ㅤㅤ « Casus belli. In ictu oculi. »
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« Casus belli.
In ictu oculi. »
“ 𝕾i vis pacem, para 𝖇 𝖊 𝖑 𝖑 𝖚 𝖒. 𝕾ic transit gloria mundi. 𝓣empus 𝓯ugit.
ㅤㅤㅤㅤ𝑨𝒒𝒖𝒆𝒍 𝒎𝒊𝒔𝒕𝒆𝒓𝒊𝒐 𝒅𝒆 𝒗𝒊𝒅𝒂, 𝒅𝒆 𝒑𝒂𝒔𝒊𝒐́𝒏, 𝒅𝒆 𝒅𝒐𝒍𝒐𝒓 𝒔𝒆 𝒆𝒙𝒕𝒆𝒏𝒅𝒊́𝒂 𝒂𝒉𝒐𝒓𝒂, 𝒄𝒐𝒎𝒐 𝒔𝒐𝒃𝒓𝒆 𝒖𝒏𝒂 𝒕𝒖𝒎𝒃𝒂 𝒊𝒏𝒎𝒆𝒏𝒔𝒂;
𝘦𝘭 𝘪𝘮𝘱𝘦𝘯𝘦𝘵𝘳𝘢𝘣𝘭𝘦 𝘴𝘶𝘥𝘢𝘳𝘪𝘰 𝘥𝘦𝘭 𝘱𝘳𝘪́𝘯𝘤𝘪𝘱𝘦.
Son, sin embargo, brutales a veces los choques del destino, y el mejor y más firme caballero tiene derecho de perder un instante los estribos. Qué mejor ejemplo que la reina madre atada de manos y pies, y con una mordaza en la boca para ceder a la locura inminente. El cuerpo decapitado de Jaehaerys se vaciaba de la sangre por la alfombra de su habitación. Nunca más podría dormir allí.
Helaena tuvo que ser arrastrada fuera de la habitación entre gritos de dolor. Se había olvidado por completo de desatar a su madre cuando Sangre y Queso abandonaron el lugar; con honestidad, Alicent tampoco se había dado cuenta que su cuerpo seguía preso de ataduras. Tenía la vista nublada por las lágrimas, la barbilla babeada y la mente en shock. Ser Criston la depositó en una cama vacía, en una habitación lejana a la que alguna vez habitó.
Los días siguientes se vio custodiando a su hija casi las veinticuatro horas. El funeral la había quebrantado. Gran parte de lo que alguna vez fue su hija ahora se veía encerrada cual fantasma en sus aposentos. Si acaso se la veía asomarse a la ventana no era por mucho tiempo. Y llegó el día en que a todos prohibió ingresar a verla.
Alicent sufría por ello. Comía, digería, bebía, lloraba, dormía… enormemente; su vida se hallaba contenida entera en esos cinco verbos. Comía, bebía, sobre todo. Los vasos colocados ante ella se llenaban y vaciaban como por milagro con un desinterés y olvido absolutos por las personas que la rodeaban. De una salud insolente, a toda prueba, arrastraba su esbelto cuerpo de un lugar a otro cuando le pedían formar parte del Consejo del rey Aegon II. Esos eran los únicos momentos en los que rebosaba de lucidez.
La tradición se hace documento escrito y la leyenda, historia. Gracias a esto, la cadena de los recuerdos conserva todos sus eslabones. Va ligándose de anillos en anillos, de siglos en siglos y se remonta hasta la noche tenebrosa de los tiempos. Este era el precio de la ambición. Pero los pájaros cantaban alegres y variados trinos, vivían los hombres y mujeres, amaban, lloraban. Poco a poco fue tomando su curso natural la vida del castillo, tan natural como podía ser en una guerra.
Habiéndose planteado inútilmente por centésima vez el problema, harta de ahogarse en sus secreciones lagrimales, alzó los ojos al cielo, con la esperanza acaso de hallar en él la solución en una tarde fría de calma entre las murallas. Sólo cuando la ventisca helada se coló bajo los pliegues del vestido hubo de darse cuenta que estaba inmovilizada por sus obsesivos pensamientos. Los dioses la habían abandonado, y si así era, entonces de ella dependía defender la vida de sus seres queridos.
ㅤㅤㅤㅤ
❝𝑳ord Criston❞.
El ahora Lord Mano, Ser Criston, se erguía delante de soldados custodiando las murallas. Todos voltearon. Aquella batahola se transformó como por encanto en un regimiento, con sus hombres perfectamente alineados y reclinados ante la reina madre.
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❝𝑬l duelo terminó. Rhaenyra, debe morir❞.
