Mision
MONOROL
Hiroshi Yamanadaka, conocido en los círculos clandestinos por su agilidad sobrehumana y su habilidad en el combate, se deslizó silenciosamente por la ventana de una casa suburbana. La luz de la luna filtrándose por las cortinas apenas iluminaba su figura ágil mientras aterrizaba con gracia en el suelo de la cocina. Con movimientos precisos y entrenados, se encaminó directamente hacia el refrigerador, evaluando con desdén el contenido escaso y poco apetecible.
—Vaya porquería de comida —murmuró para sí mismo mientras comenzaba a prepararse un sándwich con los ingredientes disponibles.
El ruido de unas llaves en la cerradura y la puerta que se abría bruscamente lo obligaron a acelerar su preparación.
—¡No tardaré mucho! —exclamó Hiroshi en voz baja, sus sentidos alerta mientras completaba su improvisada comida.
La tensión en la habitación aumentó cuando una voz temblorosa resonó desde el pasillo.
—¿Quién está ahí?
Hiroshi se volvió hacia la entrada con una sonrisa socarrona en su rostro sombreado.
—Tranquilo, solo soy un hombre hambriento. Pero parece que tienes más problemas que la comida en tu refrigerador —respondió con una calma que contrastaba con la ansiedad del dueño de la casa.
El joven propietario, visiblemente nervioso, apareció en el umbral con una pistola temblando en sus manos.
—F-fuera de mi casa —balbuceó, tratando de mantener una compostura que se desmoronaba rápidamente.
Hiroshi dio un paso adelante, sus ojos entrecerrados evaluando la situación con una mezcla de desdén y curiosidad.
—Oh, así que recibes a tus invitados. Qué mal educado —comentó con un leve tono de burla mientras se acercaba lentamente al joven.
—¿Q-qué es lo que quieres...? —preguntó el joven, su voz temblando más intensamente ahora.
Hiroshi dejó el sándwich a medio comer sobre la mesa, su expresión se volvió más seria.
—Vine por algo. Vine a asegurarme de que pagues tus deudas —dijo con una mirada penetrante que revelaba su conocimiento profundo de la situación del joven.
—¿Q-q-qué...? —el miedo del joven era palpable ahora, mezclado con una creciente desesperación.
—Sé que te gusta la droga y que le debes a gente peligrosa. Tienes 24 horas para pagar los 78,000 o mañana volveré, y la conversación será mucho menos amigable.
El joven, en un intento desesperado por mantener el control, sacó un arma y la apuntó hacia Hiroshi con manos temblorosas.
—N-no me puedes obligar. Tengo un arma —dijo, su voz apenas contenida por el pánico.
Hiroshi levantó una ceja con un leve gesto de sorpresa.
—Oh, un arma. Qué peligroso —comentó en tono irónico.
—S-si no te vas, te disparo.
En un instante, Hiroshi desapareció de la vista del joven y reapareció detrás de él, desarmándolo con una rapidez y precisión que solo años de entrenamiento podrían proporcionar. La pistola cayó al suelo con un ruido sordo mientras Hiroshi mantenía al joven bajo su control.
—Tendrías suerte si no fuera porque entreno desde hace años. Déjate de tonterías —susurró, su voz cercana y fría en el oído del joven.
El joven, paralizado por el miedo, asintió en silencio.
—Bien, creo que me quedaré con tu arma. Gracias por el regalo, y ya sabes, mañana vengo —dijo Hiroshi, mordiendo su sándwich a medio comer y dirigiéndose ágilmente hacia la ventana—. Hasta entonces. Espero no tener que usar esto contra ti, sería una lástima tener que usar tu propia arma en tu contra.
El joven quedó atónito, paralizado, sin palabras, con el rostro pálido.
—Oh, y para que me creas... —Hiroshi disparó el arma, rozando la mejilla del joven y golpeando justo en la cabeza de una foto suya en la pared.
—Un pequeño recuerdo de mi parte, jeje. Bien, me retiro —dijo, con la comida en la boca, desapareciendo por la ventana igual que como había llegado.
