"Cincela una lágrima de oro en el mural; permuta el perfume de humor de la bilis de un abejorro evanescente".
Él delinea sinuoso en la mejilla del imberbe, el tatuaje que regentará a su piel de ébano aun en la esclavitud. La escucha de modo creciente. Persigna un símbolo de paganizada acérrima, solícito en el Amor por el árbol del ahorcado ante el que tendió sus mañanas y principios.
Escupe sobre las psiquiátricas heridas, las teje como parca aunque sea un macho acabado por resplandecer en el homónimo del heraldo silente que punza en su espalda.
Oh, sus alas de astadas gamas, arremeten en noticias la compañía de una calmada avecilla de ubre colmada de podredumbre láctea. Como la vía láctea, arroja sus silbidos ante la cadencia de la peste y le permite amamantar a la cría; un puñado de monedas del hierro, que mata a los brujos y ambivalentes dromedarios, reposa en el espejo de sus extremidades.
Las que arropan el excremento de la alimaña que succiona la amalgama de pechos de la santa que le da de comer. La cría tiene cuatro ojos; él seis. Los que contemplan la hazaña de su fábrica de lágrimas y corazones malheridos, captan el quehacer a los muñecos de carne y huesos que modula y lame con sus treinta lenguas. Esbozan un delineo de preguntas.
¿Quién recibirá el encargo esta vez?
"Desconozco el remitente; la carta escrita con sangre azul, verde y amarilla se apropia de mis sueños cada vez que la huelo. Y como si fuera una ilusión olfativa, hiede con espasmos diferentes".
"¿Cómo si fuese un secreto que retocan en una boca cosida con hilar de putrefactos dedos, de uñas carcomidas por quinientas agujas?".
Persiste una pausa y, él o ella, contempla a la bruja de ébano y crecidas de luminaria boreal. Sobre sus doce cabezas perdura un objeto de tiempo tan diverso como una acuarela repartida en mil fragmentos sobre cuadros, tejidos, bordados. Es la beldad que le enseñó a pecar de manera original. Con ella rezó y yació en una tienda de ensuciadas pieles de los inmaculados e inmaculadas vírgenes.
Todos profanados por ella, desde el dintel de sus puertas de piedras preciosas. Visita el templo tantas veces como puede, y alimenta al mismo niño, que no crece porque Amor es lo que falta en el reposo.
"Dime, eterna redención, ¿perdurarán las lágrimas del infante en tus más macabros planes?".
Él arropa la mejilla de la cría con un pellizco de su instrumento, y sangra apenas, apenas sangra. Él cercena un dédalo y la cría apenas emite queja; crece, crece, crece la extremidad como si se tratara de un astro recién aparecido.
Ella lo estudia, canta gorgojos y embelesos de besos a la desgraciada hace mucho tiempo parida por un vientre desdentado. Esa que lubrica de su boca el ácido de una saliva tóxica sólo para mortales.
"Fábrica lágrimas para él, y yo, delinearé tus labios con pintura en aceite. Te busco y te encuentro en mis sueños; en este portal de tiempo que no avanza eres el único que no me aprecia de mala gana".
Otro diligente silencio que se asoma entre ellos; ella canta y él prosigue en forjar un cordel de lágrimas. Distinta salinidad, perfume y color. El sentir es diverso, tan arropado en las entrañas de la hembra.
"¿Cómo lograré alcanzar los cielos si perduramos en este universo terrenal y triste?".
En Ella se despertó el Amor; en Él la costumbre. En la cría una música ausente venida desde ultramar.
Él delinea sinuoso en la mejilla del imberbe, el tatuaje que regentará a su piel de ébano aun en la esclavitud. La escucha de modo creciente. Persigna un símbolo de paganizada acérrima, solícito en el Amor por el árbol del ahorcado ante el que tendió sus mañanas y principios.
Escupe sobre las psiquiátricas heridas, las teje como parca aunque sea un macho acabado por resplandecer en el homónimo del heraldo silente que punza en su espalda.
Oh, sus alas de astadas gamas, arremeten en noticias la compañía de una calmada avecilla de ubre colmada de podredumbre láctea. Como la vía láctea, arroja sus silbidos ante la cadencia de la peste y le permite amamantar a la cría; un puñado de monedas del hierro, que mata a los brujos y ambivalentes dromedarios, reposa en el espejo de sus extremidades.
Las que arropan el excremento de la alimaña que succiona la amalgama de pechos de la santa que le da de comer. La cría tiene cuatro ojos; él seis. Los que contemplan la hazaña de su fábrica de lágrimas y corazones malheridos, captan el quehacer a los muñecos de carne y huesos que modula y lame con sus treinta lenguas. Esbozan un delineo de preguntas.
¿Quién recibirá el encargo esta vez?
"Desconozco el remitente; la carta escrita con sangre azul, verde y amarilla se apropia de mis sueños cada vez que la huelo. Y como si fuera una ilusión olfativa, hiede con espasmos diferentes".
"¿Cómo si fuese un secreto que retocan en una boca cosida con hilar de putrefactos dedos, de uñas carcomidas por quinientas agujas?".
