Se levantó agotada. La noche no había sido especialmente complicada, algunas botellas y unos cuantos cigarros; rutinas que tenía olvidadas desde que la madurez tocó a la puerta, obligándola a ser lo que se esperaba de ella y, por supuesto, a olvidar a quienes tenía que olvidar.

Debió ser sencillo pero no, no lo fue. Era el azul del cielo el mismo que la instaba a pensar en su amigo, Satoru; y era el horizonte, allí donde se besaban tierra y el celestial manto que admiraba, el lugar que evocaba la calmada sonrisa de Suguru.

No, no podía olvidarlos pero, sobre toda las cosas, no podía olvidar lo insuficiente que fue para cualquiera del par.
Se levantó agotada. La noche no había sido especialmente complicada, algunas botellas y unos cuantos cigarros; rutinas que tenía olvidadas desde que la madurez tocó a la puerta, obligándola a ser lo que se esperaba de ella y, por supuesto, a olvidar a quienes tenía que olvidar. Debió ser sencillo pero no, no lo fue. Era el azul del cielo el mismo que la instaba a pensar en su amigo, Satoru; y era el horizonte, allí donde se besaban tierra y el celestial manto que admiraba, el lugar que evocaba la calmada sonrisa de Suguru. No, no podía olvidarlos pero, sobre toda las cosas, no podía olvidar lo insuficiente que fue para cualquiera del par.
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