Han pasado semanas, quizás más de las que quiero recordar. La batalla constante dentro de mi mente me ha agotado completamente. Día tras día, mi cabeza se ha sentido como un campo de batalla, donde dos fuerzas irreconciliables luchan sin tregua, desgastándome y destruyéndome por dentro. He llegado a un punto en el que ya no sé cuánto más podré resistir.
En un momento de silencio absoluto, cuando todo a mi alrededor parecía desvanecerse, finalmente logré pensar con claridad. Fue como si la oscuridad que me envolvía se disipara, aunque solo por un instante, y algo profundamente enterrado dentro de mí comenzara a emerger.
¿Cómo no me había dado cuenta antes?
Me sorprendió la repentina claridad que iluminó mi mente. Después de tanto tiempo huyendo y rechazando esa voz en mi interior, nunca me había detenido a pensar que no era algo ajeno, sino parte de mí mismo. Esa oscuridad que siempre había considerado un enemigo, una amenaza, era, en realidad, una extensión de mi propia esencia.
No era un monstruo, ni una fuerza desconocida. Era yo.
La conclusión me golpeó con una oleada de comprensión que se sentía extraña y, a la vez, liberadora. Sin embargo, junto con la paz de ese descubrimiento, surgió un nuevo dilema: ahora que lo sabía, ¿qué debía hacer?
Había pasado tanto tiempo reprimiéndolo, negándolo, y eso solo lo hizo volverse más violento, más decidido a tomar el control. La constante lucha en su contra estaba acabando conmigo, desgastándome día tras día. Entonces, ¿qué opción me quedaba?
¿Debería… aceptarlo?
En un momento de silencio absoluto, cuando todo a mi alrededor parecía desvanecerse, finalmente logré pensar con claridad. Fue como si la oscuridad que me envolvía se disipara, aunque solo por un instante, y algo profundamente enterrado dentro de mí comenzara a emerger.
¿Cómo no me había dado cuenta antes?
Me sorprendió la repentina claridad que iluminó mi mente. Después de tanto tiempo huyendo y rechazando esa voz en mi interior, nunca me había detenido a pensar que no era algo ajeno, sino parte de mí mismo. Esa oscuridad que siempre había considerado un enemigo, una amenaza, era, en realidad, una extensión de mi propia esencia.
No era un monstruo, ni una fuerza desconocida. Era yo.
La conclusión me golpeó con una oleada de comprensión que se sentía extraña y, a la vez, liberadora. Sin embargo, junto con la paz de ese descubrimiento, surgió un nuevo dilema: ahora que lo sabía, ¿qué debía hacer?
Había pasado tanto tiempo reprimiéndolo, negándolo, y eso solo lo hizo volverse más violento, más decidido a tomar el control. La constante lucha en su contra estaba acabando conmigo, desgastándome día tras día. Entonces, ¿qué opción me quedaba?
¿Debería… aceptarlo?
Han pasado semanas, quizás más de las que quiero recordar. La batalla constante dentro de mi mente me ha agotado completamente. Día tras día, mi cabeza se ha sentido como un campo de batalla, donde dos fuerzas irreconciliables luchan sin tregua, desgastándome y destruyéndome por dentro. He llegado a un punto en el que ya no sé cuánto más podré resistir.
En un momento de silencio absoluto, cuando todo a mi alrededor parecía desvanecerse, finalmente logré pensar con claridad. Fue como si la oscuridad que me envolvía se disipara, aunque solo por un instante, y algo profundamente enterrado dentro de mí comenzara a emerger.
¿Cómo no me había dado cuenta antes?
Me sorprendió la repentina claridad que iluminó mi mente. Después de tanto tiempo huyendo y rechazando esa voz en mi interior, nunca me había detenido a pensar que no era algo ajeno, sino parte de mí mismo. Esa oscuridad que siempre había considerado un enemigo, una amenaza, era, en realidad, una extensión de mi propia esencia.
No era un monstruo, ni una fuerza desconocida. Era yo.
La conclusión me golpeó con una oleada de comprensión que se sentía extraña y, a la vez, liberadora. Sin embargo, junto con la paz de ese descubrimiento, surgió un nuevo dilema: ahora que lo sabía, ¿qué debía hacer?
Había pasado tanto tiempo reprimiéndolo, negándolo, y eso solo lo hizo volverse más violento, más decidido a tomar el control. La constante lucha en su contra estaba acabando conmigo, desgastándome día tras día. Entonces, ¿qué opción me quedaba?
¿Debería… aceptarlo?