La noche cae, el parque se torna sombrío y solitario, el refugio ideal para los habitantes de la oscuridad. Valerian se apoya en la barandilla del mirador, observando las tenues luces alumbrando los caminos de piedra que serpentean entre los árboles. Allá abajo, oculta en algún lugar no muy lejano, una niña disfruta de algunas golosinas. No alcanza a verle, pero la brisa nocturna trae su aroma. Una sonrisa irónica juega en sus labios.
Su voz suena voz baja y profunda.
— El azúcar... curioso, ¿no? Esa dulce tentación que ofrece consuelo en los momentos de tristeza, una pequeña chispa de placer en medio de la monotonía. Pequeños placeres que elevan el espíritu, que ofrecen una breve escapatoria del peso del mundo —hace una pausa, sus ojos azules destellando con una mezcla de compasión y crueldad— Al mismo tiempo, es un enemigo insidioso. Se adhiere silenciosamente, se infiltra en el cuerpo, creando una dependencia casi imperceptible. Con cada dulce bocado, deja una marca. Las consecuencias, a menudo invisibles al principio, se acumulan. Un deterioro sutil, una trampa invisible que atrapa a los desesperados con promesas de consuelo y satisfacción.
Su voz suena voz baja y profunda.
— El azúcar... curioso, ¿no? Esa dulce tentación que ofrece consuelo en los momentos de tristeza, una pequeña chispa de placer en medio de la monotonía. Pequeños placeres que elevan el espíritu, que ofrecen una breve escapatoria del peso del mundo —hace una pausa, sus ojos azules destellando con una mezcla de compasión y crueldad— Al mismo tiempo, es un enemigo insidioso. Se adhiere silenciosamente, se infiltra en el cuerpo, creando una dependencia casi imperceptible. Con cada dulce bocado, deja una marca. Las consecuencias, a menudo invisibles al principio, se acumulan. Un deterioro sutil, una trampa invisible que atrapa a los desesperados con promesas de consuelo y satisfacción.
La noche cae, el parque se torna sombrío y solitario, el refugio ideal para los habitantes de la oscuridad. Valerian se apoya en la barandilla del mirador, observando las tenues luces alumbrando los caminos de piedra que serpentean entre los árboles. Allá abajo, oculta en algún lugar no muy lejano, una niña disfruta de algunas golosinas. No alcanza a verle, pero la brisa nocturna trae su aroma. Una sonrisa irónica juega en sus labios.
Su voz suena voz baja y profunda.
— El azúcar... curioso, ¿no? Esa dulce tentación que ofrece consuelo en los momentos de tristeza, una pequeña chispa de placer en medio de la monotonía. Pequeños placeres que elevan el espíritu, que ofrecen una breve escapatoria del peso del mundo —hace una pausa, sus ojos azules destellando con una mezcla de compasión y crueldad— Al mismo tiempo, es un enemigo insidioso. Se adhiere silenciosamente, se infiltra en el cuerpo, creando una dependencia casi imperceptible. Con cada dulce bocado, deja una marca. Las consecuencias, a menudo invisibles al principio, se acumulan. Un deterioro sutil, una trampa invisible que atrapa a los desesperados con promesas de consuelo y satisfacción.