Take me to church
Cada vez que su padre lo llamaba a aquel despacho, no podía esperar que nada bueno sucediese, pero en esta ocasión se encontraba especialmente inquieto. ¿Habría cometido algún error imperdonable con su prometida? ¿Habría prestado mayor consideración de la necesaria al guardia de la princesa? Con un nudo en la garganta, respiró hondo y abrió la puerta.
— ¿Me hizo llamar, padre? —Tras cerrar la puerta, su mirada vagó un instante por la habitación, extrañado de no ver nada raro en esta ocasión. Solamente estaba la mesa de madera de fresno, con una silla a cada lado y un guardia junto a su padre.
— Sí. Toma asiento —. Cuando su hijo obedeció, hizo una señal al guardia, quien abandonó la sala—. Quisiera hacerte una pregunta, pero me gustaría que fueras sincero. ¿Puedes prometerme eso?
El joven asintió dubitativamente en respuesta, producto de la desconfianza de lo que aquella pregunta vaticinaba. Antes de que se diera cuenta, el guardia había vuelto con un joven encadenado. El muchacho, aproximadamente de la misma edad que el príncipe, tenía un aspecto demacrado: los orbes ojerosos e hinchados, múltiples contusiones, su cabello rubio salpicado de sangre, al igual que las roídas prendas que llevaba…
— Entonces, ¿lo conoces?
William tragó saliva con dificultad mientras el mundo se le venía encima, pálido ante la imagen que tenía frente a él. Claro que lo conocía, conocía cada detalle de su vida, alma y cuerpo desde hacía años. El muchacho que se encontraba frente a él no era otro que 𝐀𝐥𝐭𝐚𝐢𝐫, su 𝑐𝑜𝑛𝑓𝑖𝑑𝑒𝑛𝑡𝑒, su 𝑎𝑚𝑎𝑛𝑡𝑒, su único 𝑎𝑚𝑖𝑔𝑜.
— No—. Su voz fue infinitamente más firme de lo que cualquiera podría haber imaginado, aunque nada más lejos de la verdad—. ¿Se puede saber a qué viene esto? ¿Va a hacer una caza de brujas con todo hombre que vea por si he hecho algo con él?
El ceño del rey se frunció y el guardia golpeó al chico, haciéndolo caer de rodillas frente al monarca. Afortunadamente para ambos, mantenía la mirada fija en el suelo. Una sola mirada hacia el príncipe y sería el fin para ambos.
— Te he pedido sinceridad y me has mentido. ¿Qué debo hacer ahora? —Preguntó el mayor, dedicando a su hijo una mirada de desdén—. ¿Castigarte a ti por mentiroso o a él por insolente? ¿O a ambos por infames pecadores?
— Padre, no sé qué le habrán dicho, pero es la primera vez que veo a este plebeyo en mi vida—Insistió el príncipe.
— Bien—. Respondió el contrario, esbozando una sonrisa antes de dirigirse al guardia—. Mátalo.
El aludido alzó la espada sin titubear lo más mínimo, aunque al descenderla se vio obligado a detenerse, puesto que el príncipe se había interpuesto en su camino.
— William.
La voz de su padre fue un jarro de agua fría. Había actuado por instinto, pero al hacerlo había sido él quien había condenado a ambos. Sintió sus mejillas húmedas por las lágrimas que habían comenzado a caer por ellas, pero en ningún momento soltó el cuerpo de Altair. Si debía morir también, lo haría. Al fin y al cabo, él había sido el único motivo por el que había sobrevivido tantos años en aquella jaula de oro.
— Will, ¿qué has hecho? —Susurró el rubio, delatando su sorpresa y miedo en el temblor de su voz.
— 𝑻𝒆 𝒒𝒖𝒊𝒆𝒓𝒐—. Respondió en un pequeño sollozo antes de recibir un fuerte golpe en la cabeza que lo hizo aflojar su agarre durante unos instantes, lo suficiente para que el monarca pudiera separarlos y el guardia finalizar su cometido antes de que el heredero pudiese reaccionar.
