El jardín seguía envuelto en ese silencio pesado, bajo la luz fría de la luna llena. Daniel permaneció de rodillas, la mirada fija en el cielo, pero con el corazón lleno de desesperación. El aire nocturno ya no traía consuelo, solo amplificaba su soledad. El peso de las expectativas, de la magia que no lograba dominar, lo aplastaba como un yugo imposible de cargar.
Sabía que alguien estaba allí. Los pasos suaves que había escuchado no eran imaginarios. Pero no volteó. No podía. La sensación de fracaso le robaba cualquier energía que le quedara para enfrentarse a alguien más. Sentía su presencia cercana, cálida, pero las palabras que necesitaba escuchar no llegaban de ninguna parte. Solo el silencio del jardín, y la luna, que seguía sin ofrecer respuestas.
La presión sobre sus hombros parecía volverse aún más insoportable al pensar en Adriana. El simple pensamiento de su nombre le provocaba un nudo en el estómago. ¿Cómo podría casarse con ella? ¿Cómo podría hacerla feliz si ni siquiera podía cumplir con las expectativas que se le imponían? Había soñado con un futuro juntos, con verla sonreír cada día, con que algún día fuera la madre de sus hijos. Pero ahora, todo parecía tan distante, tan imposible.
Daniel bajó la cabeza, apretando los puños con fuerza. La frustración, la impotencia... todo lo que lo había llevado al límite esa noche lo consumía por completo.
—Solo quiero ser suficiente... para ella, para todos—
murmuró para sí, sintiendo cómo el vacío lo arrastraba más y más profundo.
El viento soplaba suavemente, moviendo las hojas a su alrededor, como si intentara consolarlo, pero no había consuelo. No cuando su magia no respondía, no cuando se sentía atrapado en un ciclo interminable de expectativas incumplidas.
Daniel finalmente se puso de pie. Aún exhausto, aún roto por dentro, pero con una resolución vacilante. No sabía qué haría a continuación, no sabía cómo enfrentaría los días por venir. Pero en ese momento, se prometió a sí mismo que, de alguna manera, encontraría una salida.
— Ayudame por favor—
Dijo viendo a la luna una ultima vez
Sabía que alguien estaba allí. Los pasos suaves que había escuchado no eran imaginarios. Pero no volteó. No podía. La sensación de fracaso le robaba cualquier energía que le quedara para enfrentarse a alguien más. Sentía su presencia cercana, cálida, pero las palabras que necesitaba escuchar no llegaban de ninguna parte. Solo el silencio del jardín, y la luna, que seguía sin ofrecer respuestas.
La presión sobre sus hombros parecía volverse aún más insoportable al pensar en Adriana. El simple pensamiento de su nombre le provocaba un nudo en el estómago. ¿Cómo podría casarse con ella? ¿Cómo podría hacerla feliz si ni siquiera podía cumplir con las expectativas que se le imponían? Había soñado con un futuro juntos, con verla sonreír cada día, con que algún día fuera la madre de sus hijos. Pero ahora, todo parecía tan distante, tan imposible.
Daniel bajó la cabeza, apretando los puños con fuerza. La frustración, la impotencia... todo lo que lo había llevado al límite esa noche lo consumía por completo.
—Solo quiero ser suficiente... para ella, para todos—
murmuró para sí, sintiendo cómo el vacío lo arrastraba más y más profundo.
El viento soplaba suavemente, moviendo las hojas a su alrededor, como si intentara consolarlo, pero no había consuelo. No cuando su magia no respondía, no cuando se sentía atrapado en un ciclo interminable de expectativas incumplidas.
Daniel finalmente se puso de pie. Aún exhausto, aún roto por dentro, pero con una resolución vacilante. No sabía qué haría a continuación, no sabía cómo enfrentaría los días por venir. Pero en ese momento, se prometió a sí mismo que, de alguna manera, encontraría una salida.
— Ayudame por favor—
Dijo viendo a la luna una ultima vez
El jardín seguía envuelto en ese silencio pesado, bajo la luz fría de la luna llena. Daniel permaneció de rodillas, la mirada fija en el cielo, pero con el corazón lleno de desesperación. El aire nocturno ya no traía consuelo, solo amplificaba su soledad. El peso de las expectativas, de la magia que no lograba dominar, lo aplastaba como un yugo imposible de cargar.
Sabía que alguien estaba allí. Los pasos suaves que había escuchado no eran imaginarios. Pero no volteó. No podía. La sensación de fracaso le robaba cualquier energía que le quedara para enfrentarse a alguien más. Sentía su presencia cercana, cálida, pero las palabras que necesitaba escuchar no llegaban de ninguna parte. Solo el silencio del jardín, y la luna, que seguía sin ofrecer respuestas.
La presión sobre sus hombros parecía volverse aún más insoportable al pensar en Adriana. El simple pensamiento de su nombre le provocaba un nudo en el estómago. ¿Cómo podría casarse con ella? ¿Cómo podría hacerla feliz si ni siquiera podía cumplir con las expectativas que se le imponían? Había soñado con un futuro juntos, con verla sonreír cada día, con que algún día fuera la madre de sus hijos. Pero ahora, todo parecía tan distante, tan imposible.
Daniel bajó la cabeza, apretando los puños con fuerza. La frustración, la impotencia... todo lo que lo había llevado al límite esa noche lo consumía por completo.
—Solo quiero ser suficiente... para ella, para todos—
murmuró para sí, sintiendo cómo el vacío lo arrastraba más y más profundo.
El viento soplaba suavemente, moviendo las hojas a su alrededor, como si intentara consolarlo, pero no había consuelo. No cuando su magia no respondía, no cuando se sentía atrapado en un ciclo interminable de expectativas incumplidas.
Daniel finalmente se puso de pie. Aún exhausto, aún roto por dentro, pero con una resolución vacilante. No sabía qué haría a continuación, no sabía cómo enfrentaría los días por venir. Pero en ese momento, se prometió a sí mismo que, de alguna manera, encontraría una salida.
— Ayudame por favor—
Dijo viendo a la luna una ultima vez