Caminaba lentamente por las bulliciosas calles de Nueva York, con el ruido constante de los automóviles y el murmullo de las conversaciones a su alrededor. Los rascacielos se alzaban imponentes sobre él, reflejando las luces de los neones y las pantallas gigantes que iluminaban la noche. A pesar del ajetreo de la ciudad, sus pensamientos estaban lejos, perdidos en los recuerdos de días pasados y en las decisiones que aún tenía que tomar. A medida que avanzaba, el viento frío acariciaba su rostro, haciéndole ajustar el abrigo mientras observaba a la gente pasar, cada uno envuelto en su propia vida, en su propio ritmo.
De repente, tenía sed. Quería tomar algo, así que fui al primer bar a beber algo. Me senté en una mesa y pedí una Coca-Cola.