La cabeza de Altair rodó hasta los pies de William, quien de no haber estado siendo agarrado por su progenitor hubiese caído al suelo. No pudo ni gritar, se encontraba en un estado de shock tan grande que apenas podía respirar. El guardia simplemente lanzó ambas partes del joven por la ventana del despacho, pues caerían directas al foso y abandonó la sala.
— Eres repugnante, pero no desistiré en 𝑐𝑢𝑟𝑎𝑟𝑡𝑒—. Dijo el rey antes de soltarlo, observando como a duras penas podía mantenerse en pie.
William simplemente cerró los ojos en el momento en el que el primer golpe impactó contra su estómago. Con la muerte de Altair, también había muerto su alma, así que poco le importaba en aquel momento lo que su cuerpo se viese obligado a sufrir. En algún momento dejó de sentir los golpes, probablemente producto de la inconsciencia, pero cuando volvió a abrir los ojos tanto él como su padre seguían en aquel infernal despacho.
— 𝐵𝑒𝑛𝑑𝑖𝑡𝑜𝑠 𝑠𝑒𝑎𝑛 𝑙𝑜𝑠 𝑐𝑜𝑛𝑑𝑒𝑛𝑎𝑑𝑜𝑠 𝑐𝑢𝑟𝑎𝑑𝑜𝑠 𝑝𝑜𝑟 𝑚𝑖 𝑚𝑎𝑛𝑜. Deberías darme las gracias, de no haber sido por mi gentil purga, irías directo al infierno junto a tu putita—. Pronunció el mayor antes de escupir al rostro de su hijo—. Me das asco, pero desgraciadamente no puedo deshacerme de ti. Ojalá fueras mujer para poder matarte y seguir buscando un heredero digno, aunque la zorra de tu madre ni siquiera puede darme descendencia ya y menos en su estado.
— Si tanto necesitas echar un polvo vete a un burdel—. Gruñó el príncipe con unas fuerzas inexplicables teniendo en cuenta su estado, incluso logró levantarse apoyado en la mesa, tratando de mantenerse lo más desafiante posible.
Lo odiaba. Lo odiaba. Lo odiaba tanto que quería matarlo con sus propias manos, quería destrozarlo. La simple idea de ejercer violencia, que tanto había odiado, adquiría ahora un placer desconocido. Sin embargo, en las condiciones en las que se encontraba, apenas intentó dar el primer golpe se vio reducido contra la mesa, emitiendo un ahogado quejido de dolor según el mayor retorcía su brazo.
— Esas putas baratas no saben darme lo que necesito—. Tras una breve pausa, el rey esbozó una sonrisa—. Pero me has dado una maravillosa idea, hijo. Tal vez la única buena que has tenido en toda tu miserable vida.
No quería saber lo que pasaba por la retorcida mente de su padre, pero el escalofrío que recorrió su espalda fue suficiente para que intentara forcejear con todas sus fuerzas, aunque desgraciadamente se encontraba al borde de desfallecer. Sabiendo esto, el monarca lo obligó a arrodillarse.
— Cierra los ojos y reza a los dioses, William. Quiero oírte.
Producto de la debilidad, obedeció hasta que su boca se vio repentinamente ocupada. Abrió los ojos entonces, presa del pánico y buscando echar la cabeza hacia atrás para alejarse. Sin embargo, se encontró con un firme agarre sobre su cabello que le impedía moverse. Las lágrimas caían velozmente por sus mejillas mientras continuaba luchando por alejarse a pesar de que eso solamente le conllevase más arcadas. Como pudo, intentó morder el miembro de su progenitor, recibiendo un puñetazo en el rostro que, al menos, le permitió alejarse. Quiso levantarse y correr, gritar y huir, pero no fue lo suficientemente rápido. Antes de poder darse cuenta siquiera, se encontraba atrapado contra el suelo, despojado de sus ropajes de cintura para abajo y con la boca cubierta por la mano ajena para silenciar todo sonido que pudiera salir de sus labios, mas no fue suficiente para apagar por completo el grito de dolor que emitió cuando sintió como el monarca se hundía violentamente en su interior, desgarrando todo a su paso.
—¿Qué ocurre? ¿No es esto lo que te gusta? —Inquirió burlonamente antes de comenzar a embestirlo.
