*Hace años conocí a un mortal peculiar, se lograba distinguir entre miles de ellos, los aldeanos decían que fue marcado por Dios debido a su don; sin embargo, era despreciado por dicha manera de ser.
Logré establecerme por unos cuantos meses en aquel lugar, donde viví en concordia, el joven era bastante curioso, más de una ocasión me di cuenta de su presencia, siguiéndome sigilosamente, a cualquier lugar al que iba, supo inmediatamente que era yo, sus enormes orbes oscuros me lo dijeron en el momento que mis pies tocaron esta tierra. Al paso de los días la primera conversación de varias, se dio, su nombre era Navine, le faltaban unos cuantos meses para cumplir 17 y vivía con sus abuelos enfermos en lo más alto del sitio. 
Respondí a unas cuantas dudas, llamando mi atención un par de preguntas. *

— ¿Eres la muerte?
— Tal vez. 
— ¿Veré a mi madre cuando muera?
— Tal vez.

*Esa fue mi contestación, seguí mi camino a casa y lo vi quedarse atrás, dio media vuelta con una sonrisa tímida en los labios, marchándose de nuevo a su destino con un tal vez que salió de mi boca.  El tiempo no se detuvo, las noches se hicieron cortas y la presencia de Navine hacía falta, me acostumbré a sus preguntas e historias infantiles, no pude evitar preocuparme, desvaneciendo mi cuerpo, tomé el viento como medio de transporte, siendo ese humo ligero guiada por el sendero y las pequeñas luces de las luciérnagas que danzaban armoniosamente, entré por las rejillas de aquella casa vieja y apolillada, el joven estaba postrado sobre una cama individual, ambos abuelos oraban por su sanación. 

El alado que lo protegía no me permitió acercarme a él, el ser el rey demonio de las almas perdidas me limitaba a muchas cosas, tomé la apariencia de aquella madre amorosa de la que me habló, permitiendo que solo esos ojos oscuros pudieran ver, las palabras de aliento salieron, confortando los últimos instantes de vida en esta tierra del menor. El alado que seguía tomando la mano del Navine, estaba confundido, yo era un demonio, que estaba a la presencia de un alma pura, el joven mortal sonrió viéndome, soltó aquel aliento largo y pocos segundos después se fue. El llanto de los abuelos se dejó escuchar, primero su hija y ahora su adorado nieto. 

Yo, solo me mantuve unos cuantos días ahí, después... seguí mi camino, como de costumbre. *
*Hace años conocí a un mortal peculiar, se lograba distinguir entre miles de ellos, los aldeanos decían que fue marcado por Dios debido a su don; sin embargo, era despreciado por dicha manera de ser. Logré establecerme por unos cuantos meses en aquel lugar, donde viví en concordia, el joven era bastante curioso, más de una ocasión me di cuenta de su presencia, siguiéndome sigilosamente, a cualquier lugar al que iba, supo inmediatamente que era yo, sus enormes orbes oscuros me lo dijeron en el momento que mis pies tocaron esta tierra. Al paso de los días la primera conversación de varias, se dio, su nombre era Navine, le faltaban unos cuantos meses para cumplir 17 y vivía con sus abuelos enfermos en lo más alto del sitio.  Respondí a unas cuantas dudas, llamando mi atención un par de preguntas. * — ¿Eres la muerte? — Tal vez.  — ¿Veré a mi madre cuando muera? — Tal vez. *Esa fue mi contestación, seguí mi camino a casa y lo vi quedarse atrás, dio media vuelta con una sonrisa tímida en los labios, marchándose de nuevo a su destino con un tal vez que salió de mi boca.  El tiempo no se detuvo, las noches se hicieron cortas y la presencia de Navine hacía falta, me acostumbré a sus preguntas e historias infantiles, no pude evitar preocuparme, desvaneciendo mi cuerpo, tomé el viento como medio de transporte, siendo ese humo ligero guiada por el sendero y las pequeñas luces de las luciérnagas que danzaban armoniosamente, entré por las rejillas de aquella casa vieja y apolillada, el joven estaba postrado sobre una cama individual, ambos abuelos oraban por su sanación.  El alado que lo protegía no me permitió acercarme a él, el ser el rey demonio de las almas perdidas me limitaba a muchas cosas, tomé la apariencia de aquella madre amorosa de la que me habló, permitiendo que solo esos ojos oscuros pudieran ver, las palabras de aliento salieron, confortando los últimos instantes de vida en esta tierra del menor. El alado que seguía tomando la mano del Navine, estaba confundido, yo era un demonio, que estaba a la presencia de un alma pura, el joven mortal sonrió viéndome, soltó aquel aliento largo y pocos segundos después se fue. El llanto de los abuelos se dejó escuchar, primero su hija y ahora su adorado nieto.  Yo, solo me mantuve unos cuantos días ahí, después... seguí mi camino, como de costumbre. *
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