Acto I, episodio V: Cartas entre París y Florencia
⧼ Rol cerrado con ࣪ 𝐄𝐑𝐈𝐊 𝐃𝐄𝐒𝐓𝐋𝐄𝐑 ⧽
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「𝟹𝟶 𝚍𝚎 𝚖𝚊𝚢𝚘 𝚍𝚎 𝟷𝟾𝟽𝟷. 𝙳𝚒𝚎𝚣 𝚍𝚎 𝚕𝚊 𝚖𝚊ñ𝚊𝚗𝚊.」
Los cañones habían dejado de retumbar. Las calles de París apestaban a un terrible perfume de sangre, ceniza y carne quemada que estremecía hasta al más bravo de los hombres. Elettra abandonó la seguridad de la Mansión del Lago, que había sido su hogar durante los disturbios, cuando el Persa informó de que se había producido al fin, el “alto el fuego” tan deseado. Siguiendo sus instrucciones, salió por uno de los pasadizos que daba a una de las callejuelas cercanas a la Rue La Fayette, de tal forma que cualquiera podría suponer que había pasado todo ese tiempo escondida y a salvo en casa del Persa.
Los gerentes, Monsieur André y Monsieur Firmin, habían dado la orden de reunir a todo el personal de la Ópera que no hubiese salido huyendo; los destrozos, aunque leves, habían sido numerosos y llevarían algún tiempo para repararse.
—El Teatro permanecerá cerrado durante las próximas ocho semanas.—anunció André, llevando la mano al costado, tratando de ejercer presión sobre la úlcera de estómago que le aparecía en momentos de estrés.—Siéntanse libres de tomarse este tiempo como un permiso y de pasar este mal trago como crean conveniente.
—Aquellos que deseen visitar a sus familiares, tienen permiso de viaje.—apuntó Firmin, que desvió la mirada hacia Elettra.—Si son tan amables de acompañarme a mi despacho, les firmaré el documento que les autoriza a regresar a sus hogares.
En cuanto tuvo su permiso, la Dantelli comenzó a empacar sus escasas pertenencias, no sin antes anunciarle a su protector que tenía la intención de volver a Florencia, ya que los disturbios habían impedido por completo el poder entregar ninguna carta que informase de su situación.
「𝟷 𝚍𝚎 𝚓𝚞𝚗𝚒𝚘. 𝙶𝚊𝚛𝚎 𝚍𝚎 𝚕’𝙴𝚜𝚝. 𝙿𝚘𝚌𝚘 𝚊𝚗𝚝𝚎𝚜 𝚍𝚎𝚕 𝚖𝚎𝚍𝚒𝚘𝚍í𝚊.」
Elettra dedicó una última mirada a través del cristal del vagón hacia el andén cubierto por una espesa bruma de humo. Sus ojos celestes no eran capaces de despegarse de la figura del Fantasma que, gentil y caballero, la había escoltado hasta el tren que devolvería a la hija a su familia. En su mano aún podía sentir el tacto de sus guantes de cuero, cálido y confortante. Entre sus dedos, aún reposaba la textura del papel en el que había envuelto la primera carta.
—Ábrela cuando me haya marchado.—le había dicho entre susurros, con el corazón encogido.
No hubo un beso de despedida, pese a que se deseó con la más ferviente de las locuras. Tan sólo miradas suplicantes cargadas de un amor tan puro como silente, un amor palpable para todos los que los vieran, menos para ellos.
El jefe de estación hizo sonar su silbato apremiando a los viajeros rezagados a tomar su transporte. Con un agudo y estruendoso pitido, la locomotora indicó que era el momento de iniciar el viaje. Elettra se sentó en el asiento junto a la ventana; frente a ella, estaba Darío, el criado del Persa, a quien había encargado la seguridad de la 𝘴𝘪𝘨𝘯𝘰𝘳𝘪𝘯𝘢; el muchacho suspiró con cierta resignación. El tren comenzó a moverse. Elettra se negó a apartar la mirada del cristal, hasta que la figura del Fantasma de la Ópera se acabó desdibujando en la lejanía.
