ℳℴ𝓃ℴ𝓇ℴ𝓁 :
Archibald despertó con un golpe en la puerta. Un sirviente entró apresurado.

—Milord, el rey ha muerto. El consejo se reúne de inmediato.

Archibald permaneció en silencio un instante. El joven rey, justo y querido, había sido un obstáculo. Ahora, ese obstáculo había desaparecido.

—Gracias. Prepara mi ropa —dijo sin emoción.

Mientras se vestía, sentía una creciente satisfacción, pero su rostro seguía siendo impenetrable. El consejo lo esperaba, y Archibald ya tenía sus propios planes.


Archibald entró al salón del consejo, donde los consejeros ya lo esperaban, todos reunidos alrededor de la gran mesa de mármol. El ambiente estaba cargado de tensión, las caras sombrías. Solo faltaba la consejera real, ausente en ese momento crucial.

—Estamos todos, menos Lady Agatha —dijo uno de los consejeros, con la voz apagada.

Archibald tomó asiento, su rostro tan impasible como antes. Observó las caras de sus colegas, todos conmocionados por la muerte del joven rey. En su interior, sin embargo, solo había calma. Esto era lo que había esperado.

—No podemos esperar más —dijo, con voz firme—. El reino necesita dirección. ¿Qué proponemos?

Mientras los demás debatían, Archibald se inclinó ligeramente hacia adelante, escuchando, calculando. Sabía que el momento para su jugada aún no había llegado, pero el poder estaba más cerca que nunca.

Archibald observó cómo los consejeros murmuraban entre ellos, la ausencia de Agatha pesando en la sala. Finalmente, uno de ellos habló.

—No podemos tomar decisiones sin la consejera real —dijo, preocupado.

Archibald alzó una mano con calma, su mirada fría pero calculada.

—Debemos centrarnos en lo esencial —dijo con serenidad—. Lo primero es leer la última voluntad del rey. Es probable que allí encontremos quién ha sido designado como su reemplazo.

Los consejeros intercambiaron miradas, algunos asintiendo lentamente, pero la inquietud aún se sentía en el aire. Archibald mantenía su fachada imperturbable, aunque en su interior estaba seguro de que ese documento definiría el siguiente paso... y su oportunidad.

Los guardias entraron con solemnidad, llevando un pergamino sellado con el emblema real. Todos los ojos en la sala se clavaron en el documento, que uno de los guardias entregó con cuidado a una de las consejeras.

Ella rompió el sello y desplegó la carta. Su voz tembló al comenzar a leer:

—"A mis consejeros más fieles, en caso de mi muerte inesperada, dejo clara mi última voluntad..."

El silencio se apoderó de la sala. Los ojos de Archibald permanecieron fijos en la consejera mientras ella continuaba.

—"...que Archibald, miembro honorable del consejo, asuma el cargo de regente y guíe al reino hasta que un nuevo monarca sea designado."

La sala quedó en completo silencio. Las miradas se volvieron hacia Archibald, quien no mostró ni un atisbo de sorpresa. Inclinó la cabeza levemente.

—Cumpliré con este deber —dijo, su voz firme pero tranquila.

Por dentro, la satisfacción que sentía era inmensa. El poder que tanto deseaba ahora estaba al alcance de su mano.

Un murmullo inquieto recorrió la sala. Barristan fue el primero en levantarse de su asiento, con los ojos encendidos de indignación.

—¡Esto es una farsa! —exclamó, golpeando la mesa con el puño—. Todos sabíamos que el rey confiaba en Agatha para tomar el cargo si algo le ocurría. Jamás hubiera nombrado a Archibald.

Adelaida, más serena pero igualmente firme, asintió con la cabeza.

—El rey siempre admiró la sabiduría y justicia de Agatha. No puedo aceptar que esta carta sea auténtica sin su presencia aquí. Es demasiado sospechoso que no haya sido informada de inmediato.

Archibald los observó en silencio, manteniendo su compostura. Se inclinó ligeramente hacia adelante, clavando su mirada en ambos.

—Entiendo sus preocupaciones —dijo, su voz tranquila—, pero la carta lleva el sello real, y los guardias la han traído directamente desde las cámaras del rey. Si desean impugnar la autenticidad de su última voluntad, les sugiero que lo hagan con pruebas, no con suposiciones.

Barristan y Adelaida intercambiaron una mirada, pero la duda ya había sido sembrada en el resto de los consejeros. Archibald lo sabía. La ausencia de Agatha y la aparición repentina de la carta serían suficientes para mantener el conflicto en el aire, dándole más tiempo para consolidar su posición.

