Poso la estridencia de tu rencor sobre la alfombra de laureles y comino. Esas especias que colman mis sueños en un viaje de sidéreo mar de tinta. Mis cabezas punzan con doloroso prisma, y, para tu más aperlada suerte, arropo el primer cuerpo con una cortina, esa que tejiste con punta de reguero de besos.

Muevo tu ombligo o más bien, sumerjo un índice dentro de él, entonces y sólo entonces, encuentro al extraviado tiempo; el que te respeta aún en tu estado de comatosa prudencia; la que cabalga a la ausencia de tu canto. De tu ser. Reposas en esta tienda, este hogar en el que te hiero cada tanto que te veo con acusados ojos, esos que juzgan la gracia que te sostiene aún como la muñeca que otro dios fabricó.

El pagano te puso en un dilema, junto a otros objetos de relumbrosa estampa, extrañeza bruna de colmillos, ojos y bocas cosidas con las que te elaboró. Dio vida a tu existencia.

Quizá el respeto que te tengo, viene de la razón de tu existencia.

Quizá mi amor te hace risueño, como la más inminente de las leyendas.

Manifiestas un movimiento laxo cada que muevo la aparición de retazos de tela, huesos de carne de jueces. Maestros de la prudencia; una canción de cuna que escribí para ti, la primera vez que besé con mis dedos bañados en oro y plomo, fuego y vigilantes zigzagueos de costuras.

Ante ti rezo, maniquí olvidado, doncel, doncella de aguardientes cabellos. Óbito de engalanadas auroras boreales. Tus prominentes alas de haladas ancestrales, los animales que componen tu anatomía prestan los sonidos de cascabeles ante mí.

Continuo vislumbrándote en este sinuoso embeleso; besos que escudan la música de tu caja torácica; mis manos te cambian de lugar, junto con los otros. Cada vez son más frecuentes los terrores que despiertas, la fascinación de tan sólo el baño hacía tus pasos. Simulo arroparte con prendas florales, vestirte con ramajes de árboles de adviento.

Te beso.
Te beso.
Te beso.

Es un beso olvidado, ese venidero de tu príncipe, príncipe egoísta. En el cambio sólo soy un gigante de ultramar. Sólo soy una bestia deslumbrada, tú me instas a soñarte aún en la vigilia en la que reposas aún. Después de todo el tiempo, los objetos desperrados con los que osaste asomarte, son parte de un rompecabezas.

Rompen cabezas, quiebran a tus huesos de diamantes, reposan sin parlar palabra algún pero, en mis dominios, eres el principal protagonista, mi cayena bañada de fases lunares. Ronronean sobre mi génesis, tú y tus compañeros de aventuras.

Tú, que clama ante el espejo por el que aprecio tu belleza, esa que se realza en el reposo de tu ser.

Eres un objeto. Perdido. No posees dueño. Negaron tu existencia en evanescentes eones interiores. Esta tempestad que llama a tu millar de corazones, dulces frutos, de lluvias de ácidas reservas, de este contaminado cielo caído, que tú eres mi compañero de aventuras.

Repaso el postro de tu trono. El monte del destino en el que nos presentaron, masca el cordón umbilical solícito, emanante de tu vientre. Fuiste y serás. Retuerces la realidad y con ella forjas mis fantasías. Fantasías en la que bailas para mis caprichos, mi amante dormido.

Rodeado por las ofrendas que te colman de adoración, troceo carne para alimentar a tu leyenda. Mito, epifanía, un risco por el que ya no caes. Aquí entre mis brazos, aquí entre los derramados objetos, la tabla de seda que te invoca como en tantas nocturnas cortinas de estrellas plateadas, perduran en mi dolor al retenerte en esta prisión en la que amanecemos cada día, cada mes, cada año, como otro ser.
Poso la estridencia de tu rencor sobre la alfombra de laureles y comino. Esas especias que colman mis sueños en un viaje de sidéreo mar de tinta. Mis cabezas punzan con doloroso prisma, y, para tu más aperlada suerte, arropo el primer cuerpo con una cortina, esa que tejiste con punta de reguero de besos. Muevo tu ombligo o más bien, sumerjo un índice dentro de él, entonces y sólo entonces, encuentro al extraviado tiempo; el que te respeta aún en tu estado de comatosa prudencia; la que cabalga a la ausencia de tu canto. De tu ser. Reposas en esta tienda, este hogar en el que te hiero cada tanto que te veo con acusados ojos, esos que juzgan la gracia que te sostiene aún como la muñeca que otro dios fabricó. El pagano te puso en un dilema, junto a otros objetos de relumbrosa estampa, extrañeza bruna de colmillos, ojos y bocas cosidas con las que te elaboró. Dio vida a tu existencia. Quizá el respeto que te tengo, viene de la razón de tu existencia. Quizá mi amor te hace risueño, como la más inminente de las leyendas. Manifiestas un movimiento laxo cada que muevo la aparición de retazos de tela, huesos de carne de jueces. Maestros de la prudencia; una canción de cuna que escribí para ti, la primera vez que besé con mis dedos bañados en oro y plomo, fuego y vigilantes zigzagueos de costuras. Ante ti rezo, maniquí olvidado, doncel, doncella de aguardientes cabellos. Óbito de engalanadas auroras boreales. Tus prominentes alas de haladas ancestrales, los animales que componen tu anatomía prestan los sonidos de cascabeles ante mí. Continuo vislumbrándote en este sinuoso embeleso; besos que escudan la música de tu caja torácica; mis manos te cambian de lugar, junto con los otros. Cada vez son más frecuentes los terrores que despiertas, la fascinación de tan sólo el baño hacía tus pasos. Simulo arroparte con prendas florales, vestirte con ramajes de árboles de adviento. Te beso. Te beso. Te beso. Es un beso olvidado, ese venidero de tu príncipe, príncipe egoísta. En el cambio sólo soy un gigante de ultramar. Sólo soy una bestia deslumbrada, tú me instas a soñarte aún en la vigilia en la que reposas aún. Después de todo el tiempo, los objetos desperrados con los que osaste asomarte, son parte de un rompecabezas. Rompen cabezas, quiebran a tus huesos de diamantes, reposan sin parlar palabra algún pero, en mis dominios, eres el principal protagonista, mi cayena bañada de fases lunares. Ronronean sobre mi génesis, tú y tus compañeros de aventuras. Tú, que clama ante el espejo por el que aprecio tu belleza, esa que se realza en el reposo de tu ser. Eres un objeto. Perdido. No posees dueño. Negaron tu existencia en evanescentes eones interiores. Esta tempestad que llama a tu millar de corazones, dulces frutos, de lluvias de ácidas reservas, de este contaminado cielo caído, que tú eres mi compañero de aventuras. Repaso el postro de tu trono. El monte del destino en el que nos presentaron, masca el cordón umbilical solícito, emanante de tu vientre. Fuiste y serás. Retuerces la realidad y con ella forjas mis fantasías. Fantasías en la que bailas para mis caprichos, mi amante dormido. Rodeado por las ofrendas que te colman de adoración, troceo carne para alimentar a tu leyenda. Mito, epifanía, un risco por el que ya no caes. Aquí entre mis brazos, aquí entre los derramados objetos, la tabla de seda que te invoca como en tantas nocturnas cortinas de estrellas plateadas, perduran en mi dolor al retenerte en esta prisión en la que amanecemos cada día, cada mes, cada año, como otro ser.
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