「𝙵𝚕𝚘𝚛𝚎𝚗𝚌𝚒𝚊, 𝙸𝚝𝚊𝚕𝚒𝚊. 𝟻 𝚍𝚎 𝚓𝚞𝚗𝚒𝚘 𝚍𝚎 𝟷𝟾𝟽𝟷.𝙴𝚗𝚝𝚛𝚎 𝚕𝚊𝚜 𝟿 𝚢 𝚕𝚊𝚜 𝟷𝟷 𝚊.𝚖. 」
Darío ayudó a Elettra a cargar su equipaje en el primer carruaje que aceptó el pago en francos y no en liras. La Dantelli era consciente de que tenía que ir al banco a hacer el cambio de divisa e ingresarlo en la cuenta de sus padres, pero era tal la emoción que sentía de volver a estar en casa, que pensó en hacerlo más adelante.
No había avisado; nadie la esperaba. Tamaña fue la sorpresa de Vittoria, la matriarca de los Dantelli, en cuanto vio asomar por el ventanuco del carruaje la cabellera cobriza de su primogénita. Emocionada, comenzó a llamar a gritos a sus hijos, a su marido, para que acudieran tan rápidos como podían a recibir a la hija pródiga. No hay nada tan bello en el mundo como una madre abrazando a su retoño después de haberla considerado en peligro.
—Mia bambina.—Vittoria plantó un beso sobre la frente de su hija.—¿Y este ragazzo? No sabía que venías acompañada...
—Oh, mamma, él es Darío.—Elettra presentó al criado del Persa, que apenas trataba de esconderse de tímido que era.—Es mi escolta. La situación en París era tan caótica que...
Vittoria Dantelli hizo un aspaviento con la mano, indicándole al muchacho que podía alojarse en una de las habitaciones del servicio en la planta baja, casi en desuso, para que pudiera descansar de tan largo viaje. ¡Pobre Darío, los días que le esperaban entre idas y venidas!
Y qué extraño se le hacía a Elettra volver a estar en su dormitorio, cubierto con una fina capa de polvo, después de casi un año entero sin poner un pie en su hogar familiar. Todo permanecía inamovible en su sitio, cuidado pese al polvo y el olor a cuarto cerrado; sus libros, su escritorio, su cama de lana, su armario y la chimenea con restos de hollín que no habían sido limpiados.
—Mademoiselle.—Darío llamó a la puerta de Elettra, pues se estaba encargando de subir su modesto equipaje.—¿Cuándo quiere que vuelva a París? Imagino que querrá entregar un mensaje.
—Escribiré esta noche y mañana por la mañana te daré lo que quiero que entregues.—Elettra se sacudió las manos.—Por ahora, descansa un poco hasta la hora de comer. Y...gracias, Darío. Por todo.
El muchacho de origen persa sacudió la cabeza con las mejillas coloradas, abandonando la estancia para continuar subiendo las pertenencias de Elettra al tercer piso.
( * * * )
La noche se cernió absolutamente despejada. Las calles, apenas iluminadas por unas pocas farolas con velas, permitían la espectacular vista del cielo florentino, repleto de estrellas. El matrimonio Dantelli había acostado ya a sus hijos menores y los mayores, salvo Elettra, habían vuelto a sus hogares. En el interior del Palazzo Dantelli, tan sólo la primogénita quedaba despierta, sentada frente a su escritorio, al amparo de la luz de una lucerna de aceite nueva. La caja de música que el Fantasma le había regalado era el único sonido que rompía la solemnidad de aquel silencio, creando frente a ella un mágico juego de luces y sombras. Abrió el tintero, introdujo el cálamo de la pluma de cristal que le regalaron por su decimoquinto cumpleaños y, tras retirar el exceso, dejó que su corazón se apoderase de su mano para escribir.
