And then... there was a wedding
Rol con [1northsword]
Para cuando las negociaciones terminaron, Ghaladir ya podía sentir el contacto de sus escamas rozando con el lino de sus pantalones.
Mientras los barcos de los norteños abandonaban el puerto de Karishtamar, el cielo se teñía de rojo en el archipiélago, y una sombra amenazante se proyectaba sobre el palacio de La Gran Dama.
El Devorasoles le asaltó con la fuerza de cien mil soldados. La contención no era buena para él, y en más de una ocasión estuvo a punto de escapar para lanzarse al vacío y destruir todo lo que encontrase a su paso. Las transformaciones de Ghaladir eran cada vez más violentas y se prolongaban en el tiempo.
Y no era porque no hubiese intentado generar una dichosa heredera. Al cumplir cincuenta años, Ghaladir lo había intentado por todos los medios. Los sacerdotes de la isla se encontraban anonadados ante la incapacidad de la Gran Dama para concebir, y llegaron a la conclusión más evidente:
El dragón, simplemente, no estaba por la labor.
Ghaladir tardó diez lunas en recuperar el control de su cuerpo, y, en el proceso, hospitalizó a la general Khamerit e hirió a una docena de soldados. Lo peor, ni siquiera se sintió satisfecha una vez él abandonó su cuerpo. Sus sueños se poblaron de imágenes sangrientas y sin sentido, todas protagonizadas por el que ahora era su prometido, El Rey Alberich, con su traje real envuelto en las sombras mientras los poblados bárbaros ardían bajo su fuego.
La Reina Ronin había sido escueta en sus explicaciones, pero Ghaladir no era cualquier princesa tonta de un reino extranjero. Los norteños habían cedido tanto en las negociaciones que era imposible no plantearse que hubiese gato encerrado; y conforme los meses transcurrían y los sacerdotes se inquietaban, cada vez estaba más claro que algo oscuro estaba despertando en las entrañas del mundo.
Acordaron que la boda se celebraría en Kharishtamar. Todo el pueblo de Mano Dorada estaba invitado a asistir a la ceremonia, y se respiraba alegría y dicha en el ambiente ante la idea de que el legado de la Gran Dama iba, finalmente, a proseguir. Ajena era su gente al mal que sacudía sus entrañas constantemente, y ajenos seguirían durante más tiempo.
La Reina Ronin insistió en que la coronación de Alberich se celebraría tras la boda, y sería también la coronación de Ghaladir como su Emperatriz consorte. Ghaladir insistió, a su vez, que ella no estaba interesada en absoluto en gobernar los pueblos del norte, pero la Reina no aceptó un “no” por respuesta. El Consejo tuvo que intervenir varias veces para que el conflicto no escalase más, pero no consiguieron desvanecer la tensión que se mantuvo posteriormente en la sala de reuniones.
Desde entonces, seis Devorasoles habían transcurrido.
Seis dolorosos y tortuosos Devorasoles en los que Ghaladir había tenido que aprender a vivir con la idea de contarle aquel secreto a alguien más aparte de la intimidad de su Consejo. Era esa idea la que le atormentaba por completo. El dragón había sido una parte íntima de su corazón, su mayor secreto, el dolor que la escudaba de los golpes de un mundo cruel y desdichado. Él era ella y ella era él, estaban juntos hasta el final de sus días.
La corona de espinos consistía en decenas de columnas doradas enredadas en sí mismas. Entre ellas, brillaban cientos de pequeñas piedras preciosas, casi imitando las escamas de un reptil por el cambio de colores dependiendo del reflejo del sol. Las sedas que portaba eran de un azul intenso, realzando el tono de su piel. Las varillas del corsé, talladas en hueso de Mangkr, se clavaban en sus costados e impedían su libre respiración. El calor en la habitación le resultaba casi asfixiante, y diversas perlas de sudor se deslizaban por su rostro pese a los modernos métodos de enfriamiento del castillo.
Cuando anunciaron al futuro Rey, sintió un estremecimiento en la base de su columna. Faltaban exactamente tres días para la ceremonia y no se sentía para nada preparada. Mâyâki no había respondido sus plegarias; el príncipe había venido.
Si tuviesen que arrancarle las palabras en su lecho de muerte, admitiría que la imagen de Alberich sin lodo y sangre de por medio era… distinta. Agradable. Incluso con su ceño permanentemente fruncido marcado por las arrugas de su sien y la tensión de sus hombros, no era un hombre de aspecto desagradable.
“No seas tonta, Ghaladir”, pensó para sí misma, inmóvil e inexpresiva. “Te clavaría la espada en el cuello si pudiese. Y tú harías lo mismo”.
El palacio permanecía en absoluto silencio. Nadie se atrevió a pronunciar siquiera el más mínimo murmullo. La Corte del Norte entró con su gélida presencia, irrumpiendo la calidez de Kharishamar.
- Alberich Thorfreðrsson, Heredero de los pueblos del Norte y Emperador del Continente de la Noche. -Pronunció Ghaladir, esforzándose por mantener un tono estable-. Bienvenido a su nuevo hogar..
