Cazar…

Toda una molestia

Rastrear, acechar, asesinar y de nuevo iniciar el ciclo.

Meses lleva así, Xian Zieran, la última de su casa, de su estirpe.
Maldita la hora en que el maldito Asura Sphatari decidió usarla como un simple sabueso.

Esa ira malsana que aún lleva en el corazón simplemente no le deja en paz. La idea de llevar la cabeza de Asura colgando de su mano es solo un paliativo para apaciguar su furia.

Sabe que no podrá. Asura está más allá de su alcance, por lo que debe seguir, continuar con su orden. Poco sabe de las huestes demoniacas que han escapado del infierno y que por orden de El Empíreo ha tenido que cazar. Labor que la ha acercado a otros seres que quizás nada tienen que ver ya con los avernos, pero que por el simple hecho de cruzarse en su camino, han tenido que sufrir la misma suerte que las bestias que acecha.

Se encaminó esa noche entre los callejones, corriendo sobre azoteas, apoyándose sobre mochuelos antes de dar largos saltos para no tener que invocar sus alas. Cada noche era igual, rastreaba entre aquellos edificios, rastro alguno de aquellas criaturas para disminuir el número de presas.

Fue entonces que logró sentirlo, no muy lejos, en una vieja y oscura calleja de la zona de cacería. Se encaminó rápidamente, sigilosa, sin una pizca de miasma en su ser para no ser detectada. No fue hasta que escuchó los jadeos de un hombre mientras resonaba algo contra el concreto que supo que había llegado tarde.

Y ahí estaban una criatura, un perro del infierno que parecía mordisquear un bulto sanguinolento y maloliente que yacía tendido en cochambroso adoquín. ¿Se estaba alimentando? Si es así, quizás sería el momento adecuado para emboscarlo. Se acercó al borde de la azotea para mirarlo desde arriba.
Lo escuchó gruñir tras el prolongado quejido que emitió su víctima antes de morir. No pudo evitar sonreír de lado ante la queja de la bestia e irguiéndose sobre la orilla del machuelo, y sosteniendo con fuerza la espada por el mango y la punta hacia abajo, se lanzó directamente y con todo su peso, a la cabeza de la criatura con la intención de aniquilarla de un solo golpe.-
Cazar… Toda una molestia Rastrear, acechar, asesinar y de nuevo iniciar el ciclo. Meses lleva así, Xian Zieran, la última de su casa, de su estirpe. Maldita la hora en que el maldito Asura Sphatari decidió usarla como un simple sabueso. Esa ira malsana que aún lleva en el corazón simplemente no le deja en paz. La idea de llevar la cabeza de Asura colgando de su mano es solo un paliativo para apaciguar su furia. Sabe que no podrá. Asura está más allá de su alcance, por lo que debe seguir, continuar con su orden. Poco sabe de las huestes demoniacas que han escapado del infierno y que por orden de El Empíreo ha tenido que cazar. Labor que la ha acercado a otros seres que quizás nada tienen que ver ya con los avernos, pero que por el simple hecho de cruzarse en su camino, han tenido que sufrir la misma suerte que las bestias que acecha. Se encaminó esa noche entre los callejones, corriendo sobre azoteas, apoyándose sobre mochuelos antes de dar largos saltos para no tener que invocar sus alas. Cada noche era igual, rastreaba entre aquellos edificios, rastro alguno de aquellas criaturas para disminuir el número de presas. Fue entonces que logró sentirlo, no muy lejos, en una vieja y oscura calleja de la zona de cacería. Se encaminó rápidamente, sigilosa, sin una pizca de miasma en su ser para no ser detectada. No fue hasta que escuchó los jadeos de un hombre mientras resonaba algo contra el concreto que supo que había llegado tarde. Y ahí estaban una criatura, un perro del infierno que parecía mordisquear un bulto sanguinolento y maloliente que yacía tendido en cochambroso adoquín. ¿Se estaba alimentando? Si es así, quizás sería el momento adecuado para emboscarlo. Se acercó al borde de la azotea para mirarlo desde arriba. Lo escuchó gruñir tras el prolongado quejido que emitió su víctima antes de morir. No pudo evitar sonreír de lado ante la queja de la bestia e irguiéndose sobre la orilla del machuelo, y sosteniendo con fuerza la espada por el mango y la punta hacia abajo, se lanzó directamente y con todo su peso, a la cabeza de la criatura con la intención de aniquilarla de un solo golpe.-
Me encocora
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