El día comenzó como cualquier otro para Jeff The Killer, con el mismo deseo insaciable de caos y destrucción. Caminaba por un lúgubre y distorsionado escenario donde las sombras parecían estar vivas. Mientras avanzaba, vio figuras familiares a lo lejos. Poco a poco, las reconoció. Eran todas sus víctimas, las personas que había asesinado, cada una con su característica sonrisa tallada, grotesca y sangrienta, imitando la suya.
—Vaya, vaya —murmuró con una sonrisa torcida—. Mis pequeños souvenirs.
La grotesca imagen de sus víctimas lo llenaba de una oscura satisfacción. Cada una de ellas estaba ahí, inmóvil, observándolo con ojos vacíos. Sus rostros deformados reflejaban la obra maestra que Jeff había creado en sus últimos momentos de vida. Caminó entre ellas, inspeccionándolas como si se tratara de trofeos. El frío aire de la pesadilla le rozaba la piel, pero Jeff estaba en su elemento. Para él, aquello no era más que un espectáculo personal.
De repente, las risas en su cabeza comenzaron a desvanecerse, y un silencio incómodo se apoderó del lugar. Entre las víctimas, emergieron dos figuras que no esperaba ver. El aire se volvió helado, y por primera vez en mucho tiempo, el corazón de Jeff dio un vuelco.
Eran sus padres.
Allí estaban, de pie entre las almas de sus víctimas, con la misma sonrisa grotesca tallada en sus rostros. La sangre seca cubría sus mejillas, pero sus ojos eran diferentes. Aún mostraban el brillo de quien alguna vez fue humano, pero ahora llenos de una tristeza profunda. Esa tristeza que Jeff reconocía, y que lo golpeó como una cuchillada en el pecho.
—Hijo mío... —la voz de su madre sonó débil, rota por el dolor, mientras su padre añadía con un eco fantasmal—. ¿Por qué lo hiciste?
Las palabras, cargadas de un reproche silencioso, resonaron en su mente. Jeff, que siempre se había mostrado indiferente a todo, sintió cómo sus manos comenzaban a temblar. El cuchillo que sostenía firmemente ahora parecía pesado. La sangre en sus manos, antes un símbolo de su poder, ahora solo le recordaba lo que había hecho.
—Nunca te perdonaremos... —susurraron sus padres al unísono, con voces rotas que se clavaban en su alma.
Jeff retrocedió instintivamente, sus ojos fijos en esos dos rostros deformados, llenos de una ira tranquila, pero profunda. Apretó los dientes, intentando convencerse de que no era real. Pero en el fondo, sabía que esta pesadilla, esta visión de sus padres, era su mayor temor.
—No... —murmuró, su voz apenas un susurro—. Esto no es real... ¡NO ES REAL!
Pero sus padres continuaron avanzando hacia él, con los ojos llenos de dolor y condena. Jeff, por primera vez, sintió el verdadero terror. No el miedo a la muerte, ni a la violencia, sino algo mucho peor: la idea de que jamás sería perdonado por las personas que lo trajeron al mundo.
—Nunca te perdonaremos, Jeff... —repitieron con voces heladas, mientras el asesino, ahora acorralado por sus propios demonios, sentía cómo su mundo se derrumbaba.
#Inkfest DIA 19
午前 Homicidal Liu 大きい ㊄
—Vaya, vaya —murmuró con una sonrisa torcida—. Mis pequeños souvenirs.
La grotesca imagen de sus víctimas lo llenaba de una oscura satisfacción. Cada una de ellas estaba ahí, inmóvil, observándolo con ojos vacíos. Sus rostros deformados reflejaban la obra maestra que Jeff había creado en sus últimos momentos de vida. Caminó entre ellas, inspeccionándolas como si se tratara de trofeos. El frío aire de la pesadilla le rozaba la piel, pero Jeff estaba en su elemento. Para él, aquello no era más que un espectáculo personal.
De repente, las risas en su cabeza comenzaron a desvanecerse, y un silencio incómodo se apoderó del lugar. Entre las víctimas, emergieron dos figuras que no esperaba ver. El aire se volvió helado, y por primera vez en mucho tiempo, el corazón de Jeff dio un vuelco.
Eran sus padres.
Allí estaban, de pie entre las almas de sus víctimas, con la misma sonrisa grotesca tallada en sus rostros. La sangre seca cubría sus mejillas, pero sus ojos eran diferentes. Aún mostraban el brillo de quien alguna vez fue humano, pero ahora llenos de una tristeza profunda. Esa tristeza que Jeff reconocía, y que lo golpeó como una cuchillada en el pecho.
—Hijo mío... —la voz de su madre sonó débil, rota por el dolor, mientras su padre añadía con un eco fantasmal—. ¿Por qué lo hiciste?
