ㅤ ㅤ *abyssĭmus ╲╲
ㅤ
ㅤ *abyssĭmus ╲╲
ㅤ 𝒾. m. 𝐩𝐫𝐨𝐟𝐮𝐧𝐝𝐢𝐝𝐚𝐝 𝐠𝐫𝐚𝐧𝐝𝐞, 𝐢𝐦𝐩𝐨𝐧𝐞𝐧𝐭𝐞 𝐲 𝐩𝐞𝐥𝐢𝐠𝐫𝐨𝐬𝐚, (...)
ㅤㅤ 𝒾𝒾. m. 𝐢𝐧𝐟𝐢𝐞𝐫𝐧𝐨.
ㅤㅤ
ㅤㅤ ᴍᴏɴᴏʀᴏʟ.
⸻ Estoy limpia, estoy limpia, estoy limpia.
Pero las huellas de las miradas viriles estaban encarnadas bajo la piel, penetraban el músculo y eran absorbidas por la sinovia en el poro de los huesos, hasta formar parte de ella. Nunca se irían.
Epidermis rojiza y ardiente bajo la tina de agua hirviendo. Rascaba hasta sangrar para que el calor quemara su pecado. ¿Era suyo, o de Aegon? 𝐌𝐢́𝐨. La culpa siempre se cernía en la fisonomía femenina. Acorde a las costumbres, debería ser incinerada viva, dejar que las llamas lamieran su alma hasta elevarse en una columna de humo.
El pérfido marido, durmiendo en la tranquilidad de sus aposentos, ahogado en el amargo sabor del vino, ni se inmutaba. Eso creyó tras el vilipendio a su intimidad con el beneplácito de su amado. Sí, lo que quedaba de Helaena aún lo amaba.
Desde entonces, se cubrió de oprobiosos recuerdos para evadir a Otto, principalmente. Gormó la cena en sus zapatos la primera noche que se atrevió a salir de su habitación. Y a Ser Criston no le fue mucho mejor. Éste esquivaba las zonas que frecuentaba la reina para no causarle un hermético cierre de vías respiratorias. Pero de todos los verdugos de aquella noche, había uno que le sonreía y saludaba calurosamente entre los pasillos.
Antes evitaba la almohada para no dejarse llevar por los telares de hilo divino que era su don, y ahora lo hacía para no ver esa sonrisa. Larrys, a quien dedicó el apuñalamiento de una muñeca de Jaehaera con la tijera de su set de bordado, era su pesadilla más frecuente. Como medida de seguridad, dejó de pasear descalza por los jardines, y se acostaba con los zapatos puestos. Su humor, de ordinario sereno, se ensombreció.
No había derecho a trabar la puerta con pestillo, Aegon podía querer entrar en cualquier momento y debía tener vía libre y despejada de contratiempos para injuriar el cuasi cadáver de Helaena. Y ya que la biología humana no podía saltarse sus onerosas funciones, durmió.
Moretones en los muslos, huellas dactilares.
El plañir de Helaena se reproducía como ecos en una cavernosa locación, asaltada por manos frías y ásperas en la penumbra, que no la dejaban caminar. Se colaban bajo los pliegues del vestido, arañaban la tela y la retenían. Corría sobre arena movediza mientras alguien la miraba desde la distancia. Un hombre, sucio, cubierto de miserables guiñapos, su cara con un tinte de ladrillo viejo, con una barba hirsuta y enmarañados cabellos que, limpios, hubieran sido de cobre.
⸻ Mi Lord… ⸻gimoteó la desdichada, y le extendió torpemente una mano. ⸻ ¡Ayuda!
La Mano del rey Viserys desapareció. Arryk y Criston le ayudaron a estabilizarse, para después cerrar sus manos ornamentadas en guanteletes de entrenamiento sobre la fina piel lechosa. Dolía como los Siete Infiernos, no eran delicados con ella, la firmeza que ofrecían no eran más que lo opuesto a un placebo.