«Querido Erik:
Es cinco de junio. Falta poco para que sea medianoche. He llegado esta mañana a casa de mis padres. Creo que nunca, jamás, he podido ser tan feliz como lo he sido cuando he abrazado a mi madre. Y creo que nunca he visto a mi padre suspirar tan aliviado de tenerme en casa. Aunque ha sido una sensación un tanto extraña, como si el tiempo se hubiese detenido desde el verano pasado. Oliviero ha llorado de alegría al verme, y Guido y Fabrizio han cerrado la perfumería sólo para que pasásemos todo el día juntos. En realidad, hoy todos han faltado a sus lecciones ya que hacía mucho tiempo que la familia no estaba reunida en el hogar, y teniendo en cuenta que la última vez no fue muy alegre...Mamá decidió preparar un par de cestas de comida e ir a pasar la tarde junto al Arno, aunque parece que la primavera se niega a abandonar Florencia por el momento. Apenas llega la noche y empieza a refrescar.
Le di el dinero a papá; no tardó en cambiarlo a liras e ingresarlo en su cuenta. Parece que, este mes, mi familia no tendrá que pasar tanto apuro. Oliviero también está ayudando con lo que puede, pese a que le dije que no lo hiciera, pero es tan terco como una mula. Es un caso perdido. Además, él y Mónica van a venir a pasar unos días, ya que al parecer tienen que arreglar el tejado de su casa.
Mi mente no puede evitar tener ciertos sentimientos encontrados. Amo mi hogar y estar cerca de mi familia, pero por alguna razón también extraño París. ¿Será verdad lo que dice mi hermana Mariana que me he “afrancesado”? Cree que hasta mi acento se ha vuelto francés, ¡será posible! He visto a mi sobrino Giancarlo. ¡Ha crecido tanto! Me he dado cuenta de que me estoy perdiendo tantas cosas... Valeria está aprendiendo a leer y Tiziano ya sabe hacer cuentas sencillas. Oh, Erik, mis pequeños están creciendo tan deprisa...no puedo evitar sentir algo parecido a la tristeza. Siempre imaginé que estaría ahí, viéndolos dar sus primeros pasos, acompañándolos a la escuela, igual que sucedió con Guido, Fabrizio y Giulia.
Acabo de enterarme de que Giulia ha empezado a trabajar como aprendiz de modista en un pequeño negocio y parece que le va bien. Mariana, sin embargo... ah, es otra causa perdida. Está tan abstraída en las novelas de amor que tiene la cabeza en las nubes. Cordelia sin embargo parece prosperar en sus lecciones de música, toca el piano con bastante soltura y está valorando tomar clases de canto y danza. Yo creo que es demasiado joven como para meterse de lleno en este mundo tan turbio, pero no quiere hacerme caso. No quiero frustrar sus sueños, pero tampoco deseo que cometa los errores que yo he cometido. Lo único bueno, al parecer, es que la sombra de los Chagny aún no ha llegado hasta aquí, aunque eso deberé corroborarlo en los próximos días.
Espero que esta carta te llegue lo antes posible y saber que sigues vivo y a salvo. Extraño tener aquellas conversaciones en la Mansión del Lago antes de ir a dormir. Espero que pronto podamos tener la ocasión de repetirlas.
Con afecto,
𝓔. 𝓓.»
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「𝟹𝟶 𝚍𝚎 𝚖𝚊𝚢𝚘 𝚍𝚎 𝟷𝟾𝟽𝟷. 𝙳𝚒𝚎𝚣 𝚍𝚎 𝚕𝚊 𝚖𝚊ñ𝚊𝚗𝚊.」
Los cañones habían dejado de retumbar. Las calles de París apestaban a un terrible perfume de sangre, ceniza y carne quemada que estremecía hasta al más bravo de los hombres. Elettra abandonó la seguridad de la Mansión del Lago, que había sido su hogar durante los disturbios, cuando el Persa informó de que se había producido al fin, el “alto el fuego” tan deseado. Siguiendo sus instrucciones, salió por uno de los pasadizos que daba a una de las callejuelas cercanas a la Rue La Fayette, de tal forma que cualquiera podría suponer que había pasado todo ese tiempo escondida y a salvo en casa del Persa.
Los gerentes, Monsieur André y Monsieur Firmin, habían dado la orden de reunir a todo el personal de la Ópera que no hubiese salido huyendo; los destrozos, aunque leves, habían sido numerosos y llevarían algún tiempo para repararse.