Para cuando las negociaciones terminaron, Ghaladir ya podía sentir el contacto de sus escamas rozando con el lino de sus pantalones.
Mientras los barcos de los norteños abandonaban el puerto de Karishtamar, el cielo se teñía de rojo en el archipiélago, y una sombra amenazante se proyectaba sobre el palacio de La Gran Dama.
El Devorasoles le asaltó con la fuerza de cien mil soldados. La contención no era buena para él, y en más de una ocasión estuvo a punto de escapar para lanzarse al vacío y destruir todo lo que encontrase a su paso. Las transformaciones de Ghaladir eran cada vez más violentas y se prolongaban en el tiempo.
Y no era porque no hubiese intentado generar una dichosa heredera. Al cumplir cincuenta años, Ghaladir lo había intentado por todos los medios. Los sacerdotes de la isla se encontraban anonadados ante la incapacidad de la Gran Dama para concebir, y llegaron a la conclusión más evidente:
El dragón, simplemente, no estaba por la labor.
Ghaladir tardó diez lunas en recuperar el control de su cuerpo, y, en el proceso, hospitalizó a la general Khamerit e hirió a una docena de soldados. Lo peor, ni siquiera se sintió satisfecha una vez él abandonó su cuerpo. Sus sueños se poblaron de imágenes sangrientas y sin sentido, todas protagonizadas por el que ahora era su prometido, El Rey Alberich, con su traje real envuelto en las sombras mientras los poblados bárbaros ardían bajo su fuego.
La Reina Ronin había sido escueta en sus explicaciones, pero Ghaladir no era cualquier princesa tonta de un reino extranjero. Los norteños habían cedido tanto en las negociaciones que era imposible no plantearse que hubiese gato encerrado; y conforme los meses transcurrían y los sacerdotes se inquietaban, cada vez estaba más claro que algo oscuro estaba despertando en las entrañas del mundo.
Acordaron que la boda se celebraría en Kharishtamar. Todo el pueblo de Mano Dorada estaba invitado a asistir a la ceremonia, y se respiraba alegría y dicha en el ambiente ante la idea de que el legado de la Gran Dama iba, finalmente, a proseguir. Ajena era su gente al mal que sacudía sus entrañas constantemente, y ajenos seguirían durante más tiempo.
La Reina Ronin insistió en que la coronación de Alberich se celebraría tras la boda, y sería también la coronación de Ghaladir como su Emperatriz consorte. Ghaladir insistió, a su vez, que ella no estaba interesada en absoluto en gobernar los pueblos del norte, pero la Reina no aceptó un “no” por respuesta. El Consejo tuvo que intervenir varias veces para que el conflicto no escalase más, pero no consiguieron desvanecer la tensión que se mantuvo posteriormente en la sala de reuniones.
Desde entonces, seis Devorasoles habían transcurrido.
Seis dolorosos y tortuosos Devorasoles en los que Ghaladir había tenido que aprender a vivir con la idea de contarle aquel secreto a alguien más aparte de la intimidad de su Consejo. Era esa idea la que le atormentaba por completo. El dragón había sido una parte íntima de su corazón, su mayor secreto, el dolor que la escudaba de los golpes de un mundo cruel y desdichado. Él era ella y ella era él, estaban juntos hasta el final de sus días.
La corona de espinos consistía en decenas de columnas doradas enredadas en sí mismas. Entre ellas, brillaban cientos de pequeñas piedras preciosas, casi imitando las escamas de un reptil por el cambio de colores dependiendo del reflejo del sol. Las sedas que portaba eran de un azul intenso, realzando el tono de su piel. Las varillas del corsé, talladas en hueso de Mangkr, se clavaban en sus costados e impedían su libre respiración. El calor en la habitación le resultaba casi asfixiante, y diversas perlas de sudor se deslizaban por su rostro pese a los modernos métodos de enfriamiento del castillo.
Cuando anunciaron al futuro Rey, sintió un estremecimiento en la base de su columna. Faltaban exactamente tres días para la ceremonia y no se sentía para nada preparada. Mâyâki no había respondido sus plegarias; el príncipe había venido.
Si tuviesen que arrancarle las palabras en su lecho de muerte, admitiría que la imagen de Alberich sin lodo y sangre de por medio era… distinta. Agradable. Incluso con su ceño permanentemente fruncido marcado por las arrugas de su sien y la tensión de sus hombros, no era un hombre de aspecto desagradable.
“No seas tonta, Ghaladir”, pensó para sí misma, inmóvil e inexpresiva. “Te clavaría la espada en el cuello si pudiese. Y tú harías lo mismo”.
El palacio permanecía en absoluto silencio. Nadie se atrevió a pronunciar siquiera el más mínimo murmullo. La Corte del Norte entró con su gélida presencia, irrumpiendo la calidez de Kharishamar.
- Alberich Thorfreðrsson, Heredero de los pueblos del Norte y Emperador del Continente de la Noche. -Pronunció Ghaladir, esforzándose por mantener un tono estable-. Bienvenido a su nuevo hogar..
