⸙͎۪۫ ㅤ#𝑀𝑜𝑛𝑜𝑟𝑜𝑙. 1
Fandom HOUSE OF THE DRAGON.
Categoría Drama


ㅤHelaena Targaryen.
ㅤ𝑅𝑢𝑛𝑛𝑖𝑛𝑔 𝑠𝑐𝑎𝑟𝑒𝑑, 𝐼 𝑤𝑎𝑠 𝑡ℎ𝑒𝑟𝑒,
ㅤ𝐼 𝑟𝑒𝑚𝑒𝑚𝑏𝑒𝑟 𝑖𝑡 𝑎𝑙𝑙 𝑡𝑜𝑜 𝑤𝑒𝑙𝑙.
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𔓘⸙͎۪۫ ㅤ#𝑀𝑜𝑛𝑜𝑟𝑜𝑙. 1

Aclaración.

Se trata el tema de su*c*d*o.

Es un monorol de hace un año, no lo corregí ni nada, mi escritura actual es bastante diferente.

▬▬▬▬▬ ˏˋ ⟡ ˊˎ ▬▬▬▬▬
El asesinato de Jaehaerys había dejado a la reina en un estado imposible de remontar. El Consejo Verde tomó la dura decisión de separarla de su rol de jinete, ya que no estaba apta para montar a Dreamfyre, pues desde el duro acontecimiento no se la había vuelto a ver en la Fortaleza. No comía, no se bañaba, no dormía, 𝗻𝗼 𝗲𝘀𝘁𝗮𝗯𝗮 𝘃𝗶𝘃𝗮. No, aquello no podía llamarse 𝘃𝗶𝗱𝗮. Era un fantasma cuyos lamentos resonaban en ecos sombríos por las paredes del castillo. Espinas, vidrios rotos, enfermedades, llanto asedian día y noche la miel de la amada reina: la desdicha atraviesa su paz, el dolor sube y baja. Y en el amor no valen tampoco ojos cerrados, profundos lechos lejos del pestilente herido, o del que paso a paso conquista su bandera. Porque la vida pega como cólera o río y abre un túnel sangriento por donde los vigilan los ojos de una inmensa familia de dolores.

En efecto, a continuación de las primeras filas del cortejo veíase, a hombros de cuatro individuos, una especie de parihuelas, sobre las cuales se hallaba acostado durmiendo el eterno sueño un cuerpecillo, el de un niño. Desde su puesto distinguían claramente los ciudadanos hasta el más insignificante pormenor. Veían la frente rodeada de blancas flores, los ojos cerrados, las manos unidas del pequeño cadáver, que de aquella suerte era llevado a la tumba en medio de un dolor general. Imposible creer en una ceremonia de otra clase; imposible dudar de que el muchacho estuviese muerto. No era posible equivocarse al contemplar aquella frente amarilla, aquella nariz afilada, aquella rigidez de los piececitos saliendo de los pliegues de la ropa, aquella inmovilidad definitiva del ser. Helaena rezaba para despertar de la pesadilla. Nunca sucedió. El consuelo que le quedaba era religioso, creyendo que los niños, hallándose limpios de toda mancha, van directamente a ocupar un sitio entre los ángeles del cielo. Después de la ceremonia, los cercanos de la familia acudirán a cumplimentar a sus padres, que habrán de verse obligados a ocultar su humano e irresistible dolor.

La culpa la consumió dejando sus mejillas ahuecadas por la falta de alimento. Su lengua blanca, seca, y la piel áspera por la deshidratación eran apenas el comienzo de la agonía. No dejaba a nadie ingresar a sus aposentos más que a una criada, los platos de comida se amontonaban en la mesa hasta enfriarse y ser retirados en la noche, y sus hijos tenían terminantemente prohibido verla también por orden propia. No podía encontrarse con los ojos de Maelor sin caerse a pedazos lo que quedaba de ella. Su príncipe menor había sido testigo de lo que su madre escogió para él, pese a ser Jaehaerys quien sufriera el destino final con la carne de su cuello abierta. La cabeza del primogénito del rey regente había sido por dos semanas un trofeo para los Negros. Revivía el momento una y otra vez, torturándose a sí misma sin parar. Los días y las noches eran iguales, la luz solar y lunar no penetraban los visillos tras las pesadas cortinas negras. Su cubrecamas, sábanas y fundas para las almohadas vestían del mismo color. Su camisón hacía juego. Los colores de la habitación habían desaparecido para reflejar el estado de su alma enlutada.

