La luna llena brillaba en lo alto, iluminando el bosque con una luz fría y espectral. Cada sombra parecía alargarse y moverse, como si el propio bosque estuviera vivo. Él estaba ahí, en medio de la espesura, sintiendo cómo la energía de la luna lo atravesaba, llenando cada rincón de su ser.
Respiró hondo, intentando resistir la transformación que sabía era inevitable. Con cada latido de su corazón, la presión dentro de su cuerpo aumentaba, exigiendo liberarse.
—No esta vez— murmuró, clavando las uñas en la corteza de un árbol cercano, buscando algún tipo de ancla.
El aire a su alrededor se cargaba de electricidad, y él luchaba por mantener su forma humana. Sabía que en el momento en que cediera, perdería el control, y cuando volviera a ser él mismo, estaría perdido, sin recordar cómo había llegado allí.
—¡Vamos, aguanta!— se dijo en voz baja, apretando los dientes mientras sentía cómo sus huesos comenzaban a cambiar, el dolor recorriendo su cuerpo como un fuego ardiente.
Sus manos comenzaron a transformarse, sus dedos alargándose y sus uñas convirtiéndose en afiladas garras. La piel le picaba mientras el pelaje empezaba a cubrir su cuerpo, y una sensación de desesperación lo invadió.
—No quiero...— intentó decir, pero las palabras se ahogaron en un gruñido gutural que salió de su garganta.
Su cuerpo se inclinó hacia adelante, forzando su columna a contorsionarse hasta que estuvo a cuatro patas. Cada músculo se hinchó y se tensó bajo su piel, la cual ahora estaba cubierta de un espeso pelaje negro. Sentía cómo la humanidad lo abandonaba, reemplazada por los instintos de la bestia.
—¡No, no de nuevo!— intentó gritar, pero lo único que salió fue un aullido profundo que resonó entre los árboles.
Ahora, completamente transformado, sus sentidos se agudizaron de una manera que solo experimentaba en esta forma. Podía oler la tierra húmeda, sentir el latido de la vida en el bosque, oír el crujido de las hojas bajo las patas de algún animal lejano. Pero con esos sentidos también venía el instinto abrumador, la necesidad de correr, cazar, y perderse en la noche.
No era dueño de sí mismo. Sus patas comenzaron a moverse casi por voluntad propia, llevándolo rápidamente a través del bosque, sin un destino claro, solo impulsado por el deseo de escapar de lo que le rodeaba, de lo que había dejado atrás. Y, como temía, con cada paso, con cada zancada, se alejaba más de su hogar, sin control, sin dirección.
Al final, cuando la luna descendiera y la transformación se desvaneciera, sabría que estaría solo y perdido una vez más. Pero por ahora, el lobo había tomado el control, y no había vuelta atrás.
—¿Dónde estaré cuando todo termine?— se preguntó en su mente, mientras sus patas lo llevaban más y más profundo en la oscuridad del bosque.
Respiró hondo, intentando resistir la transformación que sabía era inevitable. Con cada latido de su corazón, la presión dentro de su cuerpo aumentaba, exigiendo liberarse.
—No esta vez— murmuró, clavando las uñas en la corteza de un árbol cercano, buscando algún tipo de ancla.
El aire a su alrededor se cargaba de electricidad, y él luchaba por mantener su forma humana. Sabía que en el momento en que cediera, perdería el control, y cuando volviera a ser él mismo, estaría perdido, sin recordar cómo había llegado allí.
—¡Vamos, aguanta!— se dijo en voz baja, apretando los dientes mientras sentía cómo sus huesos comenzaban a cambiar, el dolor recorriendo su cuerpo como un fuego ardiente.
Sus manos comenzaron a transformarse, sus dedos alargándose y sus uñas convirtiéndose en afiladas garras. La piel le picaba mientras el pelaje empezaba a cubrir su cuerpo, y una sensación de desesperación lo invadió.
—No quiero...— intentó decir, pero las palabras se ahogaron en un gruñido gutural que salió de su garganta.
Su cuerpo se inclinó hacia adelante, forzando su columna a contorsionarse hasta que estuvo a cuatro patas. Cada músculo se hinchó y se tensó bajo su piel, la cual ahora estaba cubierta de un espeso pelaje negro. Sentía cómo la humanidad lo abandonaba, reemplazada por los instintos de la bestia.
