Sirena - Monorol (Canon)
Tras su separación de Lilith y haberse enamorado cuando pensó jamás poder volver a hacerlo, poco a poco las cosas parecían caer en su sitio.
Años atrás, en aquel hermoso Edén, Samael había conocido a Lilith en una de sus tantas discusiones con Adán.
Como un pequeño favor a quien consideraba su amigo en ese entonces, buscó a la primer mujer hasta que una dulce melodía llegó a sus oídos, hipnotizado, siguiéndola por entre los árboles y llegando a aquel lago, donde pudo verla, escucharla cantar con la voz más hermosa que jamás creyó conocer.
Fue ahí donde empezó todo, donde bastó una dulce voz y las palabras adecuadas para comenzar a tener a un serafín a los pies de una simple humana, aunque de simple no tenía nada.
Mucho antes de caer en el abismo, la voz de Lilith tenía poder, era capaz de embelesar y dejar indefenso a Samael, ante su voluntad y caprichos, los cuales no dudaba en cumplir conforme iba "enamorándose" de ella.
Al paso del tiempo y, jugando bien sus cartas, Lilith finalmente consiguió arrastrar al ángel más puro e inocente en el pecado. Logró destruir su propia estima ante su naturaleza y hacerlo cambiar lo que era, sólo por complacerla... Incluso logró que su amistad con Adán acabara, llevándolo no sólo a separarlos, también a arrebatarle a la segunda mujer que Dios creó para él y que el odio mutuo creciera.
Todos, cada uno de sus delitos contra la paz del cielo, lentamente y de forma calculada, fueron orquestados por aquella mujer a la que le entregó su amor, por la cual cayó en el abismo y, aún así, le entregó todo un nuevo reino el cual gobernar a su
antojo.
Lucifer no fue más que una marioneta para conseguir el poder que realmente creía merecer desde que fue creada y, cuando dejó de servirle, lo botó como quien tiraba un trapo viejo a la basura.
Eso claramente no lo eximía de culpas, cometió sus propios pecados y era consciente a la perfección de ellos, de que no era la blanca paloma que tantos años aparentó; sin embargo la última palabra siempre venía de ella, de su reina, de su compañera, de su amante... De su dueña.
Finalmente era capaz de entender porque, cuando la anheló por tanto tiempo e imploraba su regreso, la realidad le golpeó duramente en la cara al ya no sentir aquella misma dulzura.
Su voz había perdido fuerza, ya no estaba bajo aquel hechizo que lo mantenía ciego, sometido, aceptando la injusticia sin reprochar, hasta conocer a su cervatillo, a quien, incluso por encima de ella, no dudó en proteger y liberar de sus garras.
Era increíble como, incluso Dios, reconoció que Samael finalmente se había enamorado en serio y no por aquella voz de sirena, al grado de ser él mismo quien bendijo dicha relación.
Dios lo sabía. Lilith no era más que la perdición del serafín.
Aun con todo eso, Lucifer era incapaz de odiarla... Compartieron tantas cosas juntos que, aunque fueran mentira, en su momento las disfrutó y se sumó su hija, aquella que creía la prueba de amor más grande.
No cabía duda, Charlie era tan capaz como su madre.
Su voz era poderosa, llegaba a todo el infierno cuando sabía controlarla y... tan capaz también de haberlo destrozado con sólo unas cuantas palabras.
Las sirenas existían y conoció a dos de primera mano.
Años atrás, en aquel hermoso Edén, Samael había conocido a Lilith en una de sus tantas discusiones con Adán.
Como un pequeño favor a quien consideraba su amigo en ese entonces, buscó a la primer mujer hasta que una dulce melodía llegó a sus oídos, hipnotizado, siguiéndola por entre los árboles y llegando a aquel lago, donde pudo verla, escucharla cantar con la voz más hermosa que jamás creyó conocer.
Fue ahí donde empezó todo, donde bastó una dulce voz y las palabras adecuadas para comenzar a tener a un serafín a los pies de una simple humana, aunque de simple no tenía nada.
Mucho antes de caer en el abismo, la voz de Lilith tenía poder, era capaz de embelesar y dejar indefenso a Samael, ante su voluntad y caprichos, los cuales no dudaba en cumplir conforme iba "enamorándose" de ella.
Al paso del tiempo y, jugando bien sus cartas, Lilith finalmente consiguió arrastrar al ángel más puro e inocente en el pecado. Logró destruir su propia estima ante su naturaleza y hacerlo cambiar lo que era, sólo por complacerla... Incluso logró que su amistad con Adán acabara, llevándolo no sólo a separarlos, también a arrebatarle a la segunda mujer que Dios creó para él y que el odio mutuo creciera.
Todos, cada uno de sus delitos contra la paz del cielo, lentamente y de forma calculada, fueron orquestados por aquella mujer a la que le entregó su amor, por la cual cayó en el abismo y, aún así, le entregó todo un nuevo reino el cual gobernar a su
antojo.