La piedad y la tristeza por fin habían muerto.
« Casus belli.
In ictu oculi. »
“ 𝕾i vis pacem, para 𝖇 𝖊 𝖑 𝖑 𝖚 𝖒. 𝕾ic transit gloria mundi. 𝓣empus 𝓯ugit.
ㅤㅤㅤㅤ𝑨𝒒𝒖𝒆𝒍 𝒎𝒊𝒔𝒕𝒆𝒓𝒊𝒐 𝒅𝒆 𝒗𝒊𝒅𝒂, 𝒅𝒆 𝒑𝒂𝒔𝒊𝒐́𝒏, 𝒅𝒆 𝒅𝒐𝒍𝒐𝒓 𝒔𝒆 𝒆𝒙𝒕𝒆𝒏𝒅𝒊́𝒂 𝒂𝒉𝒐𝒓𝒂, 𝒄𝒐𝒎𝒐 𝒔𝒐𝒃𝒓𝒆 𝒖𝒏𝒂 𝒕𝒖𝒎𝒃𝒂 𝒊𝒏𝒎𝒆𝒏𝒔𝒂;
𝘦𝘭 𝘪𝘮𝘱𝘦𝘯𝘦𝘵𝘳𝘢𝘣𝘭𝘦 𝘴𝘶𝘥𝘢𝘳𝘪𝘰 𝘥𝘦𝘭 𝘱𝘳𝘪́𝘯𝘤𝘪𝘱𝘦.
Son, sin embargo, brutales a veces los choques del destino, y el mejor y más firme caballero tiene derecho de perder un instante los estribos. Qué mejor ejemplo que la reina madre atada de manos y pies, y con una mordaza en la boca para ceder a la locura inminente. El cuerpo decapitado de Jaehaerys se vaciaba de la sangre por la alfombra de su habitación. Nunca más podría dormir allí.
Helaena tuvo que ser arrastrada fuera de la habitación entre gritos de dolor. Se había olvidado por completo de desatar a su madre cuando Sangre y Queso abandonaron el lugar; con honestidad, Alicent tampoco se había dado cuenta que su cuerpo seguía preso de ataduras. Tenía la vista nublada por las lágrimas, la barbilla babeada y la mente en shock. Ser Criston la depositó en una cama vacía, en una habitación lejana a la que alguna vez habitó.
Los días siguientes se vio custodiando a su hija casi las veinticuatro horas. El funeral la había quebrantado. Gran parte de lo que alguna vez fue su hija ahora se veía encerrada cual fantasma en sus aposentos. Si acaso se la veía asomarse a la ventana no era por mucho tiempo. Y llegó el día en que a todos prohibió ingresar a verla.
Alicent sufría por ello. Comía, digería, bebía, lloraba, dormía… enormemente; su vida se hallaba contenida entera en esos cinco verbos. Comía, bebía, sobre todo. Los vasos colocados ante ella se llenaban y vaciaban como por milagro con un desinterés y olvido absolutos por las personas que la rodeaban. De una salud insolente, a toda prueba, arrastraba su esbelto cuerpo de un lugar a otro cuando le pedían formar parte del Consejo del rey Aegon II. Esos eran los únicos momentos en los que rebosaba de lucidez.
La tradición se hace documento escrito y la leyenda, historia. Gracias a esto, la cadena de los recuerdos conserva todos sus eslabones. Va ligándose de anillos en anillos, de siglos en siglos y se remonta hasta la noche tenebrosa de los tiempos. Este era el precio de la ambición. Pero los pájaros cantaban alegres y variados trinos, vivían los hombres y mujeres, amaban, lloraban. Poco a poco fue tomando su curso natural la vida del castillo, tan natural como podía ser en una guerra.
Habiéndose planteado inútilmente por centésima vez el problema, harta de ahogarse en sus secreciones lagrimales, alzó los ojos al cielo, con la esperanza acaso de hallar en él la solución en una tarde fría de calma entre las murallas. Sólo cuando la ventisca helada se coló bajo los pliegues del vestido hubo de darse cuenta que estaba inmovilizada por sus obsesivos pensamientos. Los dioses la habían abandonado, y si así era, entonces de ella dependía defender la vida de sus seres queridos.
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❝𝑳ord Criston❞.
El ahora Lord Mano, Ser Criston, se erguía delante de soldados custodiando las murallas. Todos voltearon. Aquella batahola se transformó como por encanto en un regimiento, con sus hombres perfectamente alineados y reclinados ante la reina madre.
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❝𝑬l duelo terminó. Rhaenyra, debe morir❞.