⸻ 𝘗𝘶𝘵𝘢. ⸻ La voz que reconoció al fondo de la caverna no era correlativa a al sonido de dos pares de pies abriéndose paso. Un tragaluz de granito rojo mostró los rostros. ⸻ 𝘕𝘰 𝘩𝘢𝘴 𝘱𝘰𝘥𝘪𝘥𝘰 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘦𝘯𝘦𝘳𝘵𝘦, ¿𝘦𝘩? 𝘋𝘦𝘫𝘢𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘤𝘶𝘢𝘭𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳𝘢 𝘵𝘦 𝘵𝘰𝘲𝘶𝘦 ⸻ Aegon rió, Larrys le hizo el coro susurrante, un demonio que turbaba la cabeza de su 𝒒𝒖𝒆𝒓𝒊𝒅𝒐, su 𝒂𝒎𝒂𝒅𝒊́𝒔𝒊𝒎𝒐 esposo. Los caballeros de la guardia empujaron su cuerpo de tal modo que cayó de rodillas. Podría haber pasado como una fiel creyente en sus oraciones matutinas a ojos extraños. La realidad estaba lejos de eso. ⸻ 𝘋𝘦𝘫𝘢 𝘥𝘦 𝘭𝘭𝘰𝘳𝘢𝘳, 𝘴𝘢𝘣𝘦𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘮𝘦 𝘨𝘶𝘴𝘵𝘢. ⸻ Su marido la cogió de la barbilla con la fuerza justa para no romperle los huesos. Más dígitos rojos se tatuaban en su piel. Tras darse cuenta que ella no podía mirarlo a los ojos, la soltó y le dio la espalda. ⸻ 𝘏𝘢𝘴 𝘴𝘪𝘥𝘰 𝘶𝘯𝘢 𝘮𝘢𝘭𝘢 𝘩𝘦𝘳𝘮𝘢𝘯𝘢, 𝘏𝘦𝘭𝘢𝘦𝘯𝘢.
⸻ No quise…
⸻ ¡𝘊𝘢́𝘭𝘭𝘢𝘵𝘦! ⸻ gritó. ⸻ 𝘠 𝘲𝘶𝘪́𝘵𝘢𝘵𝘦 𝘭𝘢 𝘳𝘰𝘱𝘢.
Otra vez no. Quería gritar y maldecir, el infierno era acogedor en comparación a aquellos hombres custodiando su vergüenza como fieles vasallos del mal, o de la cobardía. Su falta de respuesta alteró al joven monarca. Muy seriamente se pregonaba Helaena la utilidad de un puñetazo antes de que terminase con sus restos de alma hecha jirones.
⸻ ¡¿𝘕𝘖 𝘔𝘌 𝘌𝘚𝘊𝘜𝘊𝘏𝘈𝘚𝘛𝘌?!
Cerró los ojos, apretó, se rompió los vasos sanguíneos de los párpados y, cuando volvió a abrirlos, estaba en el Septón. No había techo. Ruinas, como la Antigua Valyria, y un público observando su desnudez. El sol quemaba nucas y espaldas y pronto sus mordeduras arrancaron suspiros quejosos. Helaena miraba sus semblantes buscando algún consuelo. Saltó de uno en otro, todos hombres, fuertes, grandes… aterradores. ¿Dónde estaba su madre?
𝑷𝒐𝒓 𝒇𝒂𝒗𝒐𝒓, 𝒑𝒐𝒓 𝒇𝒂𝒗𝒐𝒓, 𝒑𝒐𝒓 𝒇𝒂𝒗𝒐𝒓, 𝒑𝒐𝒓 𝒇𝒂𝒗𝒐𝒓, 𝒑𝒐𝒓 𝒇𝒂𝒗𝒐𝒓.
𝑨𝒚𝒖𝒅𝒂.