Cada vez que se levantaba para alimentar a los insectos en los terrarios podía notar su extrema delgadez. No correspondía en absoluto a lo pesado que sentía el cuerpo.

Pasaron los días, y Helaena estaba apartada de la guerra, consciente del resultado que esta tendría. ¿𝑃𝑎𝑟𝑎 𝑞𝑢𝑒 𝑝𝑜𝑠𝑡𝑒𝑟𝑔𝑎𝑟𝑙𝑜? pensó mientras desmenuzaba las migas de pan sobre la tierra que las hormigas habían labrado. 𝑇𝑜𝑑𝑜 𝑡𝑖𝑒𝑛𝑒 𝑢𝑛 𝑓𝑖𝑛𝑎𝑙.

—— Trae al príncipe y la princesa ante mí —— pidió a la criada que le dejaba el desayuno. La muchacha se sorprendió, eran las primeras palabras de la reina desde la tragedia. —— Y no le digas a nadie.

Lo que menos necesitaba era que sus familiares corrieran a interrogarla. Eran sus hijos, no tenía por qué pedir permiso (a los inoperantes que no fueron capaces de protegerlos) para verlos.

Jaehaera y Maelor entraron tomados de la mano. Rompieron ese precioso gesto para correr a los brazos de su madre. Helaena los recibió intentando mantener un semblante de tranquilidad, era lo máximo a lo que podía aspirar. Se había empolvado la cara para no asustarlos con la decadente presencia fantasmal que lucía, y aunque a sus ojos les dolió el contacto con la luz, también abrió las cortinas. Pasaron toda la mañana juntos; la reina les contó historias, les enseñó cómo alimentar a los insectos en sus cubículos de cristal, peinó a Jaehaera cerrando la trenza con su broche en forma de mariposa más preciado, ese que estaba moldeado a partir de zafiros y perlas, y cantó para ellos hasta que el reloj marcó la hora del almuerzo. Los príncipes comieron allí ante sus ojos mientras ella hacía un esfuerzo por terminar una taza de té. Grabó sus rostros en la retina, impregnó su memoria con bellos recuerdos y se deleitó con lo mucho que ambos se parecían a Aegon, aunque nada comparado con Jaehaerys… Él había sido la viva imagen de Aemond. Su hermano.

Aemond no estaba en la Fortaleza, y quizás era mejor así. No tenía noticias de él y tampoco deseaba tenerlas. Su amor por él sería eterno, mas no podía evitar que el resentimiento con él se le encarnara en el corazón. No deseaba partir a mejor vida llena de odio. Sirvió otras tres tazas de té mientras los niños, fascinados, miraban a las arañas de seda dorada tejer sus nidos. Este momento de distracción fue suficiente para colocar un líquido adormecedor en dos de las tazas. Ella misma lo había preparado, era parte de la reserva de frascos que guardaba bajo la cama.

—— Vengan, vamos a tomar té antes de que se los lleven —— dijo con dulzura. Sus obedientes retoños no tardaron en sentarse a su lado.

—— Mami, tengo sueño —— dijo Jaehaera frotándose los ojos. Maelor ya estaba dormitando en los brazos de su madre. Las tazas vacías borraron el rastro del crimen.

Helaena se levantó con el menor a cuestas e indicó a su princesa que se recostara en la cama junto a su ya somnoliento hermano. Acarició sus cabellos hasta que la respiración de ambos se volvió tan tranquila como la brisa veraniega. Besó sus frentes una vez más y los tapó. La criada los encontraría allí más tarde, dormidos con tanta profundidad que no escucharían… no verían… Al despertar todo sería confuso para ellos, pero se evitarían los gritos de sirvientes y de Alicent. Maelor era especialmente sensible a los ruidos fuertes.
Abrió las puertas del balcón y se subió al alféizar. Sintió el frío de la transpiración emergiendo. Su piel brillaba.

No tenía miedo.

Dio un paso.
La libertad estaba delante de sus ojos.
Otro paso.

El sabor seco en su boca desapareció. Segregaba saliva.

No, ya no era saliva. Sabía extraño, como el metal. Ya no estaba parada, sino acostada. Un colchón de picas la abrazaba atravesando su carne.
Tosió, no supo cómo, porque el aire no ingresaba. Una lanza entró por su espalda y salió por el pecho, otra por su estómago, y una por su garganta.

Oscuridad.

¿Quién lo diría?