—¡No, no de nuevo!— intentó gritar, pero lo único que salió fue un aullido profundo que resonó entre los árboles.
Ahora, completamente transformado, sus sentidos se agudizaron de una manera que solo experimentaba en esta forma. Podía oler la tierra húmeda, sentir el latido de la vida en el bosque, oír el crujido de las hojas bajo las patas de algún animal lejano. Pero con esos sentidos también venía el instinto abrumador, la necesidad de correr, cazar, y perderse en la noche.
No era dueño de sí mismo. Sus patas comenzaron a moverse casi por voluntad propia, llevándolo rápidamente a través del bosque, sin un destino claro, solo impulsado por el deseo de escapar de lo que le rodeaba, de lo que había dejado atrás. Y, como temía, con cada paso, con cada zancada, se alejaba más de su hogar, sin control, sin dirección.
Al final, cuando la luna descendiera y la transformación se desvaneciera, sabría que estaría solo y perdido una vez más. Pero por ahora, el lobo había tomado el control, y no había vuelta atrás.
—¿Dónde estaré cuando todo termine?— se preguntó en su mente, mientras sus patas lo llevaban más y más profundo en la oscuridad del bosque.
La luna llena brillaba en lo alto, iluminando el bosque con una luz fría y espectral. Cada sombra parecía alargarse y moverse, como si el propio bosque estuviera vivo. Él estaba ahí, en medio de la espesura, sintiendo cómo la energía de la luna lo atravesaba, llenando cada rincón de su ser.
Respiró hondo, intentando resistir la transformación que sabía era inevitable. Con cada latido de su corazón, la presión dentro de su cuerpo aumentaba, exigiendo liberarse.
—No esta vez— murmuró, clavando las uñas en la corteza de un árbol cercano, buscando algún tipo de ancla.
El aire a su alrededor se cargaba de electricidad, y él luchaba por mantener su forma humana. Sabía que en el momento en que cediera, perdería el control, y cuando volviera a ser él mismo, estaría perdido, sin recordar cómo había llegado allí.
—¡Vamos, aguanta!— se dijo en voz baja, apretando los dientes mientras sentía cómo sus huesos comenzaban a cambiar, el dolor recorriendo su cuerpo como un fuego ardiente.
Sus manos comenzaron a transformarse, sus dedos alargándose y sus uñas convirtiéndose en afiladas garras. La piel le picaba mientras el pelaje empezaba a cubrir su cuerpo, y una sensación de desesperación lo invadió.
—No quiero...— intentó decir, pero las palabras se ahogaron en un gruñido gutural que salió de su garganta.
Su cuerpo se inclinó hacia adelante, forzando su columna a contorsionarse hasta que estuvo a cuatro patas. Cada músculo se hinchó y se tensó bajo su piel, la cual ahora estaba cubierta de un espeso pelaje negro. Sentía cómo la humanidad lo abandonaba, reemplazada por los instintos de la bestia.
—¡No, no de nuevo!— intentó gritar, pero lo único que salió fue un aullido profundo que resonó entre los árboles.
Ahora, completamente transformado, sus sentidos se agudizaron de una manera que solo experimentaba en esta forma. Podía oler la tierra húmeda, sentir el latido de la vida en el bosque, oír el crujido de las hojas bajo las patas de algún animal lejano. Pero con esos sentidos también venía el instinto abrumador, la necesidad de correr, cazar, y perderse en la noche.
No era dueño de sí mismo. Sus patas comenzaron a moverse casi por voluntad propia, llevándolo rápidamente a través del bosque, sin un destino claro, solo impulsado por el deseo de escapar de lo que le rodeaba, de lo que había dejado atrás. Y, como temía, con cada paso, con cada zancada, se alejaba más de su hogar, sin control, sin dirección.
Al final, cuando la luna descendiera y la transformación se desvaneciera, sabría que estaría solo y perdido una vez más. Pero por ahora, el lobo había tomado el control, y no había vuelta atrás.
—¿Dónde estaré cuando todo termine?— se preguntó en su mente, mientras sus patas lo llevaban más y más profundo en la oscuridad del bosque.