Hiroshi Yamanadaka, conocido en los círculos clandestinos por su agilidad sobrehumana y su habilidad en el combate, se deslizó silenciosamente por la ventana de una casa suburbana. La luz de la luna filtrándose por las cortinas apenas iluminaba su figura ágil mientras aterrizaba con gracia en el suelo de la cocina. Con movimientos precisos y entrenados, se encaminó directamente hacia el refrigerador, evaluando con desdén el contenido escaso y poco apetecible.
—Vaya porquería de comida —murmuró para sí mismo mientras comenzaba a prepararse un sándwich con los ingredientes disponibles.
El ruido de unas llaves en la cerradura y la puerta que se abría bruscamente lo obligaron a acelerar su preparación.
—¡No tardaré mucho! —exclamó Hiroshi en voz baja, sus sentidos alerta mientras completaba su improvisada comida.
La tensión en la habitación aumentó cuando una voz temblorosa resonó desde el pasillo.
—¿Quién está ahí?
Hiroshi se volvió hacia la entrada con una sonrisa socarrona en su rostro sombreado.
—Tranquilo, solo soy un hombre hambriento. Pero parece que tienes más problemas que la comida en tu refrigerador —respondió con una calma que contrastaba con la ansiedad del dueño de la casa.
El joven propietario, visiblemente nervioso, apareció en el umbral con una pistola temblando en sus manos.
—F-fuera de mi casa —balbuceó, tratando de mantener una compostura que se desmoronaba rápidamente.
Hiroshi dio un paso adelante, sus ojos entrecerrados evaluando la situación con una mezcla de desdén y curiosidad.
—Oh, así que recibes a tus invitados. Qué mal educado —comentó con un leve tono de burla mientras se acercaba lentamente al joven.
—¿Q-qué es lo que quieres...? —preguntó el joven, su voz temblando más intensamente ahora.
Hiroshi dejó el sándwich a medio comer sobre la mesa, su expresión se volvió más seria.
—Vine por algo. Vine a asegurarme de que pagues tus deudas —dijo con una mirada penetrante que revelaba su conocimiento profundo de la situación del joven.
—¿Q-q-qué...? —el miedo del joven era palpable ahora, mezclado con una creciente desesperación.
—Sé que te gusta la droga y que le debes a gente peligrosa. Tienes 24 horas para pagar los 78,000 o mañana volveré, y la conversación será mucho menos amigable.
El joven, en un intento desesperado por mantener el control, sacó un arma y la apuntó hacia Hiroshi con manos temblorosas.
—N-no me puedes obligar. Tengo un arma —dijo, su voz apenas contenida por el pánico.
Hiroshi levantó una ceja con un leve gesto de sorpresa.
—Oh, un arma. Qué peligroso —comentó en tono irónico.
—S-si no te vas, te disparo.
En un instante, Hiroshi desapareció de la vista del joven y reapareció detrás de él, desarmándolo con una rapidez y precisión que solo años de entrenamiento podrían proporcionar. La pistola cayó al suelo con un ruido sordo mientras Hiroshi mantenía al joven bajo su control.
—Tendrías suerte si no fuera porque entreno desde hace años. Déjate de tonterías —susurró, su voz cercana y fría en el oído del joven.
El joven, paralizado por el miedo, asintió en silencio.
—Bien, creo que me quedaré con tu arma. Gracias por el regalo, y ya sabes, mañana vengo —dijo Hiroshi, mordiendo su sándwich a medio comer y dirigiéndose ágilmente hacia la ventana—. Hasta entonces. Espero no tener que usar esto contra ti, sería una lástima tener que usar tu propia arma en tu contra.
El joven quedó atónito, paralizado, sin palabras, con el rostro pálido.
—Oh, y para que me creas... —Hiroshi disparó el arma, rozando la mejilla del joven y golpeando justo en la cabeza de una foto suya en la pared.
—Un pequeño recuerdo de mi parte, jeje. Bien, me retiro —dijo, con la comida en la boca, desapareciendo por la ventana igual que como había llegado.