La piedad y la tristeza por fin habían muerto.
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« Casus belli.
In ictu oculi. »
“ 𝕾i vis pacem, para 𝖇 𝖊 𝖑 𝖑 𝖚 𝖒. 𝕾ic transit gloria mundi. 𝓣empus 𝓯ugit.
ㅤㅤㅤㅤ𝑨𝒒𝒖𝒆𝒍 𝒎𝒊𝒔𝒕𝒆𝒓𝒊𝒐 𝒅𝒆 𝒗𝒊𝒅𝒂, 𝒅𝒆 𝒑𝒂𝒔𝒊𝒐́𝒏, 𝒅𝒆 𝒅𝒐𝒍𝒐𝒓 𝒔𝒆 𝒆𝒙𝒕𝒆𝒏𝒅𝒊́𝒂 𝒂𝒉𝒐𝒓𝒂, 𝒄𝒐𝒎𝒐 𝒔𝒐𝒃𝒓𝒆 𝒖𝒏𝒂 𝒕𝒖𝒎𝒃𝒂 𝒊𝒏𝒎𝒆𝒏𝒔𝒂;
𝘦𝘭 𝘪𝘮𝘱𝘦𝘯𝘦𝘵𝘳𝘢𝘣𝘭𝘦 𝘴𝘶𝘥𝘢𝘳𝘪𝘰 𝘥𝘦𝘭 𝘱𝘳𝘪́𝘯𝘤𝘪𝘱𝘦.
Son, sin embargo, brutales a veces los choques del destino, y el mejor y más firme caballero tiene derecho de perder un instante los estribos. Qué mejor ejemplo que la reina madre atada de manos y pies, y con una mordaza en la boca para ceder a la locura inminente. El cuerpo decapitado de Jaehaerys se vaciaba de la sangre por la alfombra de su habitación. Nunca más podría dormir allí.
Helaena tuvo que ser arrastrada fuera de la habitación entre gritos de dolor. Se había olvidado por completo de desatar a su madre cuando Sangre y Queso abandonaron el lugar; con honestidad, Alicent tampoco se había dado cuenta que su cuerpo seguía preso de ataduras. Tenía la vista nublada por las lágrimas, la barbilla babeada y la mente en shock. Ser Criston la depositó en una cama vacía, en una habitación lejana a la que alguna vez habitó.
Los días siguientes se vio custodiando a su hija casi las veinticuatro horas. El funeral la había quebrantado. Gran parte de lo que alguna vez fue su hija ahora se veía encerrada cual fantasma en sus aposentos. Si acaso se la veía asomarse a la ventana no era por mucho tiempo. Y llegó el día en que a todos prohibió ingresar a verla.
Alicent sufría por ello. Comía, digería, bebía, lloraba, dormía… enormemente; su vida se hallaba contenida entera en esos cinco verbos. Comía, bebía, sobre todo. Los vasos colocados ante ella se llenaban y vaciaban como por milagro con un desinterés y olvido absolutos por las personas que la rodeaban. De una salud insolente, a toda prueba, arrastraba su esbelto cuerpo de un lugar a otro cuando le pedían formar parte del Consejo del rey Aegon II. Esos eran los únicos momentos en los que rebosaba de lucidez.
La tradición se hace documento escrito y la leyenda, historia. Gracias a esto, la cadena de los recuerdos conserva todos sus eslabones. Va ligándose de anillos en anillos, de siglos en siglos y se remonta hasta la noche tenebrosa de los tiempos. Este era el precio de la ambición. Pero los pájaros cantaban alegres y variados trinos, vivían los hombres y mujeres, amaban, lloraban. Poco a poco fue tomando su curso natural la vida del castillo, tan natural como podía ser en una guerra.
Habiéndose planteado inútilmente por centésima vez el problema, harta de ahogarse en sus secreciones lagrimales, alzó los ojos al cielo, con la esperanza acaso de hallar en él la solución en una tarde fría de calma entre las murallas. Sólo cuando la ventisca helada se coló bajo los pliegues del vestido hubo de darse cuenta que estaba inmovilizada por sus obsesivos pensamientos. Los dioses la habían abandonado, y si así era, entonces de ella dependía defender la vida de sus seres queridos.
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❝𝑳ord Criston❞.
El ahora Lord Mano, Ser Criston, se erguía delante de soldados custodiando las murallas. Todos voltearon. Aquella batahola se transformó como por encanto en un regimiento, con sus hombres perfectamente alineados y reclinados ante la reina madre.
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❝𝑬l duelo terminó. Rhaenyra, debe morir❞.
La piedad y la tristeza por fin habían muerto.
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