El característico frío invernal se hacía presente, envolviendo el paisaje en un manto helado. Una leve brisa chocaba suavemente contra el rostro del joven Grimes, cuya mirada se mantenía fija en el horizonte, como si buscara en la lejanía respuestas a preguntas imposibles. No recordaba la última vez que había compartido algo con el joven que hoy en día le hacía tanta falta. Los recuerdos se mezclaban con la niebla de su mente, difuminando los momentos felices que ahora parecían tan distantes. Carl no era insensible ni estaba hecho de hierro, pero era sumamente raro verlo derramar una lágrima. Sin embargo, ese día las lágrimas no se detenían; recorrían sus mejillas como ríos de dolor, se acumulaban en su barbilla y caían al suelo helado, desapareciendo sin dejar rastro.

Las manos temblorosas del castaño sostenían el walkie-talkie con fuerza, como si de ello dependiera su propia vida. Todos los días, a las 6 en punto, Carl llamaba por aquel aparato con la esperanza, cada vez más menguante, de contactar al menor de los Rhee. La rutina se había convertido en un ritual desesperado, un grito de auxilio lanzado al vacío.

—Tae — su voz tembló ligeramente, quebrada por la emoción contenida — Tae... estamos en aprietos. Apareció un hombre, si es que se le puede llamar así. Él... — hizo una pausa, el peso de las palabras que estaba a punto de pronunciar parecía aplastarlo — Glenn se ha ido, Tae... lo siento tanto. —

La voz del menor se quebró en un sollozo mientras dejaba caer aún más lágrimas. Las palabras se sentían insuficientes, vacías, incapaces de transmitir la magnitud de su dolor. Cada lágrima era un tributo a su pérdida, un recordatorio del vacío que ahora ocupaba el lugar de su amigo. Carl sabía que nada de lo que pudiera decir aliviaría el sufrimiento de Tae, pero la necesidad de compartir su pena, de no cargar solo con ese peso, lo empujaba a seguir hablando.

— Nos encontramos con alguien... alguien cruel, despiadado. No sé cómo enfrentarlo, no sé cómo seguir adelante sin Glenn. Todo es tan... oscuro. —

El viento invernal seguía soplando, llevándose consigo las palabras de Carl, dispersándolas en el aire frío. En ese momento, se sintió más solo que nunca, un alma perdida en medio de una tormenta interminable.
El característico frío invernal se hacía presente, envolviendo el paisaje en un manto helado. Una leve brisa chocaba suavemente contra el rostro del joven Grimes, cuya mirada se mantenía fija en el horizonte, como si buscara en la lejanía respuestas a preguntas imposibles. No recordaba la última vez que había compartido algo con el joven que hoy en día le hacía tanta falta. Los recuerdos se mezclaban con la niebla de su mente, difuminando los momentos felices que ahora parecían tan distantes. Carl no era insensible ni estaba hecho de hierro, pero era sumamente raro verlo derramar una lágrima. Sin embargo, ese día las lágrimas no se detenían; recorrían sus mejillas como ríos de dolor, se acumulaban en su barbilla y caían al suelo helado, desapareciendo sin dejar rastro. Las manos temblorosas del castaño sostenían el walkie-talkie con fuerza, como si de ello dependiera su propia vida. Todos los días, a las 6 en punto, Carl llamaba por aquel aparato con la esperanza, cada vez más menguante, de contactar al menor de los Rhee. La rutina se había convertido en un ritual desesperado, un grito de auxilio lanzado al vacío. —Tae — su voz tembló ligeramente, quebrada por la emoción contenida — Tae... estamos en aprietos. Apareció un hombre, si es que se le puede llamar así. Él... — hizo una pausa, el peso de las palabras que estaba a punto de pronunciar parecía aplastarlo — Glenn se ha ido, Tae... lo siento tanto. — La voz del menor se quebró en un sollozo mientras dejaba caer aún más lágrimas. Las palabras se sentían insuficientes, vacías, incapaces de transmitir la magnitud de su dolor. Cada lágrima era un tributo a su pérdida, un recordatorio del vacío que ahora ocupaba el lugar de su amigo. Carl sabía que nada de lo que pudiera decir aliviaría el sufrimiento de Tae, pero la necesidad de compartir su pena, de no cargar solo con ese peso, lo empujaba a seguir hablando. — Nos encontramos con alguien... alguien cruel, despiadado. No sé cómo enfrentarlo, no sé cómo seguir adelante sin Glenn. Todo es tan... oscuro. — El viento invernal seguía soplando, llevándose consigo las palabras de Carl, dispersándolas en el aire frío. En ese momento, se sintió más solo que nunca, un alma perdida en medio de una tormenta interminable.
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