—El Teatro permanecerá cerrado durante las próximas ocho semanas.—anunció André, llevando la mano al costado, tratando de ejercer presión sobre la úlcera de estómago que le aparecía en momentos de estrés.—Siéntanse libres de tomarse este tiempo como un permiso y de pasar este mal trago como crean conveniente.
—Aquellos que deseen visitar a sus familiares, tienen permiso de viaje.—apuntó Firmin, que desvió la mirada hacia Elettra.—Si son tan amables de acompañarme a mi despacho, les firmaré el documento que les autoriza a regresar a sus hogares.
En cuanto tuvo su permiso, la Dantelli comenzó a empacar sus escasas pertenencias, no sin antes anunciarle a su protector que tenía la intención de volver a Florencia, ya que los disturbios habían impedido por completo el poder entregar ninguna carta que informase de su situación.
「𝟷 𝚍𝚎 𝚓𝚞𝚗𝚒𝚘. 𝙶𝚊𝚛𝚎 𝚍𝚎 𝚕’𝙴𝚜𝚝. 𝙿𝚘𝚌𝚘 𝚊𝚗𝚝𝚎𝚜 𝚍𝚎𝚕 𝚖𝚎𝚍𝚒𝚘𝚍í𝚊.」
Elettra dedicó una última mirada a través del cristal del vagón hacia el andén cubierto por una espesa bruma de humo. Sus ojos celestes no eran capaces de despegarse de la figura del Fantasma que, gentil y caballero, la había escoltado hasta el tren que devolvería a la hija a su familia. En su mano aún podía sentir el tacto de sus guantes de cuero, cálido y confortante. Entre sus dedos, aún reposaba la textura del papel en el que había envuelto la primera carta.
—Ábrela cuando me haya marchado.—le había dicho entre susurros, con el corazón encogido.
No hubo un beso de despedida, pese a que se deseó con la más ferviente de las locuras. Tan sólo miradas suplicantes cargadas de un amor tan puro como silente, un amor palpable para todos los que los vieran, menos para ellos.
El jefe de estación hizo sonar su silbato apremiando a los viajeros rezagados a tomar su transporte. Con un agudo y estruendoso pitido, la locomotora indicó que era el momento de iniciar el viaje. Elettra se sentó en el asiento junto a la ventana; frente a ella, estaba Darío, el criado del Persa, a quien había encargado la seguridad de la 𝘴𝘪𝘨𝘯𝘰𝘳𝘪𝘯𝘢; el muchacho suspiró con cierta resignación. El tren comenzó a moverse. Elettra se negó a apartar la mirada del cristal, hasta que la figura del Fantasma de la Ópera se acabó desdibujando en la lejanía.
「𝙵𝚕𝚘𝚛𝚎𝚗𝚌𝚒𝚊, 𝙸𝚝𝚊𝚕𝚒𝚊. 𝟻 𝚍𝚎 𝚓𝚞𝚗𝚒𝚘 𝚍𝚎 𝟷𝟾𝟽𝟷.𝙴𝚗𝚝𝚛𝚎 𝚕𝚊𝚜 𝟿 𝚢 𝚕𝚊𝚜 𝟷𝟷 𝚊.𝚖. 」
Darío ayudó a Elettra a cargar su equipaje en el primer carruaje que aceptó el pago en francos y no en liras. La Dantelli era consciente de que tenía que ir al banco a hacer el cambio de divisa e ingresarlo en la cuenta de sus padres, pero era tal la emoción que sentía de volver a estar en casa, que pensó en hacerlo más adelante.
No había avisado; nadie la esperaba. Tamaña fue la sorpresa de Vittoria, la matriarca de los Dantelli, en cuanto vio asomar por el ventanuco del carruaje la cabellera cobriza de su primogénita. Emocionada, comenzó a llamar a gritos a sus hijos, a su marido, para que acudieran tan rápidos como podían a recibir a la hija pródiga. No hay nada tan bello en el mundo como una madre abrazando a su retoño después de haberla considerado en peligro.
—Mia bambina.—Vittoria plantó un beso sobre la frente de su hija.—¿Y este ragazzo? No sabía que venías acompañada...