⸻ 𝘋𝘢𝘮𝘢𝘴 𝘺 𝘤𝘢𝘣𝘢𝘭𝘭𝘦𝘳𝘰𝘴, ¡𝘭𝘢 𝘙𝘢𝘮𝘦𝘳𝘢 𝘥𝘦𝘭 𝘙𝘦𝘪𝘯𝘰! 𝘏𝘢𝘨𝘢𝘯 𝘧𝘪𝘭𝘢, 𝘵𝘰𝘥𝘰𝘴 𝘵𝘦𝘯𝘥𝘳𝘢́𝘯 𝘴𝘶 𝘵𝘶𝘳𝘯𝘰. ⸻ gritó el rey.
Eran cientos, miles de ellos, todos con hambre de manipular el cuerpo de la reina. Y Aegon iba a dejarlos. Por supuesto, nadie hizo fila. De pronto las gruesas manos de albañiles, campesinos, marineros, guardias y comerciantes tiraron de su cabello, piernas y brazos. ¿Por qué gastarse en gritar socorro? No había salida. Si cerraba los ojos pasaría más rápido, no dolería el sentir cómo llenaban sus agujeros y se vaciaban en ella, cómo le arrancaban la piel y desgarraban la carne de los músculos sobre la yugular para poner su cabeza en una pica.
Y ni así murió. Veía desde la altura que ofrecía la punta metálica penetrando su garganta la grotesca escena.
𝘋𝘦𝘴𝘱𝘪𝘦𝘳𝘵𝘢, 𝘏𝘦𝘭𝘢𝘦𝘯𝘢.
𝘌𝘴 𝘴𝘰́𝘭𝘰 𝘶𝘯 𝘴𝘶𝘦𝘯̃𝘰.
ㅤ *abyssĭmus ╲╲
ㅤ 𝒾. m. 𝐩𝐫𝐨𝐟𝐮𝐧𝐝𝐢𝐝𝐚𝐝 𝐠𝐫𝐚𝐧𝐝𝐞, 𝐢𝐦𝐩𝐨𝐧𝐞𝐧𝐭𝐞 𝐲 𝐩𝐞𝐥𝐢𝐠𝐫𝐨𝐬𝐚, (...)
ㅤㅤ 𝒾𝒾. m. 𝐢𝐧𝐟𝐢𝐞𝐫𝐧𝐨.
ㅤㅤ
ㅤㅤ ᴍᴏɴᴏʀᴏʟ.
⸻ Estoy limpia, estoy limpia, estoy limpia.
Pero las huellas de las miradas viriles estaban encarnadas bajo la piel, penetraban el músculo y eran absorbidas por la sinovia en el poro de los huesos, hasta formar parte de ella. Nunca se irían.
Epidermis rojiza y ardiente bajo la tina de agua hirviendo. Rascaba hasta sangrar para que el calor quemara su pecado. ¿Era suyo, o de Aegon? 𝐌𝐢́𝐨. La culpa siempre se cernía en la fisonomía femenina. Acorde a las costumbres, debería ser incinerada viva, dejar que las llamas lamieran su alma hasta elevarse en una columna de humo.
El pérfido marido, durmiendo en la tranquilidad de sus aposentos, ahogado en el amargo sabor del vino, ni se inmutaba. Eso creyó tras el vilipendio a su intimidad con el beneplácito de su amado. Sí, lo que quedaba de Helaena aún lo amaba.
Desde entonces, se cubrió de oprobiosos recuerdos para evadir a Otto, principalmente. Gormó la cena en sus zapatos la primera noche que se atrevió a salir de su habitación. Y a Ser Criston no le fue mucho mejor. Éste esquivaba las zonas que frecuentaba la reina para no causarle un hermético cierre de vías respiratorias. Pero de todos los verdugos de aquella noche, había uno que le sonreía y saludaba calurosamente entre los pasillos.
Antes evitaba la almohada para no dejarse llevar por los telares de hilo divino que era su don, y ahora lo hacía para no ver esa sonrisa. Larrys, a quien dedicó el apuñalamiento de una muñeca de Jaehaera con la tijera de su set de bordado, era su pesadilla más frecuente. Como medida de seguridad, dejó de pasear descalza por los jardines, y se acostaba con los zapatos puestos. Su humor, de ordinario sereno, se ensombreció.