𝗟𝗼𝘀 𝗱𝗶𝗼𝘀𝗲𝘀 𝗻𝗼 𝗲𝘅𝗶𝘀𝘁𝗲𝗻.
ㅤ ㅤ ㅤHelaena Targaryen. ㅤ𝑅𝑢𝑛𝑛𝑖𝑛𝑔 𝑠𝑐𝑎𝑟𝑒𝑑, 𝐼 𝑤𝑎𝑠 𝑡ℎ𝑒𝑟𝑒, ㅤ𝐼 𝑟𝑒𝑚𝑒𝑚𝑏𝑒𝑟 𝑖𝑡 𝑎𝑙𝑙 𝑡𝑜𝑜 𝑤𝑒𝑙𝑙. ───────────── 𔓘⸙͎۪۫ ㅤ#𝑀𝑜𝑛𝑜𝑟𝑜𝑙. 1 ⚠️ Aclaración. Se trata el tema de su*c*d*o. Es un monorol de hace un año, no lo corregí ni nada, mi escritura actual es bastante diferente. ▬▬▬▬▬ ˏˋ ⟡ ˊˎ ▬▬▬▬▬ El asesinato de Jaehaerys había dejado a la reina en un estado imposible de remontar. El Consejo Verde tomó la dura decisión de separarla de su rol de jinete, ya que no estaba apta para montar a Dreamfyre, pues desde el duro acontecimiento no se la había vuelto a ver en la Fortaleza. No comía, no se bañaba, no dormía, 𝗻𝗼 𝗲𝘀𝘁𝗮𝗯𝗮 𝘃𝗶𝘃𝗮. No, aquello no podía llamarse 𝘃𝗶𝗱𝗮. Era un fantasma cuyos lamentos resonaban en ecos sombríos por las paredes del castillo. Espinas, vidrios rotos, enfermedades, llanto asedian día y noche la miel de la amada reina: la desdicha atraviesa su paz, el dolor sube y baja. Y en el amor no valen tampoco ojos cerrados, profundos lechos lejos del pestilente herido, o del que paso a paso conquista su bandera. Porque la vida pega como cólera o río y abre un túnel sangriento por donde los vigilan los ojos de una inmensa familia de dolores. En efecto, a continuación de las primeras filas del cortejo veíase, a hombros de cuatro individuos, una especie de parihuelas, sobre las cuales se hallaba acostado durmiendo el eterno sueño un cuerpecillo, el de un niño. Desde su puesto distinguían claramente los ciudadanos hasta el más insignificante pormenor. Veían la frente rodeada de blancas flores, los ojos cerrados, las manos unidas del pequeño cadáver, que de aquella suerte era llevado a la tumba en medio de un dolor general. Imposible creer en una ceremonia de otra clase; imposible dudar de que el muchacho estuviese muerto. No era posible equivocarse al contemplar aquella frente amarilla, aquella nariz afilada, aquella rigidez de los piececitos saliendo de los pliegues de la ropa, aquella inmovilidad definitiva del ser. Helaena rezaba para despertar de la pesadilla. Nunca sucedió. El consuelo que le quedaba era religioso, creyendo que los niños, hallándose limpios de toda mancha, van directamente a ocupar un sitio entre los ángeles del cielo. Después de la ceremonia, los cercanos de la familia acudirán a cumplimentar a sus padres, que habrán de verse obligados a ocultar su humano e irresistible dolor. La culpa la consumió dejando sus mejillas ahuecadas por la falta de alimento. Su lengua blanca, seca, y la piel áspera por la deshidratación eran apenas el comienzo de la agonía. No dejaba a nadie ingresar a sus aposentos más que a una criada, los platos de comida se amontonaban en la mesa hasta enfriarse y ser retirados en la noche, y sus hijos tenían terminantemente prohibido verla también por orden propia. No podía encontrarse con los ojos de Maelor sin caerse a pedazos lo que quedaba de ella. Su príncipe menor había sido testigo de lo que su madre escogió para él, pese a ser Jaehaerys quien sufriera el destino final con la carne de su cuello abierta. La cabeza del primogénito del rey regente había sido por dos semanas un trofeo para los Negros. Revivía el momento una y otra vez, torturándose a sí misma sin parar. Los días y las noches eran iguales, la luz solar y lunar no penetraban los visillos tras las pesadas cortinas negras. Su cubrecamas, sábanas y fundas para las almohadas vestían del mismo color. Su camisón hacía juego. Los colores de la habitación habían desaparecido para reflejar el estado de su alma enlutada. Cada vez que se levantaba para alimentar a los insectos en los terrarios podía notar su extrema delgadez. No correspondía en absoluto a lo pesado que sentía el cuerpo. Pasaron los días, y Helaena estaba apartada de la guerra, consciente del resultado que esta tendría. ¿𝑃𝑎𝑟𝑎 𝑞𝑢𝑒 𝑝𝑜𝑠𝑡𝑒𝑟𝑔𝑎𝑟𝑙𝑜? pensó mientras desmenuzaba las migas de pan sobre la tierra que las hormigas habían labrado. 