𝐑𝐨𝐠𝐚𝐛𝐚 a los dioses perder la consciencia para no sentir nada más, 𝐫𝐨𝐠𝐚𝐛𝐚 para despertar cuando todo hubiese acabado, 𝐫𝐨𝐠𝐚𝐛𝐚 para que alguien entrase y se apiadase de él. 𝐑𝐨𝐠𝐚𝐛𝐚 𝐚𝐥𝐠𝐨. Algo que, al menos en esa ocasión, nunca llegaría. La tortura se extendió durante dos dolorosas horas, en las que cada vez que el mayor terminaba lo ensuciaba con su esencia, le daba apenas unos minutos para que se confiara y volvía a empezar, hasta que por fin se acabó. Para ese entonces, William no recordaba jamás haber sentido un dolor remotamente semejante y su cuerpo parecía haber dejado de responder. En aquel momento, su mente y su cuerpo se encontraban igual de devastados.
—Vaya zorra estás hecha, igual que tu madre—Dejó un par de caricias afectuosas en su cabello antes de limpiarse los restos de sangre ajena y de recolocarse la ropa, disfrutando del desastre en el que había convertido al menor—. Sin embargo, me temo que todavía no has aprendido la lección, así que tendremos que repetir esto en más ocasiones. Más te vale responder a mi llamado cuando así sea, pero ahora límpiate y ve a tus aposentos, das asco.
Dicho esto, abandonó el despacho y, entonces, el joven príncipe desistió de luchar y cayó en brazos de la inconsciencia, anhelando no volver a despertar jamás.
— ¿Me hizo llamar, padre? —Tras cerrar la puerta, su mirada vagó un instante por la habitación, extrañado de no ver nada raro en esta ocasión. Solamente estaba la mesa de madera de fresno, con una silla a cada lado y un guardia junto a su padre.
— Sí. Toma asiento —. Cuando su hijo obedeció, hizo una señal al guardia, quien abandonó la sala—. Quisiera hacerte una pregunta, pero me gustaría que fueras sincero. ¿Puedes prometerme eso?
El joven asintió dubitativamente en respuesta, producto de la desconfianza de lo que aquella pregunta vaticinaba. Antes de que se diera cuenta, el guardia había vuelto con un joven encadenado. El muchacho, aproximadamente de la misma edad que el príncipe, tenía un aspecto demacrado: los orbes ojerosos e hinchados, múltiples contusiones, su cabello rubio salpicado de sangre, al igual que las roídas prendas que llevaba…
— Entonces, ¿lo conoces?
William tragó saliva con dificultad mientras el mundo se le venía encima, pálido ante la imagen que tenía frente a él. Claro que lo conocía, conocía cada detalle de su vida, alma y cuerpo desde hacía años. El muchacho que se encontraba frente a él no era otro que 𝐀𝐥𝐭𝐚𝐢𝐫, su 𝑐𝑜𝑛𝑓𝑖𝑑𝑒𝑛𝑡𝑒, su 𝑎𝑚𝑎𝑛𝑡𝑒, su único 𝑎𝑚𝑖𝑔𝑜.
— No—. Su voz fue infinitamente más firme de lo que cualquiera podría haber imaginado, aunque nada más lejos de la verdad—. ¿Se puede saber a qué viene esto? ¿Va a hacer una caza de brujas con todo hombre que vea por si he hecho algo con él?
El ceño del rey se frunció y el guardia golpeó al chico, haciéndolo caer de rodillas frente al monarca. Afortunadamente para ambos, mantenía la mirada fija en el suelo. Una sola mirada hacia el príncipe y sería el fin para ambos.
— Te he pedido sinceridad y me has mentido. ¿Qué debo hacer ahora? —Preguntó el mayor, dedicando a su hijo una mirada de desdén—. ¿Castigarte a ti por mentiroso o a él por insolente? ¿O a ambos por infames pecadores?
— Padre, no sé qué le habrán dicho, pero es la primera vez que veo a este plebeyo en mi vida—Insistió el príncipe.
— Bien—. Respondió el contrario, esbozando una sonrisa antes de dirigirse al guardia—. Mátalo.