Persiste una pausa y, él o ella, contempla a la bruja de ébano y crecidas de luminaria boreal. Sobre sus doce cabezas perdura un objeto de tiempo tan diverso como una acuarela repartida en mil fragmentos sobre cuadros, tejidos, bordados. Es la beldad que le enseñó a pecar de manera original. Con ella rezó y yació en una tienda de ensuciadas pieles de los inmaculados e inmaculadas vírgenes.
Todos profanados por ella, desde el dintel de sus puertas de piedras preciosas. Visita el templo tantas veces como puede, y alimenta al mismo niño, que no crece porque Amor es lo que falta en el reposo.
"Dime, eterna redención, ¿perdurarán las lágrimas del infante en tus más macabros planes?".
Él arropa la mejilla de la cría con un pellizco de su instrumento, y sangra apenas, apenas sangra. Él cercena un dédalo y la cría apenas emite queja; crece, crece, crece la extremidad como si se tratara de un astro recién aparecido.
Ella lo estudia, canta gorgojos y embelesos de besos a la desgraciada hace mucho tiempo parida por un vientre desdentado. Esa que lubrica de su boca el ácido de una saliva tóxica sólo para mortales.
"Fábrica lágrimas para él, y yo, delinearé tus labios con pintura en aceite. Te busco y te encuentro en mis sueños; en este portal de tiempo que no avanza eres el único que no me aprecia de mala gana".
Otro diligente silencio que se asoma entre ellos; ella canta y él prosigue en forjar un cordel de lágrimas. Distinta salinidad, perfume y color. El sentir es diverso, tan arropado en las entrañas de la hembra.
"¿Cómo lograré alcanzar los cielos si perduramos en este universo terrenal y triste?".
En Ella se despertó el Amor; en Él la costumbre. En la cría una música ausente venida desde ultramar.
"Cincela una lágrima de oro en el mural; permuta el perfume de humor de la bilis de un abejorro evanescente".
Él delinea sinuoso en la mejilla del imberbe, el tatuaje que regentará a su piel de ébano aun en la esclavitud. La escucha de modo creciente. Persigna un símbolo de paganizada acérrima, solícito en el Amor por el árbol del ahorcado ante el que tendió sus mañanas y principios.
Escupe sobre las psiquiátricas heridas, las teje como parca aunque sea un macho acabado por resplandecer en el homónimo del heraldo silente que punza en su espalda.
Oh, sus alas de astadas gamas, arremeten en noticias la compañía de una calmada avecilla de ubre colmada de podredumbre láctea. Como la vía láctea, arroja sus silbidos ante la cadencia de la peste y le permite amamantar a la cría; un puñado de monedas del hierro, que mata a los brujos y ambivalentes dromedarios, reposa en el espejo de sus extremidades.
Las que arropan el excremento de la alimaña que succiona la amalgama de pechos de la santa que le da de comer. La cría tiene cuatro ojos; él seis. Los que contemplan la hazaña de su fábrica de lágrimas y corazones malheridos, captan el quehacer a los muñecos de carne y huesos que modula y lame con sus treinta lenguas. Esbozan un delineo de preguntas.
¿Quién recibirá el encargo esta vez?
"Desconozco el remitente; la carta escrita con sangre azul, verde y amarilla se apropia de mis sueños cada vez que la huelo. Y como si fuera una ilusión olfativa, hiede con espasmos diferentes".
"¿Cómo si fuese un secreto que retocan en una boca cosida con hilar de putrefactos dedos, de uñas carcomidas por quinientas agujas?".
Persiste una pausa y, él o ella, contempla a la bruja de ébano y crecidas de luminaria boreal. Sobre sus doce cabezas perdura un objeto de tiempo tan diverso como una acuarela repartida en mil fragmentos sobre cuadros, tejidos, bordados. Es la beldad que le enseñó a pecar de manera original. Con ella rezó y yació en una tienda de ensuciadas pieles de los inmaculados e inmaculadas vírgenes.
Todos profanados por ella, desde el dintel de sus puertas de piedras preciosas. Visita el templo tantas veces como puede, y alimenta al mismo niño, que no crece porque Amor es lo que falta en el reposo.
"Dime, eterna redención, ¿perdurarán las lágrimas del infante en tus más macabros planes?".
Él arropa la mejilla de la cría con un pellizco de su instrumento, y sangra apenas, apenas sangra. Él cercena un dédalo y la cría apenas emite queja; crece, crece, crece la extremidad como si se tratara de un astro recién aparecido.
Ella lo estudia, canta gorgojos y embelesos de besos a la desgraciada hace mucho tiempo parida por un vientre desdentado. Esa que lubrica de su boca el ácido de una saliva tóxica sólo para mortales.
"Fábrica lágrimas para él, y yo, delinearé tus labios con pintura en aceite. Te busco y te encuentro en mis sueños; en este portal de tiempo que no avanza eres el único que no me aprecia de mala gana".
Otro diligente silencio que se asoma entre ellos; ella canta y él prosigue en forjar un cordel de lágrimas. Distinta salinidad, perfume y color. El sentir es diverso, tan arropado en las entrañas de la hembra.
"¿Cómo lograré alcanzar los cielos si perduramos en este universo terrenal y triste?".
En Ella se despertó el Amor; en Él la costumbre. En la cría una música ausente venida desde ultramar.