—Le ha llegado un mensaje al móvil de parte de su jefa, concediéndole la tarde libre pues habría una fiesta por su cumpleaños en Andromeda. No iba a mentir, le sorprendió que no le tocase trabajar y, lo mejor de todo, estaba invitada a la fiesta de disfraces que se celebraría esa misma noche.

Irene no era el alma de la fiesta, prefería lugares tranquilos donde perderse como si fuese su propia gata, pero de vez en cuando se permitía el capricho de seguir al rebaño estudiantil. Así que rebuscó en su armario con cierta frustración al no encontrar nada decente que llevar a la fiesta. Hasta que lo vio: un sombrero que había pertenecido a su abuelo —como gran parte de su ropa, que tanto odiaba su madre— y que consiguió rescatar de la quema cuando éste murió. Se miró al espejo, combinándolo con una camisa de cuadros y unos vaqueros viejos, con un cigarrillo de liar que trataría de no fumarse y que le aguantase todo el tiempo posible sobre la oreja izquierda—.
—Le ha llegado un mensaje al móvil de parte de su jefa, concediéndole la tarde libre pues habría una fiesta por su cumpleaños en Andromeda. No iba a mentir, le sorprendió que no le tocase trabajar y, lo mejor de todo, estaba invitada a la fiesta de disfraces que se celebraría esa misma noche. Irene no era el alma de la fiesta, prefería lugares tranquilos donde perderse como si fuese su propia gata, pero de vez en cuando se permitía el capricho de seguir al rebaño estudiantil. Así que rebuscó en su armario con cierta frustración al no encontrar nada decente que llevar a la fiesta. Hasta que lo vio: un sombrero que había pertenecido a su abuelo —como gran parte de su ropa, que tanto odiaba su madre— y que consiguió rescatar de la quema cuando éste murió. Se miró al espejo, combinándolo con una camisa de cuadros y unos vaqueros viejos, con un cigarrillo de liar que trataría de no fumarse y que le aguantase todo el tiempo posible sobre la oreja izquierda—.
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