Las palpitaciones en mis muñecas eran más fuerte conforme pasaban los segundos, no necesitaba verlas para saber qué ya habían cambiando de su color pálido a uno morado, las cuerdas picaban en mi piel, rasgandola con cada movimiento que hacia.
Mis cabellos colgaban sobre mi cabeza, moviéndose a donde les indicará el viento, mientras yo tenía la mirada baja.
- ¡¡DEMONIO!! -
- ¡¡BLASFEMIA!! -
- ¡¡ESCORIA!! -
- ¡¡PARÍA!!
Tantas voces, tantos gritos, que molesto era, cerré los ojos y haciendo de oídos sordos me adentré en mi mente donde fui recibida en un cálido abrazo de consuelo.
- No les escuches, sabes que eso no es real. Tú no eres nada de lo que dicen -
Me dirijo con suma amabilidad mientras acariciaba mis cabellos con un toque maternal.
Yo solo mantuve los ojos cerrados disfrutando de este pequeño momento de paz.
- ¡¡QUEMENLA YA!! -
- ¡¡QUE SE MUERA!! -
Escuchaba sus voces como llegamos ecos leganos. Por más que quisiera que todo esto desapareciera, no sería tan sencillo y no bastaría desearlo.
- Sabes que si basta el desearlo, solo debes decirlo -
Su suave voz hizo cosquillas en mi oreja mientras más ecos se escuchaban. ¿En verdad era tan fácil? ¿Una palabra y ya? Pero no era justo, si lo decía ellos...
- Ellos te hicieron esto, tú no hiciste nada malo, ninguna hizo nada. -
Su calidez se volvió tan débil como el aleteo de una libélula moribunda y de nuevo estaba entre la muchedumbre atada a un poste para ser calcinada viva.
Con pesadez abrí los ojos y algo golpeó lo suficientemente fuerte mi cabeza como para girarla. Todo se ensordeció y mi cabeza ormigeaba mientras algo se deslizaba sobre mi cara.
Volví abrir los ojos y la mitad de mis vista era roja, los niños lanzaban tantas piedras como podían con todas sus fuerzas.
- Malditos -
Murmuré arrastrando las palabras conforme mi vista se volvió completamente roja.
Y luego, de la nada, el calor comenzó. Las llamas crecían rápidamente y sentía mi piel coserce bajó las llamas mientras la gente gritaba en festejos.
No era justo.
No era justo.
Nada de esto era justo.
Miro mis pies y veo la piel caerse como gelatina derretida y mi carne cocinarse. Dolía, esto dolía mucho.
Cerré los ojos con fuerza, apretando los dientes. No Hiba a gritar, no les daría la satisfacción de escucharme agonizar.
-"Solo dilo"-
Un suave susurró se alogo aún lado de mi oído, sentía mi corazón latir con fuerza, mi piel cubrirse en sudor y caer a las maderas prendidas en fuego mientras mis nervios junto a mi carne se cocian.
Ya no pude más. Lo intenté, lo intenté, lo intenté, lo intenté y lo intenté pero fue inútil, ya me ha Ia hartado.
Le vante la cabeza y abrí los ojos fija do mi vista a la nada. Mis ojos brillanban pero eran opacados por las llamas sin embargo era obvio lo que vendría ahora.
- Infernus domus nostra est et mundus cibus est. Salvame -
Pronuncie con claridad y firmeza, desapareciendo rápidamente todo y por fin vino la paz mientras mi estómago se llenaba con sus cabezas.
Mis cabellos colgaban sobre mi cabeza, moviéndose a donde les indicará el viento, mientras yo tenía la mirada baja.
- ¡¡DEMONIO!! -
- ¡¡BLASFEMIA!! -
- ¡¡ESCORIA!! -
- ¡¡PARÍA!!
Tantas voces, tantos gritos, que molesto era, cerré los ojos y haciendo de oídos sordos me adentré en mi mente donde fui recibida en un cálido abrazo de consuelo.
- No les escuches, sabes que eso no es real. Tú no eres nada de lo que dicen -
Me dirijo con suma amabilidad mientras acariciaba mis cabellos con un toque maternal.
Yo solo mantuve los ojos cerrados disfrutando de este pequeño momento de paz.
- ¡¡QUEMENLA YA!! -
- ¡¡QUE SE MUERA!! -
Escuchaba sus voces como llegamos ecos leganos. Por más que quisiera que todo esto desapareciera, no sería tan sencillo y no bastaría desearlo.
- Sabes que si basta el desearlo, solo debes decirlo -
Su suave voz hizo cosquillas en mi oreja mientras más ecos se escuchaban. ¿En verdad era tan fácil? ¿Una palabra y ya? Pero no era justo, si lo decía ellos...
- Ellos te hicieron esto, tú no hiciste nada malo, ninguna hizo nada. -
Su calidez se volvió tan débil como el aleteo de una libélula moribunda y de nuevo estaba entre la muchedumbre atada a un poste para ser calcinada viva.
