Acto II, episodio I: Corazón dividido, alma fragmentada
Fandom Fantasma de la Ópera
Categoría Drama
⧼ Rol cerrado con ࣪ 𝐄𝐑𝐈𝐊 𝐃𝐄𝐒𝐓𝐋𝐄𝐑

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「𝟸𝟼 𝚍𝚎 𝚓𝚞𝚕𝚒𝚘 𝚍𝚎 𝟷𝟾𝟽𝟷. 𝙿𝚊𝚛í𝚜, 𝙵𝚛𝚊𝚗𝚌𝚒𝚊. 𝙷𝚘𝚐𝚊𝚛 𝚍𝚎𝚕 𝙿𝚎𝚛𝚜𝚊 𝚎𝚗 𝚕𝚊 𝚁𝚞𝚎 𝚍𝚎 𝚁𝚒𝚟𝚘𝚕𝚒. 𝙳𝚒𝚎𝚣 𝚎𝚗 𝚙𝚞𝚗𝚝𝚘 𝚍𝚎 𝚕𝚊 𝚖𝚊ñ𝚊𝚗𝚊.」

Si se ha de ser sincero, querido lector, el viaje desde Florencia no había sido del todo agradable. Por un lado, el alma de la florentina volvía a deshacerse en mil pedazos al despedirse de su amada familia, aunque fuese una decisión propia que ninguno de sus más allegados tratase de impedir. Darío por fin estaba poniendo término a la, en ocasiones, pesadilla que le había supuesto viajar tantas veces en tren de un sitio a otro, aunque hubiese sido testigo de esta historia de amor que comienza a germinar tras tanto tiempo de negación y duda.

La signorina se había quedado a pasar la noche del 25 al 26 de julio en el hogar del Persa, situado al otro lado de la calle de las Tullerías, a pie de calle en un modesto apartamento de una pensión en la Rue de Rivoli, a insistencia tanto de Darío como del propio Persa. Hasim, en su papel como bedel, se las había ingeniado para preparar el terreno y anunciar el adelantado regreso de Elettra para que llegase a oídos del Fantasma de la manera más natural posible.

Para quien tuviese el honor de ver a Elettra Dantelli a su regreso de la Florencia más renacentista, podría apreciar que en su piel se percibía un brillo especial, fruto de la buena comida que sólo una madre amorosa que ha sido bendecida con el nacimiento de un nieto puede elaborar; había engordado, muy poco por su estricta disciplina, pero lo suficiente como para verla aún más hermosa. Su cabello cobrizo había sido cortado por debajo de los hombros, aunque luciese un moño semirrecogido a la altura de la nuca y, para su gran recepción, se había ataviado con un vestido de lino azul y gasa blanca que le permitía no derretirse del incesante y abrasador calor de una París en pleno verano y en sus ojos brillaba el amor más puro que jamás hubiera existido, aunque ese brillo de su mirada celeste sólo pudiese ser apreciado por un buen observador.

—Está usted radiante, signorina Elettra...—se atrevió a suspirar Darío, que había acabado de llevar las pertenencias de la florentina a su dormitorio, al tiempo que le entregaba la única llave de aquel camerino-dormitorio que había quedado reservado sólo para ella.

—Nunca podré agradecerte lo suficiente todo lo que has hecho estas semanas por nosotros, Darío.—Elettra, candorosa como era, tomó al muchacho por las manos y dejó caer sobre la mejilla oscura del criado un beso maternal.

—Me conformo con que me deje volver a ver a su familia.—el muchacho, que sentía las mejillas enrojecer, bajó la mirada, atreviéndose a realizar su petición.

Para Elettra, aquello fue más que suficiente. ¡Cómo no iba a concedérselo! Los Dantelli habían aprendido a confiar en Darío y eso le convertía, al menos en parte, en uno más del clan Dantelli. Tan sólo tenía que cumplir la condición de no traicionarlos ni dañarlos jamás.
Se despidió, tomando un modesto bolsito con cadena de oro que contenía sus efectos personales (como el monedero o el libro de identificación), la carta que no se había atrevido a enviar y la recibida por parte de los directores de la Ópera de París y se encaminó dando un agradable paseo hasta aquel templo dedicado a las más hermosas e increíbles artes escénicas, sintiéndose distinta con cada paso que daba.

Sintiéndose fuerte.

