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Tras meses de caminatas e indagación de aldea en aldea por su exhaustiva búsqueda de otras personas con su estirpe arribó al tercer reino costero impregnado de misterio y tragedia. Allí, se encontró con tres esclavos conocidos por los habitantes como "llamas de sangre", cuyas almas habían crecido en cautiverio sin ver nada más que el látigo sobre su espalda, sus cuerpos estaban marcados por las cadenas de la opresión. Habían osado alzarse contra sus amos/captores en una revolución, utilizando las escasas habilidades en el arte del fuego que habían logrado desarrollar en medio de la servidumbre.

Ante el sombrío destino que les aguardaba, Liz se vio atrapada en el centro del pueblo donde los verdugos preparaban su sentencia fatal. Con el corazón oprimido por la impotencia y los ojos fijos en la injusticia que se desplegaba ante ella, desenvainó su espada con determinación para enfrentar a los ejecutores de la tragedia. La hoja brillaba con un halo de valentía mientras se abría paso entre los opresores, cobrando venganza en cada golpe que asestaba.

El fragor de la batalla envolvió aquel lugar, donde se entremezclaban los alaridos de dolor y la danza del fuego en un macabro espectáculo. Elizabeth, con valentía y destreza, logró abatir a algunos verdugos y calcinar a otros con su fuego abrasador, pero aún así, no pudo evitar que los tres esclavos fueran arrastrados hacia su trágico final, sus cabezas rodaron a sus pies. El precio de la libertad había sido demasiado alto.

Liz herida en su costado izquierdo y cojeando por un golpe en su pierna, emprendió una huida desesperada entre los callejones de la aldea, hasta alcanzar la orilla de un río al final del bosque que rodeaba el poblado. Allí, arrodillada en la penumbra, se desgarró en llanto desconsolado por la tragedia que acababa de presenciar. Tanto tiempo deseando encontrar a personas con cabello de fuego, y ahora, al tenerlas frente a ella, no pudo evitar que sus destinos se desvanecieran en la oscuridad.

Las almas de aquellos valientes se sumaron al pesado fardo que Elizabeth cargaba en sus hombros, recordándole que el camino hacia la redención estaba plagado de sacrificios y pérdidas. En medio del crepúsculo, con el eco de sus lamentos resonando en la quietud del bosque, Liz se aferró a la esperanza de poder redimirse algún día, buscando en su interior la fuerza para seguir adelante en su búsqueda de justicia y redención.

Que la llama de la libertad siga ardiendo en lo más profundo de su ser, iluminando su camino en la oscuridad de la noche y guiándola hacia un mañana donde el sacrificio de aquellos que cayeron no sea en vano.
≫ ──────── ≪•◦ ❈ ◦•≫──────── ≪ Tras meses de caminatas e indagación de aldea en aldea por su exhaustiva búsqueda de otras personas con su estirpe arribó al tercer reino costero impregnado de misterio y tragedia. Allí, se encontró con tres esclavos conocidos por los habitantes como "llamas de sangre", cuyas almas habían crecido en cautiverio sin ver nada más que el látigo sobre su espalda, sus cuerpos estaban marcados por las cadenas de la opresión. Habían osado alzarse contra sus amos/captores en una revolución, utilizando las escasas habilidades en el arte del fuego que habían logrado desarrollar en medio de la servidumbre. Ante el sombrío destino que les aguardaba, Liz se vio atrapada en el centro del pueblo donde los verdugos preparaban su sentencia fatal. Con el corazón oprimido por la impotencia y los ojos fijos en la injusticia que se desplegaba ante ella, desenvainó su espada con determinación para enfrentar a los ejecutores de la tragedia. La hoja brillaba con un halo de valentía mientras se abría paso entre los opresores, cobrando venganza en cada golpe que asestaba. El fragor de la batalla envolvió aquel lugar, donde se entremezclaban los alaridos de dolor y la danza del fuego en un macabro espectáculo. Elizabeth, con valentía y destreza, logró abatir a algunos verdugos y calcinar a otros con su fuego abrasador, pero aún así, no pudo evitar que los tres esclavos fueran arrastrados hacia su trágico final, sus cabezas rodaron a sus pies. El precio de la libertad había sido demasiado alto. Liz herida en su costado izquierdo y cojeando por un golpe en su pierna, emprendió una huida desesperada entre los callejones de la aldea, hasta alcanzar la orilla de un río al final del bosque que rodeaba el poblado. Allí, arrodillada en la penumbra, se desgarró en llanto desconsolado por la tragedia que acababa de presenciar. Tanto tiempo deseando encontrar a personas con cabello de fuego, y ahora, al tenerlas frente a ella, no pudo evitar que sus destinos se desvanecieran en la oscuridad. Las almas de aquellos valientes se sumaron al pesado fardo que Elizabeth cargaba en sus hombros, recordándole que el camino hacia la redención estaba plagado de sacrificios y pérdidas. En medio del crepúsculo, con el eco de sus lamentos resonando en la quietud del bosque, Liz se aferró a la esperanza de poder redimirse algún día, buscando en su interior la fuerza para seguir adelante en su búsqueda de justicia y redención. Que la llama de la libertad siga ardiendo en lo más profundo de su ser, iluminando su camino en la oscuridad de la noche y guiándola hacia un mañana donde el sacrificio de aquellos que cayeron no sea en vano.
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