MONOROL
Hiroshi Yamanadaka, conocido en los círculos clandestinos por su agilidad sobrehumana y su habilidad en el combate, se deslizó silenciosamente por la ventana de una casa suburbana. La luz de la luna filtrándose por las cortinas apenas iluminaba su figura ágil mientras aterrizaba con gracia en el suelo de la cocina. Con movimientos precisos y entrenados, se encaminó directamente hacia el refrigerador, evaluando con desdén el contenido escaso y poco apetecible.
—Vaya porquería de comida —murmuró para sí mismo mientras comenzaba a prepararse un sándwich con los ingredientes disponibles.
El ruido de unas llaves en la cerradura y la puerta que se abría bruscamente lo obligaron a acelerar su preparación.
—¡No tardaré mucho! —exclamó Hiroshi en voz baja, sus sentidos alerta mientras completaba su improvisada comida.
La tensión en la habitación aumentó cuando una voz temblorosa resonó desde el pasillo.
—¿Quién está ahí?
Hiroshi se volvió hacia la entrada con una sonrisa socarrona en su rostro sombreado.
—Tranquilo, solo soy un hombre hambriento. Pero parece que tienes más problemas que la comida en tu refrigerador —respondió con una calma que contrastaba con la ansiedad del dueño de la casa.
El joven propietario, visiblemente nervioso, apareció en el umbral con una pistola temblando en sus manos.
—F-fuera de mi casa —balbuceó, tratando de mantener una compostura que se desmoronaba rápidamente.
Hiroshi dio un paso adelante, sus ojos entrecerrados evaluando la situación con una mezcla de desdén y curiosidad.
—Oh, así que recibes a tus invitados. Qué mal educado —comentó con un leve tono de burla mientras se acercaba lentamente al joven.
—¿Q-qué es lo que quieres...? —preguntó el joven, su voz temblando más intensamente ahora.
Hiroshi dejó el sándwich a medio comer sobre la mesa, su expresión se volvió más seria.
—Vine por algo. Vine a asegurarme de que pagues tus deudas —dijo con una mirada penetrante que revelaba su conocimiento profundo de la situación del joven.
—¿Q-q-qué...? —el miedo del joven era palpable ahora, mezclado con una creciente desesperación.
—Sé que te gusta la droga y que le debes a gente peligrosa. Tienes 24 horas para pagar los 78,000 o mañana volveré, y la conversación será mucho menos amigable.
El joven, en un intento desesperado por mantener el control, sacó un arma y la apuntó hacia Hiroshi con manos temblorosas.
—N-no me puedes obligar. Tengo un arma —dijo, su voz apenas contenida por el pánico.
Hiroshi levantó una ceja con un leve gesto de sorpresa.
—Oh, un arma. Qué peligroso —comentó en tono irónico.
—S-si no te vas, te disparo.
En un instante, Hiroshi desapareció de la vista del joven y reapareció detrás de él, desarmándolo con una rapidez y precisión que solo años de entrenamiento podrían proporcionar. La pistola cayó al suelo con un ruido sordo mientras Hiroshi mantenía al joven bajo su control.
—Tendrías suerte si no fuera porque entreno desde hace años. Déjate de tonterías —susurró, su voz cercana y fría en el oído del joven.
El joven, paralizado por el miedo, asintió en silencio.
—Bien, creo que me quedaré con tu arma. Gracias por el regalo, y ya sabes, mañana vengo —dijo Hiroshi, mordiendo su sándwich a medio comer y dirigiéndose ágilmente hacia la ventana—. Hasta entonces. Espero no tener que usar esto contra ti, sería una lástima tener que usar tu propia arma en tu contra.
El joven quedó atónito, paralizado, sin palabras, con el rostro pálido.
—Oh, y para que me creas... —Hiroshi disparó el arma, rozando la mejilla del joven y golpeando justo en la cabeza de una foto suya en la pared.
—Un pequeño recuerdo de mi parte, jeje. Bien, me retiro —dijo, con la comida en la boca, desapareciendo por la ventana igual que como había llegado.
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