El aludido alzó la espada sin titubear lo más mínimo, aunque al descenderla se vio obligado a detenerse, puesto que el príncipe se había interpuesto en su camino.
— William.
La voz de su padre fue un jarro de agua fría. Había actuado por instinto, pero al hacerlo había sido él quien había condenado a ambos. Sintió sus mejillas húmedas por las lágrimas que habían comenzado a caer por ellas, pero en ningún momento soltó el cuerpo de Altair. Si debía morir también, lo haría. Al fin y al cabo, él había sido el único motivo por el que había sobrevivido tantos años en aquella jaula de oro.
— Will, ¿qué has hecho? —Susurró el rubio, delatando su sorpresa y miedo en el temblor de su voz.
— 𝑻𝒆 𝒒𝒖𝒊𝒆𝒓𝒐—. Respondió en un pequeño sollozo antes de recibir un fuerte golpe en la cabeza que lo hizo aflojar su agarre durante unos instantes, lo suficiente para que el monarca pudiera separarlos y el guardia finalizar su cometido antes de que el heredero pudiese reaccionar.
La cabeza de Altair rodó hasta los pies de William, quien de no haber estado siendo agarrado por su progenitor hubiese caído al suelo. No pudo ni gritar, se encontraba en un estado de shock tan grande que apenas podía respirar. El guardia simplemente lanzó ambas partes del joven por la ventana del despacho, pues caerían directas al foso y abandonó la sala.
— Eres repugnante, pero no desistiré en 𝑐𝑢𝑟𝑎𝑟𝑡𝑒—. Dijo el rey antes de soltarlo, observando como a duras penas podía mantenerse en pie.
William simplemente cerró los ojos en el momento en el que el primer golpe impactó contra su estómago. Con la muerte de Altair, también había muerto su alma, así que poco le importaba en aquel momento lo que su cuerpo se viese obligado a sufrir. En algún momento dejó de sentir los golpes, probablemente producto de la inconsciencia, pero cuando volvió a abrir los ojos tanto él como su padre seguían en aquel infernal despacho.
— 𝐵𝑒𝑛𝑑𝑖𝑡𝑜𝑠 𝑠𝑒𝑎𝑛 𝑙𝑜𝑠 𝑐𝑜𝑛𝑑𝑒𝑛𝑎𝑑𝑜𝑠 𝑐𝑢𝑟𝑎𝑑𝑜𝑠 𝑝𝑜𝑟 𝑚𝑖 𝑚𝑎𝑛𝑜. Deberías darme las gracias, de no haber sido por mi gentil purga, irías directo al infierno junto a tu putita—. Pronunció el mayor antes de escupir al rostro de su hijo—. Me das asco, pero desgraciadamente no puedo deshacerme de ti. Ojalá fueras mujer para poder matarte y seguir buscando un heredero digno, aunque la zorra de tu madre ni siquiera puede darme descendencia ya y menos en su estado.
— Si tanto necesitas echar un polvo vete a un burdel—. Gruñó el príncipe con unas fuerzas inexplicables teniendo en cuenta su estado, incluso logró levantarse apoyado en la mesa, tratando de mantenerse lo más desafiante posible.
Lo odiaba. Lo odiaba. Lo odiaba tanto que quería matarlo con sus propias manos, quería destrozarlo. La simple idea de ejercer violencia, que tanto había odiado, adquiría ahora un placer desconocido. Sin embargo, en las condiciones en las que se encontraba, apenas intentó dar el primer golpe se vio reducido contra la mesa, emitiendo un ahogado quejido de dolor según el mayor retorcía su brazo.
— Esas putas baratas no saben darme lo que necesito—. Tras una breve pausa, el rey esbozó una sonrisa—. Pero me has dado una maravillosa idea, hijo. Tal vez la única buena que has tenido en toda tu miserable vida.
No quería saber lo que pasaba por la retorcida mente de su padre, pero el escalofrío que recorrió su espalda fue suficiente para que intentara forcejear con todas sus fuerzas, aunque desgraciadamente se encontraba al borde de desfallecer. Sabiendo esto, el monarca lo obligó a arrodillarse.
— Cierra los ojos y reza a los dioses, William. Quiero oírte.
