Fondo Musical: https://www.youtube.com/watch?v=p2dpskiuTvo
Malvarrosada de mágica runa, cuna rebelde en tus extrañadas cumbres de entrañas abiertas; es en este eclipse de bienaventuranza en el que recito la venia que enseñaste a mi familia como siempre lo has esperado. Rito tras rito en tu arribo, inmaculada como la más agraciada de las bestias. Desde que te reconocí, te convertiste en la razón de nuestra abundancia, a pesar de las carencias. Tu rostro cabalga a los ayeres siderales de los recuerdos más excelsos que tenemos. Cuadro tras cuadro en el que perdura tu estampa; emperatriz nuestra.
¿Cuándo alcanzaremos el país donde los Nunca Jamás son sólo invenciones de historias de adultos sin imaginación, ni reglas de fina estampa? Porque los adultos amoldan a sus mentes, con yerros a fuego vivo, tan sólo para complacer a los parásitos ingratos que los gobiernan. Contigo basta el parpadeo de una solariega imagen, anclada a las ancas de ranas que se entrevén en las paredes del avivado palacio, que se encuentra sobre la piedra del río en el que pincelaste tus escudos y prudencias.
No persiste en ti más que el perdón de los dolientes que te rezan. Otros más te repudian, otros más te alcanzan, otros más se agitan en el recodo de los retazos de los tapices y ápices en los que se debaten la razón de tu existencia. ¿Quién eres, tu perla de luz, venidera desde el juicio del océano de arena?
Abusas de tu integridad, mi nombre, mi llamado. Mi esperanza es tu presencia ante la mesa en la que descansas raras veces. Te amamos con nuestras bocas, lenguas, los cordeles e instrumentos del placer que es para ti ser devorada. Tu carne, tu pagana música, aumenta cada vez, cada tanto, en cada sigilo que anuncias a tus crías de largas orejas, extremidades retorcidas. Cola de cabra, voz de león. Un ritual de sangre donde pereces y renaces cada vez, tanto en tanto, otra vez en tus visitas. En los labios de mi Abuela existes en los Para Siempre. Te recito, como un cuento, y, ella, me enseña tus oraciones. Tu fantasmal música de fantasía con la que me arrullaba antes de convertirse en el espectro de mi caja musical.
Ambos te llamamos Den Phelasphazyo; Imthár ylz Ghemelthann. La misma Sapiencia encarnada que cortó su garganta para dar bienvenida a mi progenitor, ese que se aparearía con ella mucho antes de ella morir por el éxtasis. La Sapiencia del valor que retiene a mi madre cuando nos alimenta con el calor de tus bendecidas carnes con aroma a ceniza, a hueso y a sol; la Sapiencia del dolor que nos envuelve y que predicamos como noble leyenda.
La Sapiencia de la esperanza de nacer de tu rebelde imaginario.
La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia de ser coronada en cada voz, cada voto, cada redoble de tambores en las pinturas y representaciones de nuestras catorce sagradas sangrientas y quince lunas tristes. Tú y sólo tú, virginal doncella, eres un misterio en el cosmogénesis de esta ufanada euforia, en la que recitamos tus alabeos de sidéreos amores y amalgamas presentes. Sobre nuestra piel de desnudado eco, en el que escribes tu propia selección de Do-Re-mi-Fa-Sol.
Escribes tus lunares y tus rosadas lunas de santificados infartos y anunciadas guerras desde el fin y el principio de los tiempos. Somos tus rituales de sangre, eco de una diosa aparecida sobre una montaña adornada con cadáveres de flores. Tan ácidos como esa miel de abeja enlazada a los limones de destrozados arbustos de piedras y sangre. Remedio para la peste en la que te has convertido para el resto de los vivientes que sollozan en esta aldea. Los que huyen de tu nombre y tu aniñada juventud.
Malvarrosada de mágica runa, cuna rebelde en tus extrañadas cumbres de entrañas abiertas; es en este eclipse de bienaventuranza en el que recito la venia que enseñaste a mi familia como siempre lo has esperado. Rito tras rito en tu arribo, inmaculada como la más agraciada de las bestias. Desde que te reconocí, te convertiste en la razón de nuestra abundancia, a pesar de las carencias. Tu rostro cabalga a los ayeres siderales de los recuerdos más excelsos que tenemos. Cuadro tras cuadro en el que perdura tu estampa; emperatriz nuestra.
¿Cuándo alcanzaremos el país donde los Nunca Jamás son sólo invenciones de historias de adultos sin imaginación, ni reglas de fina estampa? Porque los adultos amoldan a sus mentes, con yerros a fuego vivo, tan sólo para complacer a los parásitos ingratos que los gobiernan. Contigo basta el parpadeo de una solariega imagen, anclada a las ancas de ranas que se entrevén en las paredes del avivado palacio, que se encuentra sobre la piedra del río en el que pincelaste tus escudos y prudencias.
No persiste en ti más que el perdón de los dolientes que te rezan. Otros más te repudian, otros más te alcanzan, otros más se agitan en el recodo de los retazos de los tapices y ápices en los que se debaten la razón de tu existencia. ¿Quién eres, tu perla de luz, venidera desde el juicio del océano de arena?
Abusas de tu integridad, mi nombre, mi llamado. Mi esperanza es tu presencia ante la mesa en la que descansas raras veces. Te amamos con nuestras bocas, lenguas, los cordeles e instrumentos del placer que es para ti ser devorada. Tu carne, tu pagana música, aumenta cada vez, cada tanto, en cada sigilo que anuncias a tus crías de largas orejas, extremidades retorcidas. Cola de cabra, voz de león. Un ritual de sangre donde pereces y renaces cada vez, tanto en tanto, otra vez en tus visitas. En los labios de mi Abuela existes en los Para Siempre. Te recito, como un cuento, y, ella, me enseña tus oraciones. Tu fantasmal música de fantasía con la que me arrullaba antes de convertirse en el espectro de mi caja musical.
