mundo blanco, ese que se extendía infinitamente ante mis ojos, fue arrasado por un viento cruel, tan salvaje e indómito que no entendía razones para no arrastrar los kilómetros de la tierra blanca y llevársela como a cenizas tibias. Observé impotente, sin poder hacer algo en contra de la voluntad de su fuerza que incluso amenazó con arrastrarme a mí. No quedó nada. El mundo blanco terminó desvanecido. En su lugar quedó el vacío, años luz de absoluta nada. ... La sabana que yacía sobre Kafka, tan quieta que solo hacía movimientos cuando él respiraba, terminó desfigurada ante su repentino despertar, tirada en el mojado suelo. El muchacho, agitado, miró alarmado a su al rededor, encontrando un nuevo terreno que era muy diferente a su habitación; Paredes de madera, viejas y mohosas, suelo húmedo, con algunos charcos de barro, y temperatura lo suficientemente baja como para obligarlo a abrazarse a si mismo. Kafka abandona lentamente la cama, con movimientos cuidadosos y delicados. La planta de su pie toca el húmedo suelo, dónde el barro se apegó a su piel blanquecina, hasta que pudo ponerse de pie. "Primero un murmullo, luego un sueño, y ahora una pocilga. Esto parece una novela muy mal escrita...". En sus adentros Kafka trata de entender, pero no encontraba las respuestas que buscaba. Ante su aturdida mirada yace una puerta, tan maltratada como las paredes que lo rodean. "Seguro que ni voy a tocar el picaporte y algo malo pasará". Con pasos inseguros cruzó la habitación, ensuciando sus pies con cada tenso tramo que cortaba. Extendió esos delgados dedos de porcelana, esos que culminan en uñas negras, para envolver el oxidado picaporte, mismo que parecía desmoronarse ante el contacto con la joven mano. El chirrido de las bisagras viejas invadió sus oidos, con un sonido tan molesto que hasta su densa cabellera quería erizarse. Kafka apretó los dientes, siendo incapaz de poder olvidar lo desagradable de ese sonido. Poco a poco la puerta reveló lo que había del otro lado; Un pasillo, o un túnel si es que quieres ser más exacto. El muchacho de los ojos verdes abrió la puerta, solo para encontrar un extenso túnel repleto de musgo fluorescente y pequeñas flores de tonos azules.
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