Las palabras, cargadas de un reproche silencioso, resonaron en su mente. Jeff, que siempre se había mostrado indiferente a todo, sintió cómo sus manos comenzaban a temblar. El cuchillo que sostenía firmemente ahora parecía pesado. La sangre en sus manos, antes un símbolo de su poder, ahora solo le recordaba lo que había hecho.
—Nunca te perdonaremos... —susurraron sus padres al unísono, con voces rotas que se clavaban en su alma.
Jeff retrocedió instintivamente, sus ojos fijos en esos dos rostros deformados, llenos de una ira tranquila, pero profunda. Apretó los dientes, intentando convencerse de que no era real. Pero en el fondo, sabía que esta pesadilla, esta visión de sus padres, era su mayor temor.
—No... —murmuró, su voz apenas un susurro—. Esto no es real... ¡NO ES REAL!
Pero sus padres continuaron avanzando hacia él, con los ojos llenos de dolor y condena. Jeff, por primera vez, sintió el verdadero terror. No el miedo a la muerte, ni a la violencia, sino algo mucho peor: la idea de que jamás sería perdonado por las personas que lo trajeron al mundo.
—Nunca te perdonaremos, Jeff... —repitieron con voces heladas, mientras el asesino, ahora acorralado por sus propios demonios, sentía cómo su mundo se derrumbaba.
#Inkfest DIA 19
午前 Homicidal Liu 大きい ㊄
El día comenzó como cualquier otro para Jeff The Killer, con el mismo deseo insaciable de caos y destrucción. Caminaba por un lúgubre y distorsionado escenario donde las sombras parecían estar vivas. Mientras avanzaba, vio figuras familiares a lo lejos. Poco a poco, las reconoció. Eran todas sus víctimas, las personas que había asesinado, cada una con su característica sonrisa tallada, grotesca y sangrienta, imitando la suya.
—Vaya, vaya —murmuró con una sonrisa torcida—. Mis pequeños souvenirs.
La grotesca imagen de sus víctimas lo llenaba de una oscura satisfacción. Cada una de ellas estaba ahí, inmóvil, observándolo con ojos vacíos. Sus rostros deformados reflejaban la obra maestra que Jeff había creado en sus últimos momentos de vida. Caminó entre ellas, inspeccionándolas como si se tratara de trofeos. El frío aire de la pesadilla le rozaba la piel, pero Jeff estaba en su elemento. Para él, aquello no era más que un espectáculo personal.
De repente, las risas en su cabeza comenzaron a desvanecerse, y un silencio incómodo se apoderó del lugar. Entre las víctimas, emergieron dos figuras que no esperaba ver. El aire se volvió helado, y por primera vez en mucho tiempo, el corazón de Jeff dio un vuelco.
Eran sus padres.
Allí estaban, de pie entre las almas de sus víctimas, con la misma sonrisa grotesca tallada en sus rostros. La sangre seca cubría sus mejillas, pero sus ojos eran diferentes. Aún mostraban el brillo de quien alguna vez fue humano, pero ahora llenos de una tristeza profunda. Esa tristeza que Jeff reconocía, y que lo golpeó como una cuchillada en el pecho.
—Hijo mío... —la voz de su madre sonó débil, rota por el dolor, mientras su padre añadía con un eco fantasmal—. ¿Por qué lo hiciste?
Las palabras, cargadas de un reproche silencioso, resonaron en su mente. Jeff, que siempre se había mostrado indiferente a todo, sintió cómo sus manos comenzaban a temblar. El cuchillo que sostenía firmemente ahora parecía pesado. La sangre en sus manos, antes un símbolo de su poder, ahora solo le recordaba lo que había hecho.
—Nunca te perdonaremos... —susurraron sus padres al unísono, con voces rotas que se clavaban en su alma.
Jeff retrocedió instintivamente, sus ojos fijos en esos dos rostros deformados, llenos de una ira tranquila, pero profunda. Apretó los dientes, intentando convencerse de que no era real. Pero en el fondo, sabía que esta pesadilla, esta visión de sus padres, era su mayor temor.
—No... —murmuró, su voz apenas un susurro—. Esto no es real... ¡NO ES REAL!
Pero sus padres continuaron avanzando hacia él, con los ojos llenos de dolor y condena. Jeff, por primera vez, sintió el verdadero terror. No el miedo a la muerte, ni a la violencia, sino algo mucho peor: la idea de que jamás sería perdonado por las personas que lo trajeron al mundo.
—Nunca te perdonaremos, Jeff... —repitieron con voces heladas, mientras el asesino, ahora acorralado por sus propios demonios, sentía cómo su mundo se derrumbaba.
#Inkfest DIA 19
[Liu.Woods]
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