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En una noche oscura y silenciosa, Yaken se acercó a la aldea de Eldrath, un lugar conocido por su tranquilidad. Sin embargo, esa paz estaba a punto de ser destrozada por un torbellino de locura y violencia. Yaken, un joven de mirada intensa y sonrisa inquietante. A Yaken le encantaba la forma en que sus cuerpos se desmoronaban bajo sus fuerzas
Al llegar a la aldea, Yaken se deslizó entre las sombras, buscando a su primera víctima. Un anciano salió de su casa, y en un instante, Yaken lo sorprendió, desatando una lluvia de golpes. Cada puñetazo resonaba en el aire, y la risa maníaca de Yaken se mezclaba con los gritos de terror. El anciano cayó, dejando un charco de sangre en el suelo
Sin detenerse, Yaken avanzó, disfrutando del caos que desataba. En la plaza, un grupo de aldeanos intentaba organizarse, pero él los arrolló como una tormenta. Golpeó a un joven que intentaba correr, haciendo que se desplomara. Luego, se volvió hacia una mujer que gritaba, cubriendo su rostro con las manos. Yaken se acercó, utilizando su katana no como un arma, sino como un símbolo de su locura. Con un movimiento rápido, desnudó su carne, pero luego decidió que prefería el sabor de la violencia directa así que abrió su cráneo en dos con sus propias manos
A medida que avanzaba, el aire se llenaba del olor a sangre. La gente intentaba escapar, pero Yaken era imparable. Uno tras otro, los aldeanos caían ante su furia, y él disfrutaba de cada instante, sintiendo cómo el poder lo envolvía. Se detuvo brevemente, mirando a su alrededor mientras la vida se desvanecía de los ojos de sus víctimas
Con un frenesí creciente, Yaken se lanzó hacia un grupo de hombres que intentaban unirse para enfrentarlo. Pero no había forma de detenerlo. Con una serie de movimientos rápidos, derribó a varios, aplastando sus rostros con sus puños. El suelo se cubrió de cuerpos, y la plaza de Eldrath se transformó en un escenario de horror indescriptible
Cuando el sol comenzó a asomarse en el horizonte, Yaken se encontró en el centro de la aldea, rodeado de cadáveres. La risa maníaca resonaba en sus oídos, mezclándose con los ecos del dolor que había infligido. Se sentó sobre una pila de cuerpos, disfrutando de la satisfacción de su obra maestra de destrucción
Finalmente, con el estómago vacío pero el alma llena de oscuridad, Yaken se levantó y se alejó de Eldrath. En su mente, sabía que había dejado un eco de su locura en cada rincón del pueblo. La lluvia de sangre que había sembrado lo acompañaría siempre, y mientras desaparecía en la oscuridad, una promesa de más terror y destrucción flotaba en el aire
En una noche oscura y silenciosa, Yaken se acercó a la aldea de Eldrath, un lugar conocido por su tranquilidad. Sin embargo, esa paz estaba a punto de ser destrozada por un torbellino de locura y violencia. Yaken, un joven de mirada intensa y sonrisa inquietante. A Yaken le encantaba la forma en que sus cuerpos se desmoronaban bajo sus fuerzas
Al llegar a la aldea, Yaken se deslizó entre las sombras, buscando a su primera víctima. Un anciano salió de su casa, y en un instante, Yaken lo sorprendió, desatando una lluvia de golpes. Cada puñetazo resonaba en el aire, y la risa maníaca de Yaken se mezclaba con los gritos de terror. El anciano cayó, dejando un charco de sangre en el suelo
Sin detenerse, Yaken avanzó, disfrutando del caos que desataba. En la plaza, un grupo de aldeanos intentaba organizarse, pero él los arrolló como una tormenta. Golpeó a un joven que intentaba correr, haciendo que se desplomara. Luego, se volvió hacia una mujer que gritaba, cubriendo su rostro con las manos. Yaken se acercó, utilizando su katana no como un arma, sino como un símbolo de su locura. Con un movimiento rápido, desnudó su carne, pero luego decidió que prefería el sabor de la violencia directa así que abrió su cráneo en dos con sus propias manos
A medida que avanzaba, el aire se llenaba del olor a sangre. La gente intentaba escapar, pero Yaken era imparable. Uno tras otro, los aldeanos caían ante su furia, y él disfrutaba de cada instante, sintiendo cómo el poder lo envolvía. Se detuvo brevemente, mirando a su alrededor mientras la vida se desvanecía de los ojos de sus víctimas
Con un frenesí creciente, Yaken se lanzó hacia un grupo de hombres que intentaban unirse para enfrentarlo. Pero no había forma de detenerlo. Con una serie de movimientos rápidos, derribó a varios, aplastando sus rostros con sus puños. El suelo se cubrió de cuerpos, y la plaza de Eldrath se transformó en un escenario de horror indescriptible
Cuando el sol comenzó a asomarse en el horizonte, Yaken se encontró en el centro de la aldea, rodeado de cadáveres. La risa maníaca resonaba en sus oídos, mezclándose con los ecos del dolor que había infligido. Se sentó sobre una pila de cuerpos, disfrutando de la satisfacción de su obra maestra de destrucción
Finalmente, con el estómago vacío pero el alma llena de oscuridad, Yaken se levantó y se alejó de Eldrath. En su mente, sabía que había dejado un eco de su locura en cada rincón del pueblo. La lluvia de sangre que había sembrado lo acompañaría siempre, y mientras desaparecía en la oscuridad, una promesa de más terror y destrucción flotaba en el aire
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Sin detenerse, Yaken avanzó, disfrutando del caos que desataba. En la plaza, un grupo de aldeanos intentaba organizarse, pero él los arrolló como una tormenta. Golpeó a un joven que intentaba correr, haciendo que se desplomara. Luego, se volvió hacia una mujer que gritaba, cubriendo su rostro con las manos. Yaken se acercó, utilizando su katana no como un arma, sino como un símbolo de su locura. Con un movimiento rápido, desnudó su carne, pero luego decidió que prefería el sabor de la violencia directa así que abrió su cráneo en dos con sus propias manos
A medida que avanzaba, el aire se llenaba del olor a sangre. La gente intentaba escapar, pero Yaken era imparable. Uno tras otro, los aldeanos caían ante su furia, y él disfrutaba de cada instante, sintiendo cómo el poder lo envolvía. Se detuvo brevemente, mirando a su alrededor mientras la vida se desvanecía de los ojos de sus víctimas
Con un frenesí creciente, Yaken se lanzó hacia un grupo de hombres que intentaban unirse para enfrentarlo. Pero no había forma de detenerlo. Con una serie de movimientos rápidos, derribó a varios, aplastando sus rostros con sus puños. El suelo se cubrió de cuerpos, y la plaza de Eldrath se transformó en un escenario de horror indescriptible
Cuando el sol comenzó a asomarse en el horizonte, Yaken se encontró en el centro de la aldea, rodeado de cadáveres. La risa maníaca resonaba en sus oídos, mezclándose con los ecos del dolor que había infligido. Se sentó sobre una pila de cuerpos, disfrutando de la satisfacción de su obra maestra de destrucción
Finalmente, con el estómago vacío pero el alma llena de oscuridad, Yaken se levantó y se alejó de Eldrath. En su mente, sabía que había dejado un eco de su locura en cada rincón del pueblo. La lluvia de sangre que había sembrado lo acompañaría siempre, y mientras desaparecía en la oscuridad, una promesa de más terror y destrucción flotaba en el aire