— No comprendo, ¿por qué lo veo así? ¿Por qué se va formando este sentimiento? Me aterra. No quiero que por ello se aleje, piense mal de mí, ya no quiera ser mi amigo. Maldito corazón que no puede estar tranquilo, sin dar vuelcos a su lado.

> El joven soltaba sus emociones en la soledad de un campo, de ese modo, sus lamentos serían escuchados y llevados por el viento, convertido en vendaval por la lluvia que se avecinó, empapando al cachorro de orejas a pies. Las lágrimas se confundían con las gotas de lluvia que caían por sus mejillas; la única señal de llanto era el enrojecimiento de sus ojos. Sentía que se ahogaba; no hallaba la forma de apaciguar el latir de su pecho, ese incesante latir de amor. Sus manos temblaban, sus piernas flaqueaban; consiguió la fuerza para no caer de rodillas, para no demostrar la debilidad que lo azotaba.

> Aplicaba fuerza al morder su labio, hiriendolo, combinándose ahora la transparencia de las lágrimas con el carmín de su sangre; el sabor metálico dominó su boca, pero poca importancia le prestó; toda atención se crentraba en ese confuso y claro sentimiento que aumentaba en su corazón. Su mente y ese órgano luchaban; uno gritaba que si funcionaría, que todo saldría bien; el otro, rompía esas ilusiones, diciéndole que no sea idiota, que finja, mienta, sea normal con los él.

— ¿Por qué?...
— No comprendo, ¿por qué lo veo así? ¿Por qué se va formando este sentimiento? Me aterra. No quiero que por ello se aleje, piense mal de mí, ya no quiera ser mi amigo. Maldito corazón que no puede estar tranquilo, sin dar vuelcos a su lado. > El joven soltaba sus emociones en la soledad de un campo, de ese modo, sus lamentos serían escuchados y llevados por el viento, convertido en vendaval por la lluvia que se avecinó, empapando al cachorro de orejas a pies. Las lágrimas se confundían con las gotas de lluvia que caían por sus mejillas; la única señal de llanto era el enrojecimiento de sus ojos. Sentía que se ahogaba; no hallaba la forma de apaciguar el latir de su pecho, ese incesante latir de amor. Sus manos temblaban, sus piernas flaqueaban; consiguió la fuerza para no caer de rodillas, para no demostrar la debilidad que lo azotaba. > Aplicaba fuerza al morder su labio, hiriendolo, combinándose ahora la transparencia de las lágrimas con el carmín de su sangre; el sabor metálico dominó su boca, pero poca importancia le prestó; toda atención se crentraba en ese confuso y claro sentimiento que aumentaba en su corazón. Su mente y ese órgano luchaban; uno gritaba que si funcionaría, que todo saldría bien; el otro, rompía esas ilusiones, diciéndole que no sea idiota, que finja, mienta, sea normal con los él. — ¿Por qué?...
Me entristece
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