—Oh, mamma, él es Darío.—Elettra presentó al criado del Persa, que apenas trataba de esconderse de tímido que era.—Es mi escolta. La situación en París era tan caótica que...
Vittoria Dantelli hizo un aspaviento con la mano, indicándole al muchacho que podía alojarse en una de las habitaciones del servicio en la planta baja, casi en desuso, para que pudiera descansar de tan largo viaje. ¡Pobre Darío, los días que le esperaban entre idas y venidas!
Y qué extraño se le hacía a Elettra volver a estar en su dormitorio, cubierto con una fina capa de polvo, después de casi un año entero sin poner un pie en su hogar familiar. Todo permanecía inamovible en su sitio, cuidado pese al polvo y el olor a cuarto cerrado; sus libros, su escritorio, su cama de lana, su armario y la chimenea con restos de hollín que no habían sido limpiados.
—Mademoiselle.—Darío llamó a la puerta de Elettra, pues se estaba encargando de subir su modesto equipaje.—¿Cuándo quiere que vuelva a París? Imagino que querrá entregar un mensaje.
—Escribiré esta noche y mañana por la mañana te daré lo que quiero que entregues.—Elettra se sacudió las manos.—Por ahora, descansa un poco hasta la hora de comer. Y...gracias, Darío. Por todo.
El muchacho de origen persa sacudió la cabeza con las mejillas coloradas, abandonando la estancia para continuar subiendo las pertenencias de Elettra al tercer piso.
( * * * )
La noche se cernió absolutamente despejada. Las calles, apenas iluminadas por unas pocas farolas con velas, permitían la espectacular vista del cielo florentino, repleto de estrellas. El matrimonio Dantelli había acostado ya a sus hijos menores y los mayores, salvo Elettra, habían vuelto a sus hogares. En el interior del Palazzo Dantelli, tan sólo la primogénita quedaba despierta, sentada frente a su escritorio, al amparo de la luz de una lucerna de aceite nueva. La caja de música que el Fantasma le había regalado era el único sonido que rompía la solemnidad de aquel silencio, creando frente a ella un mágico juego de luces y sombras. Abrió el tintero, introdujo el cálamo de la pluma de cristal que le regalaron por su decimoquinto cumpleaños y, tras retirar el exceso, dejó que su corazón se apoderase de su mano para escribir.
«Querido Erik:
Es cinco de junio. Falta poco para que sea medianoche. He llegado esta mañana a casa de mis padres. Creo que nunca, jamás, he podido ser tan feliz como lo he sido cuando he abrazado a mi madre. Y creo que nunca he visto a mi padre suspirar tan aliviado de tenerme en casa. Aunque ha sido una sensación un tanto extraña, como si el tiempo se hubiese detenido desde el verano pasado. Oliviero ha llorado de alegría al verme, y Guido y Fabrizio han cerrado la perfumería sólo para que pasásemos todo el día juntos. En realidad, hoy todos han faltado a sus lecciones ya que hacía mucho tiempo que la familia no estaba reunida en el hogar, y teniendo en cuenta que la última vez no fue muy alegre...Mamá decidió preparar un par de cestas de comida e ir a pasar la tarde junto al Arno, aunque parece que la primavera se niega a abandonar Florencia por el momento. Apenas llega la noche y empieza a refrescar.
Le di el dinero a papá; no tardó en cambiarlo a liras e ingresarlo en su cuenta. Parece que, este mes, mi familia no tendrá que pasar tanto apuro. Oliviero también está ayudando con lo que puede, pese a que le dije que no lo hiciera, pero es tan terco como una mula. Es un caso perdido. Además, él y Mónica van a venir a pasar unos días, ya que al parecer tienen que arreglar el tejado de su casa.
Mi mente no puede evitar tener ciertos sentimientos encontrados. Amo mi hogar y estar cerca de mi familia, pero por alguna razón también extraño París. ¿Será verdad lo que dice mi hermana Mariana que me he “afrancesado”? Cree que hasta mi acento se ha vuelto francés, ¡será posible! He visto a mi sobrino Giancarlo. ¡Ha crecido tanto! Me he dado cuenta de que me estoy perdiendo tantas cosas... Valeria está aprendiendo a leer y Tiziano ya sabe hacer cuentas sencillas. Oh, Erik, mis pequeños están creciendo tan deprisa...no puedo evitar sentir algo parecido a la tristeza. Siempre imaginé que estaría ahí, viéndolos dar sus primeros pasos, acompañándolos a la escuela, igual que sucedió con Guido, Fabrizio y Giulia.
