El crepúsculo envolvía el bosque en una tenue penumbra, donde el aire estaba impregnado de una fría y solemne tranquilidad. Rian avanzaba lentamente para ahorrar un poco de energia. Su armadura, ahora desgastada y marcada por incontables batallas, resonaba como un eco distante de los combates pasados, una melodía de acero que solo él podía oír. El sendero ante él se desvanecía en sombras, desdibujado por la bruma que se arrastraba entre los árboles, como si el mismo bosque intentara ocultar lo que venía. El caballero se detuvo, observando cómo la oscuridad devoraba el horizonte, preguntándose cuántas veces había caminado por caminos como este, siempre solo, siempre luchando contra enemigos que no tenían rostro, pero que siempre estaban presentes en su mente.

Miró el escudo en su mano izquierda, un objeto que una vez había sido brillante y nuevo, pero que ahora estaba tan desgastado como él. Las cicatrices en su superficie eran historias sin palabras, relatos de victorias y derrotas. Pero la mayor batalla, no era la que libraba con su espada, sino la que se libraba en su interior, una lucha constante contra la desesperanza que amenazaba con consumirlo. El camino se dividía frente a él, como lo hacía siempre. Dos destinos posibles, dos futuros inciertos. Una parte de él sabía que no importaba cuál eligiera; ambos lo llevarían al mismo lugar, eventualmente.

Con cada paso que daba, la noche lo engullía, y el caballero continuó su marcha solitaria, una figura de acero en un mundo que casi había olvidado la luz.
El crepúsculo envolvía el bosque en una tenue penumbra, donde el aire estaba impregnado de una fría y solemne tranquilidad. Rian avanzaba lentamente para ahorrar un poco de energia. Su armadura, ahora desgastada y marcada por incontables batallas, resonaba como un eco distante de los combates pasados, una melodía de acero que solo él podía oír. El sendero ante él se desvanecía en sombras, desdibujado por la bruma que se arrastraba entre los árboles, como si el mismo bosque intentara ocultar lo que venía. El caballero se detuvo, observando cómo la oscuridad devoraba el horizonte, preguntándose cuántas veces había caminado por caminos como este, siempre solo, siempre luchando contra enemigos que no tenían rostro, pero que siempre estaban presentes en su mente. Miró el escudo en su mano izquierda, un objeto que una vez había sido brillante y nuevo, pero que ahora estaba tan desgastado como él. Las cicatrices en su superficie eran historias sin palabras, relatos de victorias y derrotas. Pero la mayor batalla, no era la que libraba con su espada, sino la que se libraba en su interior, una lucha constante contra la desesperanza que amenazaba con consumirlo. El camino se dividía frente a él, como lo hacía siempre. Dos destinos posibles, dos futuros inciertos. Una parte de él sabía que no importaba cuál eligiera; ambos lo llevarían al mismo lugar, eventualmente. Con cada paso que daba, la noche lo engullía, y el caballero continuó su marcha solitaria, una figura de acero en un mundo que casi había olvidado la luz.
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