Sintiéndose feliz.

Porque nadie podía apartarla de la elección que había tomado. Ni siquiera los Chagny.
⧼ Rol cerrado con [FANTOME] ⧽ ≿————- ❈ ————-≾ 「𝟸𝟼 𝚍𝚎 𝚓𝚞𝚕𝚒𝚘 𝚍𝚎 𝟷𝟾𝟽𝟷. 𝙿𝚊𝚛í𝚜, 𝙵𝚛𝚊𝚗𝚌𝚒𝚊. 𝙷𝚘𝚐𝚊𝚛 𝚍𝚎𝚕 𝙿𝚎𝚛𝚜𝚊 𝚎𝚗 𝚕𝚊 𝚁𝚞𝚎 𝚍𝚎 𝚁𝚒𝚟𝚘𝚕𝚒. 𝙳𝚒𝚎𝚣 𝚎𝚗 𝚙𝚞𝚗𝚝𝚘 𝚍𝚎 𝚕𝚊 𝚖𝚊ñ𝚊𝚗𝚊.」 Si se ha de ser sincero, querido lector, el viaje desde Florencia no había sido del todo agradable. Por un lado, el alma de la florentina volvía a deshacerse en mil pedazos al despedirse de su amada familia, aunque fuese una decisión propia que ninguno de sus más allegados tratase de impedir. Darío por fin estaba poniendo término a la, en ocasiones, pesadilla que le había supuesto viajar tantas veces en tren de un sitio a otro, aunque hubiese sido testigo de esta historia de amor que comienza a germinar tras tanto tiempo de negación y duda. La signorina se había quedado a pasar la noche del 25 al 26 de julio en el hogar del Persa, situado al otro lado de la calle de las Tullerías, a pie de calle en un modesto apartamento de una pensión en la Rue de Rivoli, a insistencia tanto de Darío como del propio Persa. Hasim, en su papel como bedel, se las había ingeniado para preparar el terreno y anunciar el adelantado regreso de Elettra para que llegase a oídos del Fantasma de la manera más natural posible. Para quien tuviese el honor de ver a Elettra Dantelli a su regreso de la Florencia más renacentista, podría apreciar que en su piel se percibía un brillo especial, fruto de la buena comida que sólo una madre amorosa que ha sido bendecida con el nacimiento de un nieto puede elaborar; había engordado, muy poco por su estricta disciplina, pero lo suficiente como para verla aún más hermosa. Su cabello cobrizo había sido cortado por debajo de los hombros, aunque luciese un moño semirrecogido a la altura de la nuca y, para su gran recepción, se había ataviado con un vestido de lino azul y gasa blanca que le permitía no derretirse del incesante y abrasador calor de una París en pleno verano y en sus ojos brillaba el amor más puro que jamás hubiera existido, aunque ese brillo de su mirada celeste sólo pudiese ser apreciado por un buen observador. —Está usted radiante, signorina Elettra...—se atrevió a suspirar Darío, que había acabado de llevar las pertenencias de la florentina a su dormitorio, al tiempo que le entregaba la única llave de aquel camerino-dormitorio que había quedado reservado sólo para ella. —Nunca podré agradecerte lo suficiente todo lo que has hecho estas semanas por nosotros, Darío.—Elettra, candorosa como era, tomó al muchacho por las manos y dejó caer sobre la mejilla oscura del criado un beso maternal. —Me conformo con que me deje volver a ver a su familia.—el muchacho, que sentía las mejillas enrojecer, bajó la mirada, atreviéndose a realizar su petición. Para Elettra, aquello fue más que suficiente. ¡Cómo no iba a concedérselo! Los Dantelli habían aprendido a confiar en Darío y eso le convertía, al menos en parte, en uno más del clan Dantelli. Tan sólo tenía que cumplir la condición de no traicionarlos ni dañarlos jamás. Se despidió, tomando un modesto bolsito con cadena de oro que contenía sus efectos personales (como el monedero o el libro de identificación), la carta que no se había atrevido a enviar y la recibida por parte de los directores de la Ópera de París y se encaminó dando un agradable paseo hasta aquel templo dedicado a las más hermosas e increíbles artes escénicas, sintiéndose distinta con cada paso que daba. Sintiéndose fuerte. Sintiéndose feliz. Porque nadie podía apartarla de la elección que había tomado. Ni siquiera los Chagny.
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