Barristan se levantó de nuevo, esta vez con la voz aún más firme.

—Esto es una blasfemia contra la memoria del rey. ¡Traición, al menos! —gritó, señalando a Archibald con furia—. No permitiré que el reino caiga en las manos de alguien que ha forjado la voluntad de nuestro monarca.

Adelaida, más calmada pero igual de resuelta, se unió.

—No podemos ignorar lo que sabemos del rey. Esto debe ser investigado. No podemos confiar en un documento que aparece justo en el momento más oportuno para Archibald, y sin la presencia de Agatha.

Los demás consejeros, vacilantes al principio, empezaron a intercambiar miradas. Barristan, impaciente, giró hacia los guardias.

—¡Arresten a Archibald! —ordenó, su voz resonando en la sala.

Pero los guardias no se movieron. Se miraron entre ellos, inseguros, esperando una señal de alguien más alto en autoridad. El salón quedó en un tenso silencio, mientras los consejeros evaluaban la situación.

Archibald, con una sonrisa apenas perceptible, aprovechó el momento.

—Si hay dudas, entonces propongo una solución —dijo con calma—. Votemos por la regencia aquí mismo. Que el consejo decida quién debe guiar al reino hasta la llegada de Agatha... si es que eso importa ya.

Los consejeros se tensaron ante sus últimas palabras, pero Archibald continuó, su tono sereno pero contundente.

—El reino necesita más que una regencia temporal. Necesita un líder que pueda tomar las riendas de inmediato y de manera definitiva. Si soy elegido hoy, asumiré el trono como rey, con total autoridad. No habrá vuelta atrás, ni siquiera con la llegada de Agatha. El consejo debe decidir ahora, para la estabilidad del reino.

La propuesta cayó como un jarro de agua fría en la sala. Barristan y Adelaida intercambiaron miradas incrédulas, pero sabían que las palabras de Archibald tenían peso. Si ganaba la votación, su poder sería absoluto.

Uno a uno, los consejeros emitieron sus votos. Solo Barristan y Adelaida se opusieron con firmeza, pero su resistencia fue en vano. Los otros cinco, buscando evitar más caos y mantener el equilibrio, votaron a favor de Archibald.

—La mayoría ha hablado —dijo Archibald, levantándose con una leve reverencia, ahora ya sin ocultar su satisfacción—. Asumo el trono no solo como regente, sino como rey de este reino.

Los guardias se alinearon a su lado, reconociendo su nueva autoridad. Barristan y Adelaida, derrotados, quedaron en silencio. Incluso si Agatha llegaba, ya nada podría revertir la decisión del consejo. Archibald había ganado.

Con la votación concluida, Archibald se alzó, su figura imponente iluminada por la luz que entraba por las ventanas del consejo.

—Como rey de este reino —anunció con firmeza—, he decidido que Barristan y Adelaida serán removidos de sus cargos como consejeros. Su oposición al proceso y su intento de sembrar la discordia en un momento tan crítico no pueden ser tolerados.

Los murmullos recorrieron la sala. Barristan y Adelaida intercambiaron miradas de incredulidad y furia, pero Archibald continuó.

—Serán arrestados y confinados en sus alcobas bajo vigilancia estricta. No permitiré que su deslealtad ponga en peligro la estabilidad de mi reinado.

Los guardias se movieron rápidamente hacia los consejeros, quienes intentaron protestar.

—¡Esto es un abuso de poder! —gritó Barristan, forcejeando mientras lo apresaban.

—¡No pueden hacer esto! —añadió Adelaida, su voz llena de indignación.

Archibald los miró con frialdad, sin titubear.

—Mis decisiones son por el bien del reino. No se puede permitir que continúen obstaculizando el progreso. Llévenlos a sus alcobas, y asegúrense de que nadie los moleste.

Los guardias, con firmeza, escoltaron a Barristan y Adelaida fuera del salón, ignorando sus gritos y protestas. Archibald, ahora solo en el consejo, se volvió hacia los otros consejeros, que lo miraban con una mezcla de respeto y temor.

—Este reino necesita un liderazgo decidido —dijo, su voz resonando en la sala—. Estoy aquí para asegurar su prosperidad y estabilidad. Juntos, forjaremos un nuevo camino.