Lucifer no fue más que una marioneta para conseguir el poder que realmente creía merecer desde que fue creada y, cuando dejó de servirle, lo botó como quien tiraba un trapo viejo a la basura.
Eso claramente no lo eximía de culpas, cometió sus propios pecados y era consciente a la perfección de ellos, de que no era la blanca paloma que tantos años aparentó; sin embargo la última palabra siempre venía de ella, de su reina, de su compañera, de su amante... De su dueña.
Finalmente era capaz de entender porque, cuando la anheló por tanto tiempo e imploraba su regreso, la realidad le golpeó duramente en la cara al ya no sentir aquella misma dulzura.
Su voz había perdido fuerza, ya no estaba bajo aquel hechizo que lo mantenía ciego, sometido, aceptando la injusticia sin reprochar, hasta conocer a su cervatillo, a quien, incluso por encima de ella, no dudó en proteger y liberar de sus garras.
Era increíble como, incluso Dios, reconoció que Samael finalmente se había enamorado en serio y no por aquella voz de sirena, al grado de ser él mismo quien bendijo dicha relación.
Dios lo sabía. Lilith no era más que la perdición del serafín.
Aun con todo eso, Lucifer era incapaz de odiarla... Compartieron tantas cosas juntos que, aunque fueran mentira, en su momento las disfrutó y se sumó su hija, aquella que creía la prueba de amor más grande.
No cabía duda, Charlie era tan capaz como su madre.
Su voz era poderosa, llegaba a todo el infierno cuando sabía controlarla y... tan capaz también de haberlo destrozado con sólo unas cuantas palabras.
Las sirenas existían y conoció a dos de primera mano.
Tras su separación de Lilith y haberse enamorado cuando pensó jamás poder volver a hacerlo, poco a poco las cosas parecían caer en su sitio.
Años atrás, en aquel hermoso Edén, Samael había conocido a Lilith en una de sus tantas discusiones con Adán.
Como un pequeño favor a quien consideraba su amigo en ese entonces, buscó a la primer mujer hasta que una dulce melodía llegó a sus oídos, hipnotizado, siguiéndola por entre los árboles y llegando a aquel lago, donde pudo verla, escucharla cantar con la voz más hermosa que jamás creyó conocer.
Fue ahí donde empezó todo, donde bastó una dulce voz y las palabras adecuadas para comenzar a tener a un serafín a los pies de una simple humana, aunque de simple no tenía nada.
Mucho antes de caer en el abismo, la voz de Lilith tenía poder, era capaz de embelesar y dejar indefenso a Samael, ante su voluntad y caprichos, los cuales no dudaba en cumplir conforme iba "enamorándose" de ella.
Al paso del tiempo y, jugando bien sus cartas, Lilith finalmente consiguió arrastrar al ángel más puro e inocente en el pecado. Logró destruir su propia estima ante su naturaleza y hacerlo cambiar lo que era, sólo por complacerla... Incluso logró que su amistad con Adán acabara, llevándolo no sólo a separarlos, también a arrebatarle a la segunda mujer que Dios creó para él y que el odio mutuo creciera.
Todos, cada uno de sus delitos contra la paz del cielo, lentamente y de forma calculada, fueron orquestados por aquella mujer a la que le entregó su amor, por la cual cayó en el abismo y, aún así, le entregó todo un nuevo reino el cual gobernar a su
antojo.
Lucifer no fue más que una marioneta para conseguir el poder que realmente creía merecer desde que fue creada y, cuando dejó de servirle, lo botó como quien tiraba un trapo viejo a la basura.
Eso claramente no lo eximía de culpas, cometió sus propios pecados y era consciente a la perfección de ellos, de que no era la blanca paloma que tantos años aparentó; sin embargo la última palabra siempre venía de ella, de su reina, de su compañera, de su amante... De su dueña.
Finalmente era capaz de entender porque, cuando la anheló por tanto tiempo e imploraba su regreso, la realidad le golpeó duramente en la cara al ya no sentir aquella misma dulzura.
Su voz había perdido fuerza, ya no estaba bajo aquel hechizo que lo mantenía ciego, sometido, aceptando la injusticia sin reprochar, hasta conocer a su cervatillo, a quien, incluso por encima de ella, no dudó en proteger y liberar de sus garras.
Era increíble como, incluso Dios, reconoció que Samael finalmente se había enamorado en serio y no por aquella voz de sirena, al grado de ser él mismo quien bendijo dicha relación.
Dios lo sabía. Lilith no era más que la perdición del serafín.
Aun con todo eso, Lucifer era incapaz de odiarla... Compartieron tantas cosas juntos que, aunque fueran mentira, en su momento las disfrutó y se sumó su hija, aquella que creía la prueba de amor más grande.
No cabía duda, Charlie era tan capaz como su madre.
Su voz era poderosa, llegaba a todo el infierno cuando sabía controlarla y... tan capaz también de haberlo destrozado con sólo unas cuantas palabras.
Las sirenas existían y conoció a dos de primera mano.
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