𝑇𝑜𝑑𝑜 𝑡𝑖𝑒𝑛𝑒 𝑢𝑛 𝑓𝑖𝑛𝑎𝑙. —— Trae al príncipe y la princesa ante mí —— pidió a la criada que le dejaba el desayuno. La muchacha se sorprendió, eran las primeras palabras de la reina desde la tragedia. —— Y no le digas a nadie. Lo que menos necesitaba era que sus familiares corrieran a interrogarla. Eran sus hijos, no tenía por qué pedir permiso (a los inoperantes que no fueron capaces de protegerlos) para verlos. Jaehaera y Maelor entraron tomados de la mano. Rompieron ese precioso gesto para correr a los brazos de su madre. Helaena los recibió intentando mantener un semblante de tranquilidad, era lo máximo a lo que podía aspirar. Se había empolvado la cara para no asustarlos con la decadente presencia fantasmal que lucía, y aunque a sus ojos les dolió el contacto con la luz, también abrió las cortinas. Pasaron toda la mañana juntos; la reina les contó historias, les enseñó cómo alimentar a los insectos en sus cubículos de cristal, peinó a Jaehaera cerrando la trenza con su broche en forma de mariposa más preciado, ese que estaba moldeado a partir de zafiros y perlas, y cantó para ellos hasta que el reloj marcó la hora del almuerzo. Los príncipes comieron allí ante sus ojos mientras ella hacía un esfuerzo por terminar una taza de té. Grabó sus rostros en la retina, impregnó su memoria con bellos recuerdos y se deleitó con lo mucho que ambos se parecían a Aegon, aunque nada comparado con Jaehaerys… Él había sido la viva imagen de Aemond. Su hermano. Aemond no estaba en la Fortaleza, y quizás era mejor así. No tenía noticias de él y tampoco deseaba tenerlas. Su amor por él sería eterno, mas no podía evitar que el resentimiento con él se le encarnara en el corazón. No deseaba partir a mejor vida llena de odio. Sirvió otras tres tazas de té mientras los niños, fascinados, miraban a las arañas de seda dorada tejer sus nidos. Este momento de distracción fue suficiente para colocar un líquido adormecedor en dos de las tazas. Ella misma lo había preparado, era parte de la reserva de frascos que guardaba bajo la cama. —— Vengan, vamos a tomar té antes de que se los lleven —— dijo con dulzura. Sus obedientes retoños no tardaron en sentarse a su lado. —— Mami, tengo sueño —— dijo Jaehaera frotándose los ojos. Maelor ya estaba dormitando en los brazos de su madre. Las tazas vacías borraron el rastro del crimen. Helaena se levantó con el menor a cuestas e indicó a su princesa que se recostara en la cama junto a su ya somnoliento hermano. Acarició sus cabellos hasta que la respiración de ambos se volvió tan tranquila como la brisa veraniega. Besó sus frentes una vez más y los tapó. La criada los encontraría allí más tarde, dormidos con tanta profundidad que no escucharían… no verían… Al despertar todo sería confuso para ellos, pero se evitarían los gritos de sirvientes y de Alicent. Maelor era especialmente sensible a los ruidos fuertes. Abrió las puertas del balcón y se subió al alféizar. Sintió el frío de la transpiración emergiendo. Su piel brillaba. No tenía miedo. Dio un paso. La libertad estaba delante de sus ojos. Otro paso. El sabor seco en su boca desapareció. Segregaba saliva. No, ya no era saliva. Sabía extraño, como el metal. Ya no estaba parada, sino acostada. Un colchón de picas la abrazaba atravesando su carne. Tosió, no supo cómo, porque el aire no ingresaba. Una lanza entró por su espalda y salió por el pecho, otra por su estómago, y una por su garganta. Oscuridad. ¿Quién lo diría? 𝗟𝗼𝘀 𝗱𝗶𝗼𝘀𝗲𝘀 𝗻𝗼 𝗲𝘅𝗶𝘀𝘁𝗲𝗻.
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