Con pesadez abrí los ojos y algo golpeó lo suficientemente fuerte mi cabeza como para girarla. Todo se ensordeció y mi cabeza ormigeaba mientras algo se deslizaba sobre mi cara.
Volví abrir los ojos y la mitad de mis vista era roja, los niños lanzaban tantas piedras como podían con todas sus fuerzas.
- Malditos -
Murmuré arrastrando las palabras conforme mi vista se volvió completamente roja.
Y luego, de la nada, el calor comenzó. Las llamas crecían rápidamente y sentía mi piel coserce bajó las llamas mientras la gente gritaba en festejos.
No era justo.
No era justo.
Nada de esto era justo.
Miro mis pies y veo la piel caerse como gelatina derretida y mi carne cocinarse. Dolía, esto dolía mucho.
Cerré los ojos con fuerza, apretando los dientes. No Hiba a gritar, no les daría la satisfacción de escucharme agonizar.
-"Solo dilo"-
Un suave susurró se alogo aún lado de mi oído, sentía mi corazón latir con fuerza, mi piel cubrirse en sudor y caer a las maderas prendidas en fuego mientras mis nervios junto a mi carne se cocian.
Ya no pude más. Lo intenté, lo intenté, lo intenté, lo intenté y lo intenté pero fue inútil, ya me ha Ia hartado.
Le vante la cabeza y abrí los ojos fija do mi vista a la nada. Mis ojos brillanban pero eran opacados por las llamas sin embargo era obvio lo que vendría ahora.
- Infernus domus nostra est et mundus cibus est. Salvame -
Pronuncie con claridad y firmeza, desapareciendo rápidamente todo y por fin vino la paz mientras mi estómago se llenaba con sus cabezas.
Las palpitaciones en mis muñecas eran más fuerte conforme pasaban los segundos, no necesitaba verlas para saber qué ya habían cambiando de su color pálido a uno morado, las cuerdas picaban en mi piel, rasgandola con cada movimiento que hacia.
Mis cabellos colgaban sobre mi cabeza, moviéndose a donde les indicará el viento, mientras yo tenía la mirada baja.
- ¡¡DEMONIO!! -
- ¡¡BLASFEMIA!! -
- ¡¡ESCORIA!! -
- ¡¡PARÍA!!
Tantas voces, tantos gritos, que molesto era, cerré los ojos y haciendo de oídos sordos me adentré en mi mente donde fui recibida en un cálido abrazo de consuelo.
- No les escuches, sabes que eso no es real. Tú no eres nada de lo que dicen -
Me dirijo con suma amabilidad mientras acariciaba mis cabellos con un toque maternal.
Yo solo mantuve los ojos cerrados disfrutando de este pequeño momento de paz.
- ¡¡QUEMENLA YA!! -
- ¡¡QUE SE MUERA!! -
Escuchaba sus voces como llegamos ecos leganos. Por más que quisiera que todo esto desapareciera, no sería tan sencillo y no bastaría desearlo.
- Sabes que si basta el desearlo, solo debes decirlo -
Su suave voz hizo cosquillas en mi oreja mientras más ecos se escuchaban. ¿En verdad era tan fácil? ¿Una palabra y ya? Pero no era justo, si lo decía ellos...
- Ellos te hicieron esto, tú no hiciste nada malo, ninguna hizo nada. -
Su calidez se volvió tan débil como el aleteo de una libélula moribunda y de nuevo estaba entre la muchedumbre atada a un poste para ser calcinada viva.
Con pesadez abrí los ojos y algo golpeó lo suficientemente fuerte mi cabeza como para girarla. Todo se ensordeció y mi cabeza ormigeaba mientras algo se deslizaba sobre mi cara.
Volví abrir los ojos y la mitad de mis vista era roja, los niños lanzaban tantas piedras como podían con todas sus fuerzas.
- Malditos -
Murmuré arrastrando las palabras conforme mi vista se volvió completamente roja.
Y luego, de la nada, el calor comenzó. Las llamas crecían rápidamente y sentía mi piel coserce bajó las llamas mientras la gente gritaba en festejos.
No era justo.
No era justo.
Nada de esto era justo.
Miro mis pies y veo la piel caerse como gelatina derretida y mi carne cocinarse. Dolía, esto dolía mucho.
Cerré los ojos con fuerza, apretando los dientes. No Hiba a gritar, no les daría la satisfacción de escucharme agonizar.
-"Solo dilo"-
Un suave susurró se alogo aún lado de mi oído, sentía mi corazón latir con fuerza, mi piel cubrirse en sudor y caer a las maderas prendidas en fuego mientras mis nervios junto a mi carne se cocian.
Ya no pude más. Lo intenté, lo intenté, lo intenté, lo intenté y lo intenté pero fue inútil, ya me ha Ia hartado.
Le vante la cabeza y abrí los ojos fija do mi vista a la nada. Mis ojos brillanban pero eran opacados por las llamas sin embargo era obvio lo que vendría ahora.
- Infernus domus nostra est et mundus cibus est. Salvame -
Pronuncie con claridad y firmeza, desapareciendo rápidamente todo y por fin vino la paz mientras mi estómago se llenaba con sus cabezas.