Luz artificial es lo único que disipa la oscuridad de ese pobre, desordenado y apretado apartamento. Un foco es lo único que ha utilizado durante los últimos cuatro años, el mismo que usa en este momento para leer un gris y arrugado periódico de 1982.
—Tal y como supuse; no hay nada interesante. Bueno, al menos tengo con qué sacarme el dolor de nuca.

El viejo papel ochentero cayó sobre la mugrosa mesa, una que cuenta con múltiples trocitos de tergopol esparcidos en su largo y ancho. Él, el hombre de las quemaduras, se recargó perezosamente sobre el respaldo de la silla, la cual poco a poco empezó a inclinarse.
Su inquietante mirada carmesí, respaldada por las oscuras marcas en sus párpados, se alzaron hacia el techo, aquel que estaba tan lleno de manchas como la noche estrellada de Van Gogh. Su vista se pierde temporalmente, como si estuviera buscando algo al alinear aquellos puntos de orden aleatorio. No fue hasta que alguien llamó a la puerta y eso logró hacer que el hombre espabile.

—¿Quien es? —Gritó Russo, quien se oía desganado y desinteresado. Él quitó la mirada del techo, para prestar su atención a la puerta.
Luz artificial es lo único que disipa la oscuridad de ese pobre, desordenado y apretado apartamento. Un foco es lo único que ha utilizado durante los últimos cuatro años, el mismo que usa en este momento para leer un gris y arrugado periódico de 1982. —Tal y como supuse; no hay nada interesante. Bueno, al menos tengo con qué sacarme el dolor de nuca. El viejo papel ochentero cayó sobre la mugrosa mesa, una que cuenta con múltiples trocitos de tergopol esparcidos en su largo y ancho. Él, el hombre de las quemaduras, se recargó perezosamente sobre el respaldo de la silla, la cual poco a poco empezó a inclinarse. Su inquietante mirada carmesí, respaldada por las oscuras marcas en sus párpados, se alzaron hacia el techo, aquel que estaba tan lleno de manchas como la noche estrellada de Van Gogh. Su vista se pierde temporalmente, como si estuviera buscando algo al alinear aquellos puntos de orden aleatorio. No fue hasta que alguien llamó a la puerta y eso logró hacer que el hombre espabile. —¿Quien es? —Gritó Russo, quien se oía desganado y desinteresado. Él quitó la mirada del techo, para prestar su atención a la puerta.
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