Había sido una difícil cacería, búsqueda, persecusión, aniquilación. Tenía en su piel las marcas de los que intentaron defenderse sin éxito y en su memorial, las expresiones de terror de sus víctimas.

Abaddon como siempre, continuaba en el servicio de la última de la casa Zeirán.

Le provocaban naúseas, una sensación de frustración y deshonra para su casa. Había sido rebajada a una simple sirvienta por El Empíreo Guardián de Asgard, Asura.

Torció la boca en disgusto al recordarlo. Especialmente su expresión, su presencia esa noche en el castillo central, donde le dejó en claro su lugar.

Ya no era el mismo. Su energía había cambiado y su complexión también. Tenía una presencia abrumadora y sabía que correspondía más a la entidad demoniaca que lo habitaba.

No fue hasta que finalmente encontró al último sirviente de las huestes demoniacas en una localidad cercana a la entrada al Inframundo, cuando finalmente Xian decidió volver a Asgard.

Un portal de energía y Xian lanzó su cuerpo por la brecha, cerrándose esta tras su desaparición, encontrándose la serafina cayendo en picada por un cielo azul hacia un verdoso terreno. Pronto emprendió el vuelo directo hacia el castillo. Tenía una especie de peso en la boca en el estómago, ese que provoca la ansiedad ante las vísperas de lo desconocido, del peligro. Sabía que encontrarse con Asura, sería como meterse directamente a la boca del lobo, justamente para ser devorada.

No pasó demasiado tiempo antes de poder vislumbrar el castillo Central. La energía que desde ahí se percibía no dejaba a lugar a dudas que Asura se encontraba en ese lugar.

Aterrizó sin cuidado, levantando polvo y rocas y dejando un pequeño cráter en el adoquín. A lo lejos, se escuchó el rugido del otro guardían Draconian, aunque no habían señales por ninguna parte de la dichosa pelirroja que siempre estaba en Asgard.

Sin más, se adentró por el gran recibidor para reportarse. Hacía semanas que no había entablado comunicación con él, lo último que necesitaba, era poner su vida en peligro.-


Había sido una difícil cacería, búsqueda, persecusión, aniquilación. Tenía en su piel las marcas de los que intentaron defenderse sin éxito y en su memorial, las expresiones de terror de sus víctimas. Abaddon como siempre, continuaba en el servicio de la última de la casa Zeirán. Le provocaban naúseas, una sensación de frustración y deshonra para su casa. Había sido rebajada a una simple sirvienta por El Empíreo Guardián de Asgard, Asura. Torció la boca en disgusto al recordarlo. Especialmente su expresión, su presencia esa noche en el castillo central, donde le dejó en claro su lugar. Ya no era el mismo. Su energía había cambiado y su complexión también. Tenía una presencia abrumadora y sabía que correspondía más a la entidad demoniaca que lo habitaba. No fue hasta que finalmente encontró al último sirviente de las huestes demoniacas en una localidad cercana a la entrada al Inframundo, cuando finalmente Xian decidió volver a Asgard. Un portal de energía y Xian lanzó su cuerpo por la brecha, cerrándose esta tras su desaparición, encontrándose la serafina cayendo en picada por un cielo azul hacia un verdoso terreno. Pronto emprendió el vuelo directo hacia el castillo. Tenía una especie de peso en la boca en el estómago, ese que provoca la ansiedad ante las vísperas de lo desconocido, del peligro. Sabía que encontrarse con Asura, sería como meterse directamente a la boca del lobo, justamente para ser devorada. No pasó demasiado tiempo antes de poder vislumbrar el castillo Central. La energía que desde ahí se percibía no dejaba a lugar a dudas que Asura se encontraba en ese lugar. Aterrizó sin cuidado, levantando polvo y rocas y dejando un pequeño cráter en el adoquín. A lo lejos, se escuchó el rugido del otro guardían Draconian, aunque no habían señales por ninguna parte de la dichosa pelirroja que siempre estaba en Asgard. Sin más, se adentró por el gran recibidor para reportarse. Hacía semanas que no había entablado comunicación con él, lo último que necesitaba, era poner su vida en peligro.-
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