Producto de la debilidad, obedeció hasta que su boca se vio repentinamente ocupada. Abrió los ojos entonces, presa del pánico y buscando echar la cabeza hacia atrás para alejarse. Sin embargo, se encontró con un firme agarre sobre su cabello que le impedía moverse. Las lágrimas caían velozmente por sus mejillas mientras continuaba luchando por alejarse a pesar de que eso solamente le conllevase más arcadas. Como pudo, intentó morder el miembro de su progenitor, recibiendo un puñetazo en el rostro que, al menos, le permitió alejarse. Quiso levantarse y correr, gritar y huir, pero no fue lo suficientemente rápido. Antes de poder darse cuenta siquiera, se encontraba atrapado contra el suelo, despojado de sus ropajes de cintura para abajo y con la boca cubierta por la mano ajena para silenciar todo sonido que pudiera salir de sus labios, mas no fue suficiente para apagar por completo el grito de dolor que emitió cuando sintió como el monarca se hundía violentamente en su interior, desgarrando todo a su paso.
—¿Qué ocurre? ¿No es esto lo que te gusta? —Inquirió burlonamente antes de comenzar a embestirlo.
𝐑𝐨𝐠𝐚𝐛𝐚 a los dioses perder la consciencia para no sentir nada más, 𝐫𝐨𝐠𝐚𝐛𝐚 para despertar cuando todo hubiese acabado, 𝐫𝐨𝐠𝐚𝐛𝐚 para que alguien entrase y se apiadase de él. 𝐑𝐨𝐠𝐚𝐛𝐚 𝐚𝐥𝐠𝐨. Algo que, al menos en esa ocasión, nunca llegaría. La tortura se extendió durante dos dolorosas horas, en las que cada vez que el mayor terminaba lo ensuciaba con su esencia, le daba apenas unos minutos para que se confiara y volvía a empezar, hasta que por fin se acabó. Para ese entonces, William no recordaba jamás haber sentido un dolor remotamente semejante y su cuerpo parecía haber dejado de responder. En aquel momento, su mente y su cuerpo se encontraban igual de devastados.
—Vaya zorra estás hecha, igual que tu madre—Dejó un par de caricias afectuosas en su cabello antes de limpiarse los restos de sangre ajena y de recolocarse la ropa, disfrutando del desastre en el que había convertido al menor—. Sin embargo, me temo que todavía no has aprendido la lección, así que tendremos que repetir esto en más ocasiones. Más te vale responder a mi llamado cuando así sea, pero ahora límpiate y ve a tus aposentos, das asco.
Dicho esto, abandonó el despacho y, entonces, el joven príncipe desistió de luchar y cayó en brazos de la inconsciencia, anhelando no volver a despertar jamás.
Cada vez que su padre lo llamaba a aquel despacho, no podía esperar que nada bueno sucediese, pero en esta ocasión se encontraba especialmente inquieto. ¿Habría cometido algún error imperdonable con su prometida? ¿Habría prestado mayor consideración de la necesaria al guardia de la princesa? Con un nudo en la garganta, respiró hondo y abrió la puerta.
— ¿Me hizo llamar, padre? —Tras cerrar la puerta, su mirada vagó un instante por la habitación, extrañado de no ver nada raro en esta ocasión. Solamente estaba la mesa de madera de fresno, con una silla a cada lado y un guardia junto a su padre.
— Sí. Toma asiento —. Cuando su hijo obedeció, hizo una señal al guardia, quien abandonó la sala—. Quisiera hacerte una pregunta, pero me gustaría que fueras sincero. ¿Puedes prometerme eso?
El joven asintió dubitativamente en respuesta, producto de la desconfianza de lo que aquella pregunta vaticinaba. Antes de que se diera cuenta, el guardia había vuelto con un joven encadenado. El muchacho, aproximadamente de la misma edad que el príncipe, tenía un aspecto demacrado: los orbes ojerosos e hinchados, múltiples contusiones, su cabello rubio salpicado de sangre, al igual que las roídas prendas que llevaba…
— Entonces, ¿lo conoces?
