A pesar de la oscuridad que rodeaba la vida de Sofía, su espíritu de lucha no se apagó. Con cada día que pasaba, observaba a Daniel, estudiando sus rutinas, sus puntos débiles, y esperando una oportunidad. Sabía que debía actuar con inteligencia, pues cualquier error podía costarle caro.

Un día, mientras Daniel salía a abastecerse de provisiones, Sofía descubrió una pequeña ventana en la parte trasera de la cabaña que había estado bloqueada por años de polvo y madera. Con esfuerzo, logró aflojar las viejas tablas que la cubrían y, usando una pieza de metal oxidada que había encontrado en el sótano, las terminó de quitar poco a poco, sin hacer ruido.

Cuando Daniel regresó, todo parecía normal. Pero Sofía ya tenía un plan: fingiría estar más débil y sumisa, ganándose su confianza para que bajara la guardia. Con el paso de los días, su actuación surtió efecto. Daniel comenzó a relajarse, creyendo que Sofía finalmente había aceptado su destino. Una noche, cuando él bebió más de la cuenta, cayó profundamente dormido.

Aprovechando ese momento, Sofía tomó las llaves que él siempre mantenía consigo. Corrió hacia la puerta principal, pero en el último segundo, cambió de rumbo y fue hacia la ventana trasera que había preparado. Escapó por allí, deslizándose con sigilo hacia el bosque. Corrió durante horas, sin mirar atrás, guiándose por la luna y el sonido de un río cercano que había escuchado en varias ocasiones.

Finalmente, después de lo que le pareció una eternidad, encontró un pequeño pueblo. Exhausta, cubierta de barro y casi sin aliento, entró en una comisaría local. Al ver su estado, los oficiales la creyeron al instante. Sofía estaba libre. Daniel fue arrestado poco después, incapaz de escapar de las consecuencias de sus acciones.

Aunque el trauma la marcó profundamente, Sofía renació con su libertad, lista para empezar una nueva vida con su bebe, lejos de la sombra de su captor.

A pesar de la oscuridad que rodeaba la vida de Sofía, su espíritu de lucha no se apagó. Con cada día que pasaba, observaba a Daniel, estudiando sus rutinas, sus puntos débiles, y esperando una oportunidad. Sabía que debía actuar con inteligencia, pues cualquier error podía costarle caro. Un día, mientras Daniel salía a abastecerse de provisiones, Sofía descubrió una pequeña ventana en la parte trasera de la cabaña que había estado bloqueada por años de polvo y madera. Con esfuerzo, logró aflojar las viejas tablas que la cubrían y, usando una pieza de metal oxidada que había encontrado en el sótano, las terminó de quitar poco a poco, sin hacer ruido. Cuando Daniel regresó, todo parecía normal. Pero Sofía ya tenía un plan: fingiría estar más débil y sumisa, ganándose su confianza para que bajara la guardia. Con el paso de los días, su actuación surtió efecto. Daniel comenzó a relajarse, creyendo que Sofía finalmente había aceptado su destino. Una noche, cuando él bebió más de la cuenta, cayó profundamente dormido. Aprovechando ese momento, Sofía tomó las llaves que él siempre mantenía consigo. Corrió hacia la puerta principal, pero en el último segundo, cambió de rumbo y fue hacia la ventana trasera que había preparado. Escapó por allí, deslizándose con sigilo hacia el bosque. Corrió durante horas, sin mirar atrás, guiándose por la luna y el sonido de un río cercano que había escuchado en varias ocasiones. Finalmente, después de lo que le pareció una eternidad, encontró un pequeño pueblo. Exhausta, cubierta de barro y casi sin aliento, entró en una comisaría local. Al ver su estado, los oficiales la creyeron al instante. Sofía estaba libre. Daniel fue arrestado poco después, incapaz de escapar de las consecuencias de sus acciones. Aunque el trauma la marcó profundamente, Sofía renació con su libertad, lista para empezar una nueva vida con su bebe, lejos de la sombra de su captor.
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