Los consejeros asintieron, y la atmósfera de incertidumbre comenzó a disiparse. Archibald se sentó en el trono, sintiendo el peso de su nueva posición, pero también la satisfacción de haber eliminado a sus oponentes. Con Barristan y Adelaida fuera de la ecuación, su reinado podría comenzar en serio.
ℳℴ𝓃ℴ𝓇ℴ𝓁 : Archibald despertó con un golpe en la puerta. Un sirviente entró apresurado. —Milord, el rey ha muerto. El consejo se reúne de inmediato. Archibald permaneció en silencio un instante. El joven rey, justo y querido, había sido un obstáculo. Ahora, ese obstáculo había desaparecido. —Gracias. Prepara mi ropa —dijo sin emoción. Mientras se vestía, sentía una creciente satisfacción, pero su rostro seguía siendo impenetrable. El consejo lo esperaba, y Archibald ya tenía sus propios planes. Archibald entró al salón del consejo, donde los consejeros ya lo esperaban, todos reunidos alrededor de la gran mesa de mármol. El ambiente estaba cargado de tensión, las caras sombrías. Solo faltaba la consejera real, ausente en ese momento crucial. —Estamos todos, menos Lady Agatha —dijo uno de los consejeros, con la voz apagada. Archibald tomó asiento, su rostro tan impasible como antes. Observó las caras de sus colegas, todos conmocionados por la muerte del joven rey. En su interior, sin embargo, solo había calma. Esto era lo que había esperado. —No podemos esperar más —dijo, con voz firme—. El reino necesita dirección. ¿Qué proponemos? Mientras los demás debatían, Archibald se inclinó ligeramente hacia adelante, escuchando, calculando. Sabía que el momento para su jugada aún no había llegado, pero el poder estaba más cerca que nunca. Archibald observó cómo los consejeros murmuraban entre ellos, la ausencia de Agatha pesando en la sala. Finalmente, uno de ellos habló. —No podemos tomar decisiones sin la consejera real —dijo, preocupado. Archibald alzó una mano con calma, su mirada fría pero calculada. —Debemos centrarnos en lo esencial —dijo con serenidad—. Lo primero es leer la última voluntad del rey. Es probable que allí encontremos quién ha sido designado como su reemplazo. Los consejeros intercambiaron miradas, algunos asintiendo lentamente, pero la inquietud aún se sentía en el aire. Archibald mantenía su fachada imperturbable, aunque en su interior estaba seguro de que ese documento definiría el siguiente paso... y su oportunidad. Los guardias entraron con solemnidad, llevando un pergamino sellado con el emblema real. Todos los ojos en la sala se clavaron en el documento, que uno de los guardias entregó con cuidado a una de las consejeras. Ella rompió el sello y desplegó la carta. Su voz tembló al comenzar a leer: —"A mis consejeros más fieles, en caso de mi muerte inesperada, dejo clara mi última voluntad..." El silencio se apoderó de la sala. Los ojos de Archibald permanecieron fijos en la consejera mientras ella continuaba. —"...que Archibald, miembro honorable del consejo, asuma el cargo de regente y guíe al reino hasta que un nuevo monarca sea designado." La sala quedó en completo silencio. Las miradas se volvieron hacia Archibald, quien no mostró ni un atisbo de sorpresa. Inclinó la cabeza levemente. —Cumpliré con este deber —dijo, su voz firme pero tranquila. Por dentro, la satisfacción que sentía era inmensa. El poder que tanto deseaba ahora estaba al alcance de su mano. Un murmullo inquieto recorrió la sala. Barristan fue el primero en levantarse de su asiento, con los ojos encendidos de indignación. —¡Esto es una farsa! —exclamó, golpeando la mesa con el puño—. Todos sabíamos que el rey confiaba en Agatha para tomar el cargo si algo le ocurría. Jamás hubiera nombrado a Archibald. Adelaida, más serena pero igualmente firme, asintió con la cabeza. —El rey siempre admiró la sabiduría y justicia de Agatha. No puedo aceptar que esta carta sea auténtica sin su presencia aquí. Es demasiado sospechoso que no haya sido informada de inmediato. Archibald los observó en silencio, manteniendo su compostura. Se inclinó ligeramente hacia adelante, clavando su mirada en ambos. —Entiendo sus preocupaciones —dijo, su voz tranquila—, pero la carta lleva el sello real, y los guardias la han traído directamente desde las cámaras del rey. Si desean impugnar la autenticidad de su última voluntad, les sugiero que lo hagan con pruebas, no con suposiciones. Barristan y Adelaida intercambiaron una mirada, pero la duda ya había sido sembrada en el resto de los consejeros. Archibald lo sabía. La ausencia de Agatha y la aparición repentina de la carta