Ambos te llamamos Den Phelasphazyo; Imthár ylz Ghemelthann. La misma Sapiencia encarnada que cortó su garganta para dar bienvenida a mi progenitor, ese que se aparearía con ella mucho antes de ella morir por el éxtasis. La Sapiencia del valor que retiene a mi madre cuando nos alimenta con el calor de tus bendecidas carnes con aroma a ceniza, a hueso y a sol; la Sapiencia del dolor que nos envuelve y que predicamos como noble leyenda.
La Sapiencia de la esperanza de nacer de tu rebelde imaginario.
La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia de ser coronada en cada voz, cada voto, cada redoble de tambores en las pinturas y representaciones de nuestras catorce sagradas sangrientas y quince lunas tristes. Tú y sólo tú, virginal doncella, eres un misterio en el cosmogénesis de esta ufanada euforia, en la que recitamos tus alabeos de sidéreos amores y amalgamas presentes. Sobre nuestra piel de desnudado eco, en el que escribes tu propia selección de Do-Re-mi-Fa-Sol.
Escribes tus lunares y tus rosadas lunas de santificados infartos y anunciadas guerras desde el fin y el principio de los tiempos. Somos tus rituales de sangre, eco de una diosa aparecida sobre una montaña adornada con cadáveres de flores. Tan ácidos como esa miel de abeja enlazada a los limones de destrozados arbustos de piedras y sangre. Remedio para la peste en la que te has convertido para el resto de los vivientes que sollozan en esta aldea. Los que huyen de tu nombre y tu aniñada juventud.
Fondo Musical: https://www.youtube.com/watch?v=p2dpskiuTvo
Malvarrosada de mágica runa, cuna rebelde en tus extrañadas cumbres de entrañas abiertas; es en este eclipse de bienaventuranza en el que recito la venia que enseñaste a mi familia como siempre lo has esperado. Rito tras rito en tu arribo, inmaculada como la más agraciada de las bestias. Desde que te reconocí, te convertiste en la razón de nuestra abundancia, a pesar de las carencias. Tu rostro cabalga a los ayeres siderales de los recuerdos más excelsos que tenemos. Cuadro tras cuadro en el que perdura tu estampa; emperatriz nuestra.
¿Cuándo alcanzaremos el país donde los Nunca Jamás son sólo invenciones de historias de adultos sin imaginación, ni reglas de fina estampa? Porque los adultos amoldan a sus mentes, con yerros a fuego vivo, tan sólo para complacer a los parásitos ingratos que los gobiernan. Contigo basta el parpadeo de una solariega imagen, anclada a las ancas de ranas que se entrevén en las paredes del avivado palacio, que se encuentra sobre la piedra del río en el que pincelaste tus escudos y prudencias.
No persiste en ti más que el perdón de los dolientes que te rezan. Otros más te repudian, otros más te alcanzan, otros más se agitan en el recodo de los retazos de los tapices y ápices en los que se debaten la razón de tu existencia. ¿Quién eres, tu perla de luz, venidera desde el juicio del océano de arena?
Abusas de tu integridad, mi nombre, mi llamado. Mi esperanza es tu presencia ante la mesa en la que descansas raras veces. Te amamos con nuestras bocas, lenguas, los cordeles e instrumentos del placer que es para ti ser devorada. Tu carne, tu pagana música, aumenta cada vez, cada tanto, en cada sigilo que anuncias a tus crías de largas orejas, extremidades retorcidas. Cola de cabra, voz de león. Un ritual de sangre donde pereces y renaces cada vez, tanto en tanto, otra vez en tus visitas. En los labios de mi Abuela existes en los Para Siempre. Te recito, como un cuento, y, ella, me enseña tus oraciones. Tu fantasmal música de fantasía con la que me arrullaba antes de convertirse en el espectro de mi caja musical.
Ambos te llamamos Den Phelasphazyo; Imthár ylz Ghemelthann. La misma Sapiencia encarnada que cortó su garganta para dar bienvenida a mi progenitor, ese que se aparearía con ella mucho antes de ella morir por el éxtasis. La Sapiencia del valor que retiene a mi madre cuando nos alimenta con el calor de tus bendecidas carnes con aroma a ceniza, a hueso y a sol; la Sapiencia del dolor que nos envuelve y que predicamos como noble leyenda.
La Sapiencia de la esperanza de nacer de tu rebelde imaginario.
La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia. La Sapiencia de ser coronada en cada voz, cada voto, cada redoble de tambores en las pinturas y representaciones de nuestras catorce sagradas sangrientas y quince lunas tristes. Tú y sólo tú, virginal doncella, eres un misterio en el cosmogénesis de esta ufanada euforia, en la que recitamos tus alabeos de sidéreos amores y amalgamas presentes. Sobre nuestra piel de desnudado eco, en el que escribes tu propia selección de Do-Re-mi-Fa-Sol.
Escribes tus lunares y tus rosadas lunas de santificados infartos y anunciadas guerras desde el fin y el principio de los tiempos. Somos tus rituales de sangre, eco de una diosa aparecida sobre una montaña adornada con cadáveres de flores. Tan ácidos como esa miel de abeja enlazada a los limones de destrozados arbustos de piedras y sangre. Remedio para la peste en la que te has convertido para el resto de los vivientes que sollozan en esta aldea. Los que huyen de tu nombre y tu aniñada juventud.