Rol con [1northsword]
Para cuando las negociaciones terminaron, Ghaladir ya podía sentir el contacto de sus escamas rozando con el lino de sus pantalones.
Mientras los barcos de los norteños abandonaban el puerto de Karishtamar, el cielo se teñía de rojo en el archipiélago, y una sombra amenazante se proyectaba sobre el palacio de La Gran Dama.
El Devorasoles le asaltó con la fuerza de cien mil soldados. La contención no era buena para él, y en más de una ocasión estuvo a punto de escapar para lanzarse al vacío y destruir todo lo que encontrase a su paso. Las transformaciones de Ghaladir eran cada vez más violentas y se prolongaban en el tiempo.
Y no era porque no hubiese intentado generar una dichosa heredera. Al cumplir cincuenta años, Ghaladir lo había intentado por todos los medios. Los sacerdotes de la isla se encontraban anonadados ante la incapacidad de la Gran Dama para concebir, y llegaron a la conclusión más evidente:
El dragón, simplemente, no estaba por la labor.
Ghaladir tardó diez lunas en recuperar el control de su cuerpo, y, en el proceso, hospitalizó a la general Khamerit e hirió a una docena de soldados. Lo peor, ni siquiera se sintió satisfecha una vez él abandonó su cuerpo. Sus sueños se poblaron de imágenes sangrientas y sin sentido, todas protagonizadas por el que ahora era su prometido, El Rey Alberich, con su traje real envuelto en las sombras mientras los poblados bárbaros ardían bajo su fuego.
La Reina Ronin había sido escueta en sus explicaciones, pero Ghaladir no era cualquier princesa tonta de un reino extranjero. Los norteños habían cedido tanto en las negociaciones que era imposible no plantearse que hubiese gato encerrado; y conforme los meses transcurrían y los sacerdotes se inquietaban, cada vez estaba más claro que algo oscuro estaba despertando en las entrañas del mundo.
Acordaron que la boda se celebraría en Kharishtamar. Todo el pueblo de Mano Dorada estaba invitado a asistir a la ceremonia, y se respiraba alegría y dicha en el ambiente ante la idea de que el legado de la Gran Dama iba, finalmente, a proseguir. Ajena era su gente al mal que sacudía sus entrañas constantemente, y ajenos seguirían durante más tiempo.
La Reina Ronin insistió en que la coronación de Alberich se celebraría tras la boda, y sería también la coronación de Ghaladir como su Emperatriz consorte. Ghaladir insistió, a su vez, que ella no estaba interesada en absoluto en gobernar los pueblos del norte, pero la Reina no aceptó un “no” por respuesta. El Consejo tuvo que intervenir varias veces para que el conflicto no escalase más, pero no consiguieron desvanecer la tensión que se mantuvo posteriormente en la sala de reuniones.
Desde entonces, seis Devorasoles habían transcurrido.
Seis dolorosos y tortuosos Devorasoles en los que Ghaladir había tenido que aprender a vivir con la idea de contarle aquel secreto a alguien más aparte de la intimidad de su Consejo. Era esa idea la que le atormentaba por completo. El dragón había sido una parte íntima de su corazón, su mayor secreto, el dolor que la escudaba de los golpes de un mundo cruel y desdichado. Él era ella y ella era él, estaban juntos hasta el final de sus días.
La corona de espinos consistía en decenas de columnas doradas enredadas en sí mismas. Entre ellas, brillaban cientos de pequeñas piedras preciosas, casi imitando las escamas de un reptil por el cambio de colores dependiendo del reflejo del sol. Las sedas que portaba eran de un azul intenso, realzando el tono de su piel. Las varillas del corsé, talladas en hueso de Mangkr, se clavaban en sus costados e impedían su libre respiración. El calor en la habitación le resultaba casi asfixiante, y diversas perlas de sudor se deslizaban por su rostro pese a los modernos métodos de enfriamiento del castillo.
Cuando anunciaron al futuro Rey, sintió un estremecimiento en la base de su columna. Faltaban exactamente tres días para la ceremonia y no se sentía para nada preparada. Mâyâki no había respondido sus plegarias; el príncipe había venido.
Si tuviesen que arrancarle las palabras en su lecho de muerte, admitiría que la imagen de Alberich sin lodo y sangre de por medio era… distinta. Agradable. Incluso con su ceño permanentemente fruncido marcado por las arrugas de su sien y la tensión de sus hombros, no era un hombre de aspecto desagradable.
“No seas tonta, Ghaladir”, pensó para sí misma, inmóvil e inexpresiva. “Te clavaría la espada en el cuello si pudiese. Y tú harías lo mismo”.
El palacio permanecía en absoluto silencio. Nadie se atrevió a pronunciar siquiera el más mínimo murmullo. La Corte del Norte entró con su gélida presencia, irrumpiendo la calidez de Kharishamar.
- Alberich Thorfreðrsson, Heredero de los pueblos del Norte y Emperador del Continente de la Noche. -Pronunció Ghaladir, esforzándose por mantener un tono estable-. Bienvenido a su nuevo hogar..
Tipo
Individual
Líneas
Cualquier línea
Estado
Disponible