Acabo de enterarme de que Giulia ha empezado a trabajar como aprendiz de modista en un pequeño negocio y parece que le va bien. Mariana, sin embargo... ah, es otra causa perdida. Está tan abstraída en las novelas de amor que tiene la cabeza en las nubes. Cordelia sin embargo parece prosperar en sus lecciones de música, toca el piano con bastante soltura y está valorando tomar clases de canto y danza. Yo creo que es demasiado joven como para meterse de lleno en este mundo tan turbio, pero no quiere hacerme caso. No quiero frustrar sus sueños, pero tampoco deseo que cometa los errores que yo he cometido. Lo único bueno, al parecer, es que la sombra de los Chagny aún no ha llegado hasta aquí, aunque eso deberé corroborarlo en los próximos días.
Espero que esta carta te llegue lo antes posible y saber que sigues vivo y a salvo. Extraño tener aquellas conversaciones en la Mansión del Lago antes de ir a dormir. Espero que pronto podamos tener la ocasión de repetirlas.
Con afecto,
𝓔. 𝓓.»
⧼ Rol cerrado con [FANTOME] ⧽
≿————- ❈ ————-≾
「𝟹𝟶 𝚍𝚎 𝚖𝚊𝚢𝚘 𝚍𝚎 𝟷𝟾𝟽𝟷. 𝙳𝚒𝚎𝚣 𝚍𝚎 𝚕𝚊 𝚖𝚊ñ𝚊𝚗𝚊.」
Los cañones habían dejado de retumbar. Las calles de París apestaban a un terrible perfume de sangre, ceniza y carne quemada que estremecía hasta al más bravo de los hombres. Elettra abandonó la seguridad de la Mansión del Lago, que había sido su hogar durante los disturbios, cuando el Persa informó de que se había producido al fin, el “alto el fuego” tan deseado. Siguiendo sus instrucciones, salió por uno de los pasadizos que daba a una de las callejuelas cercanas a la Rue La Fayette, de tal forma que cualquiera podría suponer que había pasado todo ese tiempo escondida y a salvo en casa del Persa.
Los gerentes, Monsieur André y Monsieur Firmin, habían dado la orden de reunir a todo el personal de la Ópera que no hubiese salido huyendo; los destrozos, aunque leves, habían sido numerosos y llevarían algún tiempo para repararse.
—El Teatro permanecerá cerrado durante las próximas ocho semanas.—anunció André, llevando la mano al costado, tratando de ejercer presión sobre la úlcera de estómago que le aparecía en momentos de estrés.—Siéntanse libres de tomarse este tiempo como un permiso y de pasar este mal trago como crean conveniente.
—Aquellos que deseen visitar a sus familiares, tienen permiso de viaje.—apuntó Firmin, que desvió la mirada hacia Elettra.—Si son tan amables de acompañarme a mi despacho, les firmaré el documento que les autoriza a regresar a sus hogares.
En cuanto tuvo su permiso, la Dantelli comenzó a empacar sus escasas pertenencias, no sin antes anunciarle a su protector que tenía la intención de volver a Florencia, ya que los disturbios habían impedido por completo el poder entregar ninguna carta que informase de su situación.
「𝟷 𝚍𝚎 𝚓𝚞𝚗𝚒𝚘. 𝙶𝚊𝚛𝚎 𝚍𝚎 𝚕’𝙴𝚜𝚝. 𝙿𝚘𝚌𝚘 𝚊𝚗𝚝𝚎𝚜 𝚍𝚎𝚕 𝚖𝚎𝚍𝚒𝚘𝚍í𝚊.」
Elettra dedicó una última mirada a través del cristal del vagón hacia el andén cubierto por una espesa bruma de humo. Sus ojos celestes no eran capaces de despegarse de la figura del Fantasma que, gentil y caballero, la había escoltado hasta el tren que devolvería a la hija a su familia. En su mano aún podía sentir el tacto de sus guantes de cuero, cálido y confortante. Entre sus dedos, aún reposaba la textura del papel en el que había envuelto la primera carta.