No había derecho a trabar la puerta con pestillo, Aegon podía querer entrar en cualquier momento y debía tener vía libre y despejada de contratiempos para injuriar el cuasi cadáver de Helaena. Y ya que la biología humana no podía saltarse sus onerosas funciones, durmió.
Moretones en los muslos, huellas dactilares.
El plañir de Helaena se reproducía como ecos en una cavernosa locación, asaltada por manos frías y ásperas en la penumbra, que no la dejaban caminar. Se colaban bajo los pliegues del vestido, arañaban la tela y la retenían. Corría sobre arena movediza mientras alguien la miraba desde la distancia. Un hombre, sucio, cubierto de miserables guiñapos, su cara con un tinte de ladrillo viejo, con una barba hirsuta y enmarañados cabellos que, limpios, hubieran sido de cobre.
⸻ Mi Lord… ⸻gimoteó la desdichada, y le extendió torpemente una mano. ⸻ ¡Ayuda!
La Mano del rey Viserys desapareció. Arryk y Criston le ayudaron a estabilizarse, para después cerrar sus manos ornamentadas en guanteletes de entrenamiento sobre la fina piel lechosa. Dolía como los Siete Infiernos, no eran delicados con ella, la firmeza que ofrecían no eran más que lo opuesto a un placebo.
⸻ 𝘗𝘶𝘵𝘢. ⸻ La voz que reconoció al fondo de la caverna no era correlativa a al sonido de dos pares de pies abriéndose paso. Un tragaluz de granito rojo mostró los rostros. ⸻ 𝘕𝘰 𝘩𝘢𝘴 𝘱𝘰𝘥𝘪𝘥𝘰 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘦𝘯𝘦𝘳𝘵𝘦, ¿𝘦𝘩? 𝘋𝘦𝘫𝘢𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘤𝘶𝘢𝘭𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳𝘢 𝘵𝘦 𝘵𝘰𝘲𝘶𝘦 ⸻ Aegon rió, Larrys le hizo el coro susurrante, un demonio que turbaba la cabeza de su 𝒒𝒖𝒆𝒓𝒊𝒅𝒐, su 𝒂𝒎𝒂𝒅𝒊́𝒔𝒊𝒎𝒐 esposo. Los caballeros de la guardia empujaron su cuerpo de tal modo que cayó de rodillas. Podría haber pasado como una fiel creyente en sus oraciones matutinas a ojos extraños. La realidad estaba lejos de eso. ⸻ 𝘋𝘦𝘫𝘢 𝘥𝘦 𝘭𝘭𝘰𝘳𝘢𝘳, 𝘴𝘢𝘣𝘦𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘮𝘦 𝘨𝘶𝘴𝘵𝘢. ⸻ Su marido la cogió de la barbilla con la fuerza justa para no romperle los huesos. Más dígitos rojos se tatuaban en su piel. Tras darse cuenta que ella no podía mirarlo a los ojos, la soltó y le dio la espalda. ⸻ 𝘏𝘢𝘴 𝘴𝘪𝘥𝘰 𝘶𝘯𝘢 𝘮𝘢𝘭𝘢 𝘩𝘦𝘳𝘮𝘢𝘯𝘢, 𝘏𝘦𝘭𝘢𝘦𝘯𝘢.
⸻ No quise…
⸻ ¡𝘊𝘢́𝘭𝘭𝘢𝘵𝘦! ⸻ gritó. ⸻ 𝘠 𝘲𝘶𝘪́𝘵𝘢𝘵𝘦 𝘭𝘢 𝘳𝘰𝘱𝘢.
Otra vez no. Quería gritar y maldecir, el infierno era acogedor en comparación a aquellos hombres custodiando su vergüenza como fieles vasallos del mal, o de la cobardía. Su falta de respuesta alteró al joven monarca. Muy seriamente se pregonaba Helaena la utilidad de un puñetazo antes de que terminase con sus restos de alma hecha jirones.
⸻ ¡¿𝘕𝘖 𝘔𝘌 𝘌𝘚𝘊𝘜𝘊𝘏𝘈𝘚𝘛𝘌?!