William tragó saliva con dificultad mientras el mundo se le venía encima, pálido ante la imagen que tenía frente a él. Claro que lo conocía, conocía cada detalle de su vida, alma y cuerpo desde hacía años. El muchacho que se encontraba frente a él no era otro que 𝐀𝐥𝐭𝐚𝐢𝐫, su 𝑐𝑜𝑛𝑓𝑖𝑑𝑒𝑛𝑡𝑒, su 𝑎𝑚𝑎𝑛𝑡𝑒, su único 𝑎𝑚𝑖𝑔𝑜.
— No—. Su voz fue infinitamente más firme de lo que cualquiera podría haber imaginado, aunque nada más lejos de la verdad—. ¿Se puede saber a qué viene esto? ¿Va a hacer una caza de brujas con todo hombre que vea por si he hecho algo con él?
El ceño del rey se frunció y el guardia golpeó al chico, haciéndolo caer de rodillas frente al monarca. Afortunadamente para ambos, mantenía la mirada fija en el suelo. Una sola mirada hacia el príncipe y sería el fin para ambos.
— Te he pedido sinceridad y me has mentido. ¿Qué debo hacer ahora? —Preguntó el mayor, dedicando a su hijo una mirada de desdén—. ¿Castigarte a ti por mentiroso o a él por insolente? ¿O a ambos por infames pecadores?
— Padre, no sé qué le habrán dicho, pero es la primera vez que veo a este plebeyo en mi vida—Insistió el príncipe.
— Bien—. Respondió el contrario, esbozando una sonrisa antes de dirigirse al guardia—. Mátalo.
El aludido alzó la espada sin titubear lo más mínimo, aunque al descenderla se vio obligado a detenerse, puesto que el príncipe se había interpuesto en su camino.
— William.
La voz de su padre fue un jarro de agua fría. Había actuado por instinto, pero al hacerlo había sido él quien había condenado a ambos. Sintió sus mejillas húmedas por las lágrimas que habían comenzado a caer por ellas, pero en ningún momento soltó el cuerpo de Altair. Si debía morir también, lo haría. Al fin y al cabo, él había sido el único motivo por el que había sobrevivido tantos años en aquella jaula de oro.
— Will, ¿qué has hecho? —Susurró el rubio, delatando su sorpresa y miedo en el temblor de su voz.
— 𝑻𝒆 𝒒𝒖𝒊𝒆𝒓𝒐—. Respondió en un pequeño sollozo antes de recibir un fuerte golpe en la cabeza que lo hizo aflojar su agarre durante unos instantes, lo suficiente para que el monarca pudiera separarlos y el guardia finalizar su cometido antes de que el heredero pudiese reaccionar.
La cabeza de Altair rodó hasta los pies de William, quien de no haber estado siendo agarrado por su progenitor hubiese caído al suelo. No pudo ni gritar, se encontraba en un estado de shock tan grande que apenas podía respirar. El guardia simplemente lanzó ambas partes del joven por la ventana del despacho, pues caerían directas al foso y abandonó la sala.
— Eres repugnante, pero no desistiré en 𝑐𝑢𝑟𝑎𝑟𝑡𝑒—. Dijo el rey antes de soltarlo, observando como a duras penas podía mantenerse en pie.
William simplemente cerró los ojos en el momento en el que el primer golpe impactó contra su estómago. Con la muerte de Altair, también había muerto su alma, así que poco le importaba en aquel momento lo que su cuerpo se viese obligado a sufrir. En algún momento dejó de sentir los golpes, probablemente producto de la inconsciencia, pero cuando volvió a abrir los ojos tanto él como su padre seguían en aquel infernal despacho.
— 𝐵𝑒𝑛𝑑𝑖𝑡𝑜𝑠 𝑠𝑒𝑎𝑛 𝑙𝑜𝑠 𝑐𝑜𝑛𝑑𝑒𝑛𝑎𝑑𝑜𝑠 𝑐𝑢𝑟𝑎𝑑𝑜𝑠 𝑝𝑜𝑟 𝑚𝑖 𝑚𝑎𝑛𝑜. Deberías darme las gracias, de no haber sido por mi gentil purga, irías directo al infierno junto a tu putita—. Pronunció el mayor antes de escupir al rostro de su hijo—. Me das asco, pero desgraciadamente no puedo deshacerme de ti. Ojalá fueras mujer para poder matarte y seguir buscando un heredero digno, aunque la zorra de tu madre ni siquiera puede darme descendencia ya y menos en su estado.
