Esa noche el zorro no llegó a casa...
Lo habían tomado por sorpresa. Si de algo se le podía acusar a Kazuo, era a veces de confiado. Esa noche después del festival caminaba por el bosque rumbo a su templo, con aire jovial y despreocupado.
Comenzó a llover, parecía una premonición a lo que se iba a acontecer. La lluvia impidió que lo pudiese oler, no le dio tiempo ha reaccionar. De las sombras un montruoso Ōmukade emergió atrapándolo entre sus afiladas fauces. Era enorme, tran grande como una hilera de nueve carros tirados por bestias. Este clavó sus afilados colmillos de sierra en el zorro, inyectándole su mortal veneno en su corriente sanguínea. El zorro en un intento desesperado clava sus garras en uno de sus ojos, dejando salir sus llamas azules, aquella que ardían sobre todo lo maligno.
Finalmente el Ōmukade soltó al zorro de un latigazo, haciéndole rodar por el suelo. El simple ataque de este es suficiente para que el demonio con cuerpo de escalopendra se marchará a las profundidades del bosque.
Kazuo no podía transformase, ese veneno ponzoñoso lo impedía. Bien es sabido que aquello no lo mataría, pero aún así este llace inconsciente sobre el empapado suelo, mientras su sangre se mezclaban con el barro bajo su cuerpo.
Quedó allí tendido, únicamente acompañado por la fría lluvia y oscuridad del bosque.
Lo habían tomado por sorpresa. Si de algo se le podía acusar a Kazuo, era a veces de confiado. Esa noche después del festival caminaba por el bosque rumbo a su templo, con aire jovial y despreocupado.
Comenzó a llover, parecía una premonición a lo que se iba a acontecer. La lluvia impidió que lo pudiese oler, no le dio tiempo ha reaccionar. De las sombras un montruoso Ōmukade emergió atrapándolo entre sus afiladas fauces. Era enorme, tran grande como una hilera de nueve carros tirados por bestias. Este clavó sus afilados colmillos de sierra en el zorro, inyectándole su mortal veneno en su corriente sanguínea. El zorro en un intento desesperado clava sus garras en uno de sus ojos, dejando salir sus llamas azules, aquella que ardían sobre todo lo maligno.
Finalmente el Ōmukade soltó al zorro de un latigazo, haciéndole rodar por el suelo. El simple ataque de este es suficiente para que el demonio con cuerpo de escalopendra se marchará a las profundidades del bosque.
Kazuo no podía transformase, ese veneno ponzoñoso lo impedía. Bien es sabido que aquello no lo mataría, pero aún así este llace inconsciente sobre el empapado suelo, mientras su sangre se mezclaban con el barro bajo su cuerpo.
Quedó allí tendido, únicamente acompañado por la fría lluvia y oscuridad del bosque.
Esa noche el zorro no llegó a casa...
Lo habían tomado por sorpresa. Si de algo se le podía acusar a Kazuo, era a veces de confiado. Esa noche después del festival caminaba por el bosque rumbo a su templo, con aire jovial y despreocupado.
Comenzó a llover, parecía una premonición a lo que se iba a acontecer. La lluvia impidió que lo pudiese oler, no le dio tiempo ha reaccionar. De las sombras un montruoso Ōmukade emergió atrapándolo entre sus afiladas fauces. Era enorme, tran grande como una hilera de nueve carros tirados por bestias. Este clavó sus afilados colmillos de sierra en el zorro, inyectándole su mortal veneno en su corriente sanguínea. El zorro en un intento desesperado clava sus garras en uno de sus ojos, dejando salir sus llamas azules, aquella que ardían sobre todo lo maligno.
Finalmente el Ōmukade soltó al zorro de un latigazo, haciéndole rodar por el suelo. El simple ataque de este es suficiente para que el demonio con cuerpo de escalopendra se marchará a las profundidades del bosque.
Kazuo no podía transformase, ese veneno ponzoñoso lo impedía. Bien es sabido que aquello no lo mataría, pero aún así este llace inconsciente sobre el empapado suelo, mientras su sangre se mezclaban con el barro bajo su cuerpo.
Quedó allí tendido, únicamente acompañado por la fría lluvia y oscuridad del bosque.