Cerró los ojos, apretó, se rompió los vasos sanguíneos de los párpados y, cuando volvió a abrirlos, estaba en el Septón. No había techo. Ruinas, como la Antigua Valyria, y un público observando su desnudez. El sol quemaba nucas y espaldas y pronto sus mordeduras arrancaron suspiros quejosos. Helaena miraba sus semblantes buscando algún consuelo. Saltó de uno en otro, todos hombres, fuertes, grandes… aterradores. ¿Dónde estaba su madre?
𝑷𝒐𝒓 𝒇𝒂𝒗𝒐𝒓, 𝒑𝒐𝒓 𝒇𝒂𝒗𝒐𝒓, 𝒑𝒐𝒓 𝒇𝒂𝒗𝒐𝒓, 𝒑𝒐𝒓 𝒇𝒂𝒗𝒐𝒓, 𝒑𝒐𝒓 𝒇𝒂𝒗𝒐𝒓.
𝑨𝒚𝒖𝒅𝒂.
⸻ 𝘋𝘢𝘮𝘢𝘴 𝘺 𝘤𝘢𝘣𝘢𝘭𝘭𝘦𝘳𝘰𝘴, ¡𝘭𝘢 𝘙𝘢𝘮𝘦𝘳𝘢 𝘥𝘦𝘭 𝘙𝘦𝘪𝘯𝘰! 𝘏𝘢𝘨𝘢𝘯 𝘧𝘪𝘭𝘢, 𝘵𝘰𝘥𝘰𝘴 𝘵𝘦𝘯𝘥𝘳𝘢́𝘯 𝘴𝘶 𝘵𝘶𝘳𝘯𝘰. ⸻ gritó el rey.
Eran cientos, miles de ellos, todos con hambre de manipular el cuerpo de la reina. Y Aegon iba a dejarlos. Por supuesto, nadie hizo fila. De pronto las gruesas manos de albañiles, campesinos, marineros, guardias y comerciantes tiraron de su cabello, piernas y brazos. ¿Por qué gastarse en gritar socorro? No había salida. Si cerraba los ojos pasaría más rápido, no dolería el sentir cómo llenaban sus agujeros y se vaciaban en ella, cómo le arrancaban la piel y desgarraban la carne de los músculos sobre la yugular para poner su cabeza en una pica.
Y ni así murió. Veía desde la altura que ofrecía la punta metálica penetrando su garganta la grotesca escena.
𝘋𝘦𝘴𝘱𝘪𝘦𝘳𝘵𝘢, 𝘏𝘦𝘭𝘢𝘦𝘯𝘢.
𝘌𝘴 𝘴𝘰́𝘭𝘰 𝘶𝘯 𝘴𝘶𝘦𝘯̃𝘰.
ㅤ
ㅤ *abyssĭmus ╲╲
ㅤ 𝒾. m. 𝐩𝐫𝐨𝐟𝐮𝐧𝐝𝐢𝐝𝐚𝐝 𝐠𝐫𝐚𝐧𝐝𝐞, 𝐢𝐦𝐩𝐨𝐧𝐞𝐧𝐭𝐞 𝐲 𝐩𝐞𝐥𝐢𝐠𝐫𝐨𝐬𝐚, (...)
ㅤㅤ 𝒾𝒾. m. 𝐢𝐧𝐟𝐢𝐞𝐫𝐧𝐨.
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ㅤㅤ ᴍᴏɴᴏʀᴏʟ.
⸻ Estoy limpia, estoy limpia, estoy limpia.
Pero las huellas de las miradas viriles estaban encarnadas bajo la piel, penetraban el músculo y eran absorbidas por la sinovia en el poro de los huesos, hasta formar parte de ella. Nunca se irían.
Epidermis rojiza y ardiente bajo la tina de agua hirviendo. Rascaba hasta sangrar para que el calor quemara su pecado. ¿Era suyo, o de Aegon? 𝐌𝐢́𝐨. La culpa siempre se cernía en la fisonomía femenina. Acorde a las costumbres, debería ser incinerada viva, dejar que las llamas lamieran su alma hasta elevarse en una columna de humo.