serían suficientes para mantener el conflicto en el aire, dándole más tiempo para consolidar su posición. Barristan se levantó de nuevo, esta vez con la voz aún más firme. —Esto es una blasfemia contra la memoria del rey. ¡Traición, al menos! —gritó, señalando a Archibald con furia—. No permitiré que el reino caiga en las manos de alguien que ha forjado la voluntad de nuestro monarca. Adelaida, más calmada pero igual de resuelta, se unió. —No podemos ignorar lo que sabemos del rey. Esto debe ser investigado. No podemos confiar en un documento que aparece justo en el momento más oportuno para Archibald, y sin la presencia de Agatha. Los demás consejeros, vacilantes al principio, empezaron a intercambiar miradas. Barristan, impaciente, giró hacia los guardias. —¡Arresten a Archibald! —ordenó, su voz resonando en la sala. Pero los guardias no se movieron. Se miraron entre ellos, inseguros, esperando una señal de alguien más alto en autoridad. El salón quedó en un tenso silencio, mientras los consejeros evaluaban la situación. Archibald, con una sonrisa apenas perceptible, aprovechó el momento. —Si hay dudas, entonces propongo una solución —dijo con calma—. Votemos por la regencia aquí mismo. Que el consejo decida quién debe guiar al reino hasta la llegada de Agatha... si es que eso importa ya. Los consejeros se tensaron ante sus últimas palabras, pero Archibald continuó, su tono sereno pero contundente. —El reino necesita más que una regencia temporal. Necesita un líder que pueda tomar las riendas de inmediato y de manera definitiva. Si soy elegido hoy, asumiré el trono como rey, con total autoridad. No habrá vuelta atrás, ni siquiera con la llegada de Agatha. El consejo debe decidir ahora, para la estabilidad del reino. La propuesta cayó como un jarro de agua fría en la sala. Barristan y Adelaida intercambiaron miradas incrédulas, pero sabían que las palabras de Archibald tenían peso. Si ganaba la votación, su poder sería absoluto. Uno a uno, los consejeros emitieron sus votos. Solo Barristan y Adelaida se opusieron con firmeza, pero su resistencia fue en vano. Los otros cinco, buscando evitar más caos y mantener el equilibrio, votaron a favor de Archibald. —La mayoría ha hablado —dijo Archibald, levantándose con una leve reverencia, ahora ya sin ocultar su satisfacción—. Asumo el trono no solo como regente, sino como rey de este reino. Los guardias se alinearon a su lado, reconociendo su nueva autoridad. Barristan y Adelaida, derrotados, quedaron en silencio. Incluso si Agatha llegaba, ya nada podría revertir la decisión del consejo. Archibald había ganado. Con la votación concluida, Archibald se alzó, su figura imponente iluminada por la luz que entraba por las ventanas del consejo. —Como rey de este reino —anunció con firmeza—, he decidido que Barristan y Adelaida serán removidos de sus cargos como consejeros. Su oposición al proceso y su intento de sembrar la discordia en un momento tan crítico no pueden ser tolerados. Los murmullos recorrieron la sala. Barristan y Adelaida intercambiaron miradas de incredulidad y furia, pero Archibald continuó. —Serán arrestados y confinados en sus alcobas bajo vigilancia estricta. No permitiré que su deslealtad ponga en peligro la estabilidad de mi reinado. Los guardias se movieron rápidamente hacia los consejeros, quienes intentaron protestar. —¡Esto es un abuso de poder! —gritó Barristan, forcejeando mientras lo apresaban. —¡No pueden hacer esto! —añadió Adelaida, su voz llena de indignación. Archibald los miró con frialdad, sin titubear. —Mis decisiones son por el bien del reino. No se puede permitir que continúen obstaculizando el progreso. Llévenlos a sus alcobas, y asegúrense de que nadie los moleste. Los guardias, con firmeza, escoltaron a Barristan y Adelaida fuera del salón, ignorando sus gritos y protestas. Archibald, ahora solo en el consejo, se volvió hacia los otros consejeros, que lo miraban con una mezcla de respeto y temor. —Este reino necesita un liderazgo decidido —dijo, su voz resonando en la sala—. Estoy aquí para asegurar su prosperidad y estabilidad. Juntos, forjaremos un nuevo camino. Los consejeros asintieron, y la atmósfera de incertidumbre comenzó a disiparse. Archibald se sentó en el trono, sintiendo el peso de su nueva posición, pero también la satisfacción de haber eliminado a sus oponentes. Con Barristan y Adelaida fuera de la ecuación, su reinado podría comenzar en serio.
Me shockea
Me gusta
Me encocora
4
0 turnos 0 maullidos 222 vistas
Patrocinados
Patrocinados