— Si tanto necesitas echar un polvo vete a un burdel—. Gruñó el príncipe con unas fuerzas inexplicables teniendo en cuenta su estado, incluso logró levantarse apoyado en la mesa, tratando de mantenerse lo más desafiante posible.
Lo odiaba. Lo odiaba. Lo odiaba tanto que quería matarlo con sus propias manos, quería destrozarlo. La simple idea de ejercer violencia, que tanto había odiado, adquiría ahora un placer desconocido. Sin embargo, en las condiciones en las que se encontraba, apenas intentó dar el primer golpe se vio reducido contra la mesa, emitiendo un ahogado quejido de dolor según el mayor retorcía su brazo.
— Esas putas baratas no saben darme lo que necesito—. Tras una breve pausa, el rey esbozó una sonrisa—. Pero me has dado una maravillosa idea, hijo. Tal vez la única buena que has tenido en toda tu miserable vida.
No quería saber lo que pasaba por la retorcida mente de su padre, pero el escalofrío que recorrió su espalda fue suficiente para que intentara forcejear con todas sus fuerzas, aunque desgraciadamente se encontraba al borde de desfallecer. Sabiendo esto, el monarca lo obligó a arrodillarse.
— Cierra los ojos y reza a los dioses, William. Quiero oírte.
Producto de la debilidad, obedeció hasta que su boca se vio repentinamente ocupada. Abrió los ojos entonces, presa del pánico y buscando echar la cabeza hacia atrás para alejarse. Sin embargo, se encontró con un firme agarre sobre su cabello que le impedía moverse. Las lágrimas caían velozmente por sus mejillas mientras continuaba luchando por alejarse a pesar de que eso solamente le conllevase más arcadas. Como pudo, intentó morder el miembro de su progenitor, recibiendo un puñetazo en el rostro que, al menos, le permitió alejarse. Quiso levantarse y correr, gritar y huir, pero no fue lo suficientemente rápido. Antes de poder darse cuenta siquiera, se encontraba atrapado contra el suelo, despojado de sus ropajes de cintura para abajo y con la boca cubierta por la mano ajena para silenciar todo sonido que pudiera salir de sus labios, mas no fue suficiente para apagar por completo el grito de dolor que emitió cuando sintió como el monarca se hundía violentamente en su interior, desgarrando todo a su paso.
—¿Qué ocurre? ¿No es esto lo que te gusta? —Inquirió burlonamente antes de comenzar a embestirlo.
𝐑𝐨𝐠𝐚𝐛𝐚 a los dioses perder la consciencia para no sentir nada más, 𝐫𝐨𝐠𝐚𝐛𝐚 para despertar cuando todo hubiese acabado, 𝐫𝐨𝐠𝐚𝐛𝐚 para que alguien entrase y se apiadase de él. 𝐑𝐨𝐠𝐚𝐛𝐚 𝐚𝐥𝐠𝐨. Algo que, al menos en esa ocasión, nunca llegaría. La tortura se extendió durante dos dolorosas horas, en las que cada vez que el mayor terminaba lo ensuciaba con su esencia, le daba apenas unos minutos para que se confiara y volvía a empezar, hasta que por fin se acabó. Para ese entonces, William no recordaba jamás haber sentido un dolor remotamente semejante y su cuerpo parecía haber dejado de responder. En aquel momento, su mente y su cuerpo se encontraban igual de devastados.
—Vaya zorra estás hecha, igual que tu madre—Dejó un par de caricias afectuosas en su cabello antes de limpiarse los restos de sangre ajena y de recolocarse la ropa, disfrutando del desastre en el que había convertido al menor—. Sin embargo, me temo que todavía no has aprendido la lección, así que tendremos que repetir esto en más ocasiones. Más te vale responder a mi llamado cuando así sea, pero ahora límpiate y ve a tus aposentos, das asco.
Dicho esto, abandonó el despacho y, entonces, el joven príncipe desistió de luchar y cayó en brazos de la inconsciencia, anhelando no volver a despertar jamás.
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