El pérfido marido, durmiendo en la tranquilidad de sus aposentos, ahogado en el amargo sabor del vino, ni se inmutaba. Eso creyó tras el vilipendio a su intimidad con el beneplácito de su amado. Sí, lo que quedaba de Helaena aún lo amaba.
Desde entonces, se cubrió de oprobiosos recuerdos para evadir a Otto, principalmente. Gormó la cena en sus zapatos la primera noche que se atrevió a salir de su habitación. Y a Ser Criston no le fue mucho mejor. Éste esquivaba las zonas que frecuentaba la reina para no causarle un hermético cierre de vías respiratorias. Pero de todos los verdugos de aquella noche, había uno que le sonreía y saludaba calurosamente entre los pasillos.
Antes evitaba la almohada para no dejarse llevar por los telares de hilo divino que era su don, y ahora lo hacía para no ver esa sonrisa. Larrys, a quien dedicó el apuñalamiento de una muñeca de Jaehaera con la tijera de su set de bordado, era su pesadilla más frecuente. Como medida de seguridad, dejó de pasear descalza por los jardines, y se acostaba con los zapatos puestos. Su humor, de ordinario sereno, se ensombreció.
No había derecho a trabar la puerta con pestillo, Aegon podía querer entrar en cualquier momento y debía tener vía libre y despejada de contratiempos para injuriar el cuasi cadáver de Helaena. Y ya que la biología humana no podía saltarse sus onerosas funciones, durmió.
Moretones en los muslos, huellas dactilares.
El plañir de Helaena se reproducía como ecos en una cavernosa locación, asaltada por manos frías y ásperas en la penumbra, que no la dejaban caminar. Se colaban bajo los pliegues del vestido, arañaban la tela y la retenían. Corría sobre arena movediza mientras alguien la miraba desde la distancia. Un hombre, sucio, cubierto de miserables guiñapos, su cara con un tinte de ladrillo viejo, con una barba hirsuta y enmarañados cabellos que, limpios, hubieran sido de cobre.
⸻ Mi Lord… ⸻gimoteó la desdichada, y le extendió torpemente una mano. ⸻ ¡Ayuda!
La Mano del rey Viserys desapareció. Arryk y Criston le ayudaron a estabilizarse, para después cerrar sus manos ornamentadas en guanteletes de entrenamiento sobre la fina piel lechosa. Dolía como los Siete Infiernos, no eran delicados con ella, la firmeza que ofrecían no eran más que lo opuesto a un placebo.
⸻ 𝘗𝘶𝘵𝘢. ⸻ La voz que reconoció al fondo de la caverna no era correlativa a al sonido de dos pares de pies abriéndose paso. Un tragaluz de granito rojo mostró los rostros. ⸻ 𝘕𝘰 𝘩𝘢𝘴 𝘱𝘰𝘥𝘪𝘥𝘰 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘦𝘯𝘦𝘳𝘵𝘦, ¿𝘦𝘩? 𝘋𝘦𝘫𝘢𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘤𝘶𝘢𝘭𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳𝘢 𝘵𝘦 𝘵𝘰𝘲𝘶𝘦 ⸻ Aegon rió, Larrys le hizo el coro susurrante, un demonio que turbaba la cabeza de su 𝒒𝒖𝒆𝒓𝒊𝒅𝒐, su 𝒂𝒎𝒂𝒅𝒊́𝒔𝒊𝒎𝒐 esposo. Los caballeros de la guardia empujaron su cuerpo de tal modo que cayó de rodillas. Podría haber pasado como una fiel creyente en sus oraciones matutinas a ojos extraños. La realidad estaba lejos de eso. ⸻ 𝘋𝘦𝘫𝘢 𝘥𝘦 𝘭𝘭𝘰𝘳𝘢𝘳, 𝘴𝘢𝘣𝘦𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘮𝘦 𝘨𝘶𝘴𝘵𝘢. ⸻ Su marido la cogió de la barbilla con la fuerza justa para no romperle los huesos. Más dígitos rojos se tatuaban en su piel. Tras darse cuenta que ella no podía mirarlo a los ojos, la soltó y le dio la espalda. ⸻ 𝘏𝘢𝘴 𝘴𝘪𝘥𝘰 𝘶𝘯𝘢 𝘮𝘢𝘭𝘢 𝘩𝘦𝘳𝘮𝘢𝘯𝘢, 𝘏𝘦𝘭𝘢𝘦𝘯𝘢.