—Ábrela cuando me haya marchado.—le había dicho entre susurros, con el corazón encogido.
No hubo un beso de despedida, pese a que se deseó con la más ferviente de las locuras. Tan sólo miradas suplicantes cargadas de un amor tan puro como silente, un amor palpable para todos los que los vieran, menos para ellos.
El jefe de estación hizo sonar su silbato apremiando a los viajeros rezagados a tomar su transporte. Con un agudo y estruendoso pitido, la locomotora indicó que era el momento de iniciar el viaje. Elettra se sentó en el asiento junto a la ventana; frente a ella, estaba Darío, el criado del Persa, a quien había encargado la seguridad de la 𝘴𝘪𝘨𝘯𝘰𝘳𝘪𝘯𝘢; el muchacho suspiró con cierta resignación. El tren comenzó a moverse. Elettra se negó a apartar la mirada del cristal, hasta que la figura del Fantasma de la Ópera se acabó desdibujando en la lejanía.
「𝙵𝚕𝚘𝚛𝚎𝚗𝚌𝚒𝚊, 𝙸𝚝𝚊𝚕𝚒𝚊. 𝟻 𝚍𝚎 𝚓𝚞𝚗𝚒𝚘 𝚍𝚎 𝟷𝟾𝟽𝟷.𝙴𝚗𝚝𝚛𝚎 𝚕𝚊𝚜 𝟿 𝚢 𝚕𝚊𝚜 𝟷𝟷 𝚊.𝚖. 」
Darío ayudó a Elettra a cargar su equipaje en el primer carruaje que aceptó el pago en francos y no en liras. La Dantelli era consciente de que tenía que ir al banco a hacer el cambio de divisa e ingresarlo en la cuenta de sus padres, pero era tal la emoción que sentía de volver a estar en casa, que pensó en hacerlo más adelante.
No había avisado; nadie la esperaba. Tamaña fue la sorpresa de Vittoria, la matriarca de los Dantelli, en cuanto vio asomar por el ventanuco del carruaje la cabellera cobriza de su primogénita. Emocionada, comenzó a llamar a gritos a sus hijos, a su marido, para que acudieran tan rápidos como podían a recibir a la hija pródiga. No hay nada tan bello en el mundo como una madre abrazando a su retoño después de haberla considerado en peligro.
—Mia bambina.—Vittoria plantó un beso sobre la frente de su hija.—¿Y este ragazzo? No sabía que venías acompañada...
—Oh, mamma, él es Darío.—Elettra presentó al criado del Persa, que apenas trataba de esconderse de tímido que era.—Es mi escolta. La situación en París era tan caótica que...
Vittoria Dantelli hizo un aspaviento con la mano, indicándole al muchacho que podía alojarse en una de las habitaciones del servicio en la planta baja, casi en desuso, para que pudiera descansar de tan largo viaje. ¡Pobre Darío, los días que le esperaban entre idas y venidas!
Y qué extraño se le hacía a Elettra volver a estar en su dormitorio, cubierto con una fina capa de polvo, después de casi un año entero sin poner un pie en su hogar familiar. Todo permanecía inamovible en su sitio, cuidado pese al polvo y el olor a cuarto cerrado; sus libros, su escritorio, su cama de lana, su armario y la chimenea con restos de hollín que no habían sido limpiados.
—Mademoiselle.—Darío llamó a la puerta de Elettra, pues se estaba encargando de subir su modesto equipaje.—¿Cuándo quiere que vuelva a París? Imagino que querrá entregar un mensaje.
—Escribiré esta noche y mañana por la mañana te daré lo que quiero que entregues.—Elettra se sacudió las manos.—Por ahora, descansa un poco hasta la hora de comer. Y...gracias, Darío. Por todo.
El muchacho de origen persa sacudió la cabeza con las mejillas coloradas, abandonando la estancia para continuar subiendo las pertenencias de Elettra al tercer piso.
