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Había sido tedioso, pero ya casi había recuperado todas sus fuerzas. El zorro era un uno con la naturaleza, y es con ella cuando se sentía más centrado, más sereno.

Bajo aquella cascada sentía como si su cuerpo se enraizaran en la tierra, manteniéndolo sujeto en el aquí y ahora. Había sobrevivido, por primera vez había sentido la suave caricia de la muerte llamándole. El agua arrastraba esos pensamientos de temor, de venganza irrefrenable. Aquel Ōmukade se las vería con él más pronto que tarde. El Kitsune, guardián de su bosque, caminante entre lo visible y lo invisible. Esta vez él era el cazador, y el demonio escalopendra era su mal aventurada presa.
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