⸻ No quise…
⸻ ¡𝘊𝘢́𝘭𝘭𝘢𝘵𝘦! ⸻ gritó. ⸻ 𝘠 𝘲𝘶𝘪́𝘵𝘢𝘵𝘦 𝘭𝘢 𝘳𝘰𝘱𝘢.
Otra vez no. Quería gritar y maldecir, el infierno era acogedor en comparación a aquellos hombres custodiando su vergüenza como fieles vasallos del mal, o de la cobardía. Su falta de respuesta alteró al joven monarca. Muy seriamente se pregonaba Helaena la utilidad de un puñetazo antes de que terminase con sus restos de alma hecha jirones.
⸻ ¡¿𝘕𝘖 𝘔𝘌 𝘌𝘚𝘊𝘜𝘊𝘏𝘈𝘚𝘛𝘌?!
Cerró los ojos, apretó, se rompió los vasos sanguíneos de los párpados y, cuando volvió a abrirlos, estaba en el Septón. No había techo. Ruinas, como la Antigua Valyria, y un público observando su desnudez. El sol quemaba nucas y espaldas y pronto sus mordeduras arrancaron suspiros quejosos. Helaena miraba sus semblantes buscando algún consuelo. Saltó de uno en otro, todos hombres, fuertes, grandes… aterradores. ¿Dónde estaba su madre?
𝑷𝒐𝒓 𝒇𝒂𝒗𝒐𝒓, 𝒑𝒐𝒓 𝒇𝒂𝒗𝒐𝒓, 𝒑𝒐𝒓 𝒇𝒂𝒗𝒐𝒓, 𝒑𝒐𝒓 𝒇𝒂𝒗𝒐𝒓, 𝒑𝒐𝒓 𝒇𝒂𝒗𝒐𝒓.
𝑨𝒚𝒖𝒅𝒂.
⸻ 𝘋𝘢𝘮𝘢𝘴 𝘺 𝘤𝘢𝘣𝘢𝘭𝘭𝘦𝘳𝘰𝘴, ¡𝘭𝘢 𝘙𝘢𝘮𝘦𝘳𝘢 𝘥𝘦𝘭 𝘙𝘦𝘪𝘯𝘰! 𝘏𝘢𝘨𝘢𝘯 𝘧𝘪𝘭𝘢, 𝘵𝘰𝘥𝘰𝘴 𝘵𝘦𝘯𝘥𝘳𝘢́𝘯 𝘴𝘶 𝘵𝘶𝘳𝘯𝘰. ⸻ gritó el rey.
Eran cientos, miles de ellos, todos con hambre de manipular el cuerpo de la reina. Y Aegon iba a dejarlos. Por supuesto, nadie hizo fila. De pronto las gruesas manos de albañiles, campesinos, marineros, guardias y comerciantes tiraron de su cabello, piernas y brazos. ¿Por qué gastarse en gritar socorro? No había salida. Si cerraba los ojos pasaría más rápido, no dolería el sentir cómo llenaban sus agujeros y se vaciaban en ella, cómo le arrancaban la piel y desgarraban la carne de los músculos sobre la yugular para poner su cabeza en una pica.
Y ni así murió. Veía desde la altura que ofrecía la punta metálica penetrando su garganta la grotesca escena.
𝘋𝘦𝘴𝘱𝘪𝘦𝘳𝘵𝘢, 𝘏𝘦𝘭𝘢𝘦𝘯𝘢.
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