( * * * )
La noche se cernió absolutamente despejada. Las calles, apenas iluminadas por unas pocas farolas con velas, permitían la espectacular vista del cielo florentino, repleto de estrellas. El matrimonio Dantelli había acostado ya a sus hijos menores y los mayores, salvo Elettra, habían vuelto a sus hogares. En el interior del Palazzo Dantelli, tan sólo la primogénita quedaba despierta, sentada frente a su escritorio, al amparo de la luz de una lucerna de aceite nueva. La caja de música que el Fantasma le había regalado era el único sonido que rompía la solemnidad de aquel silencio, creando frente a ella un mágico juego de luces y sombras. Abrió el tintero, introdujo el cálamo de la pluma de cristal que le regalaron por su decimoquinto cumpleaños y, tras retirar el exceso, dejó que su corazón se apoderase de su mano para escribir.
«Querido Erik:
Es cinco de junio. Falta poco para que sea medianoche. He llegado esta mañana a casa de mis padres. Creo que nunca, jamás, he podido ser tan feliz como lo he sido cuando he abrazado a mi madre. Y creo que nunca he visto a mi padre suspirar tan aliviado de tenerme en casa. Aunque ha sido una sensación un tanto extraña, como si el tiempo se hubiese detenido desde el verano pasado. Oliviero ha llorado de alegría al verme, y Guido y Fabrizio han cerrado la perfumería sólo para que pasásemos todo el día juntos. En realidad, hoy todos han faltado a sus lecciones ya que hacía mucho tiempo que la familia no estaba reunida en el hogar, y teniendo en cuenta que la última vez no fue muy alegre...Mamá decidió preparar un par de cestas de comida e ir a pasar la tarde junto al Arno, aunque parece que la primavera se niega a abandonar Florencia por el momento. Apenas llega la noche y empieza a refrescar.
Le di el dinero a papá; no tardó en cambiarlo a liras e ingresarlo en su cuenta. Parece que, este mes, mi familia no tendrá que pasar tanto apuro. Oliviero también está ayudando con lo que puede, pese a que le dije que no lo hiciera, pero es tan terco como una mula. Es un caso perdido. Además, él y Mónica van a venir a pasar unos días, ya que al parecer tienen que arreglar el tejado de su casa.
Mi mente no puede evitar tener ciertos sentimientos encontrados. Amo mi hogar y estar cerca de mi familia, pero por alguna razón también extraño París. ¿Será verdad lo que dice mi hermana Mariana que me he “afrancesado”? Cree que hasta mi acento se ha vuelto francés, ¡será posible! He visto a mi sobrino Giancarlo. ¡Ha crecido tanto! Me he dado cuenta de que me estoy perdiendo tantas cosas... Valeria está aprendiendo a leer y Tiziano ya sabe hacer cuentas sencillas. Oh, Erik, mis pequeños están creciendo tan deprisa...no puedo evitar sentir algo parecido a la tristeza. Siempre imaginé que estaría ahí, viéndolos dar sus primeros pasos, acompañándolos a la escuela, igual que sucedió con Guido, Fabrizio y Giulia.
Acabo de enterarme de que Giulia ha empezado a trabajar como aprendiz de modista en un pequeño negocio y parece que le va bien. Mariana, sin embargo... ah, es otra causa perdida. Está tan abstraída en las novelas de amor que tiene la cabeza en las nubes. Cordelia sin embargo parece prosperar en sus lecciones de música, toca el piano con bastante soltura y está valorando tomar clases de canto y danza. Yo creo que es demasiado joven como para meterse de lleno en este mundo tan turbio, pero no quiere hacerme caso. No quiero frustrar sus sueños, pero tampoco deseo que cometa los errores que yo he cometido. Lo único bueno, al parecer, es que la sombra de los Chagny aún no ha llegado hasta aquí, aunque eso deberé corroborarlo en los próximos días.
Espero que esta carta te llegue lo antes posible y saber que sigues vivo y a salvo. Extraño tener aquellas conversaciones en la Mansión del Lago antes de ir a dormir. Espero que pronto podamos tener la ocasión de repetirlas.
Con afecto,
𝓔. 𝓓.»
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