La noche estaba cubierta por un cielo sin estrellas, apenas interrumpido por las luces distantes de la ciudad y el resplandor de las farolas que bordeaban el río. Dentro del auto, la joven, de cabello casi blanco que caía en cascada sobre sus hombros, observaba a través de la ventana el paisaje urbano que desfilaba a su lado. Las luces neón en el interior del vehículo reflejaban en su piel, creando un juego de sombras y colores que contrastaban con su expresión inmutable.

El suave sonido de “Viseur de Joanna” llenaba el auto, complementando el silencio cómplice que compartía con su acompañante, un hombre de presencia firme y elegante que conducía sin prisa. No era necesario intercambiar palabras; ambos parecían comprender que la magia de aquel momento residía en la tranquilidad y en la conexión no verbal que compartían.

Mientras cruzaban el puente, las luces del río brillaban intensamente, reflejándose en las aguas oscuras como si fueran fragmentos de estrellas caídas. Ella cerró los ojos por un instante, disfrutando de la música y del ambiente que los envolvía. Era una noche donde el tiempo parecía detenerse, donde la diversión no estaba en las fiestas, sino en la experiencia misma, en la sutil armonía entre el entorno, la música y la compañía.
La noche estaba cubierta por un cielo sin estrellas, apenas interrumpido por las luces distantes de la ciudad y el resplandor de las farolas que bordeaban el río. Dentro del auto, la joven, de cabello casi blanco que caía en cascada sobre sus hombros, observaba a través de la ventana el paisaje urbano que desfilaba a su lado. Las luces neón en el interior del vehículo reflejaban en su piel, creando un juego de sombras y colores que contrastaban con su expresión inmutable. El suave sonido de “Viseur de Joanna” llenaba el auto, complementando el silencio cómplice que compartía con su acompañante, un hombre de presencia firme y elegante que conducía sin prisa. No era necesario intercambiar palabras; ambos parecían comprender que la magia de aquel momento residía en la tranquilidad y en la conexión no verbal que compartían. Mientras cruzaban el puente, las luces del río brillaban intensamente, reflejándose en las aguas oscuras como si fueran fragmentos de estrellas caídas. Ella cerró los ojos por un instante, disfrutando de la música y del ambiente que los envolvía. Era una noche donde el tiempo parecía detenerse, donde la diversión no estaba en las fiestas, sino en la experiencia misma, en la sutil armonía entre el entorno, la música y la compañía.
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