El señor de la dimensión
Jörmungandr Lokison era el soltero de oro de la dimensión privada, que él mismo creó siglos atrás. Las muchachas casaderas suspiraban por él. Sin duda, la mujer que se convirtiera en su esposa, sería muy afortunada. Algunas soñaban con ello, imaginandose con bonitos vestidos y hermosas joyas. Otras, con el respeto y poder ser la señora de Jörmungandr.
Los hombres de confíanza de Jormun, notaban a su señor alicaido y triste, pero él nunca confesó el motivo de su ánimo. En las fiestas y banquetes solía pasarlo muy bien con sus vasallos. Las chicas discutían entre ellas por captar su atención o por bailar con él. Pero un día, todo cambió. Hanna, la esposa del alcalde de la aldea, regresaba de visitar a su hermana que vivía en un pueblo próximo, al pasar cerca de la casa de su señor, lo vio con rostro feliz y brillante. Ella le saludó calurosamente y él, correspondió del mismo modo. Tuvo una corazonada. Contó su opinión sobre el buen humor de Jormun con sus amigas y todas concluyeron con la misma idea. Jörmungandr estaba enamorado. El rumor corrió como la pólvora y las chicas, emocionadas, pensaban, cada una de ellas, que debía ser la elegida. Con todas ellas, Jormun había entablado conversación, bailes y risas.
Todo se resolvió una semana después. Un grupo de niñas, entre diez y doce años, se encontraban recogiendo flores cerca de la casa de Jormun. Cuando, una de ellas, llamó la atención de las demás. Ocultas detrás de unos arbustos y entre risas, vieron a su señor con una hermosa y bellísima mujer. Ella sonreia muy feliz. Su pelo largo y castaño oscuro brillaba al sol y vestía al estilo griego. Los vieron entrar en la casa cogidos de la mano. Las niñas regresaron a sus respectivas casas con el jugoso chisme. Y entonces hubo reacciones de toda clase. La gran mayoría se alegraron y las chicas soñadoras, unas terminaron en llanto y otras no creyeron tal cosa. Hasta que un día, Jormun presentó a su ya novia oficial. Ate, diosa del caos. Hija de Zeus y Eris. Una hija de Zeus, ni más ni menos. Todos felicitaron a la feliz pareja organizando un gran festín de bienvenida a Ate. Los celos de algunas no tardaron en manifestarse, odiando a aquella griega por haberles arrebatado semejante bombón nórdico. Y así, Ate se fue ganando el cariño de los habitantes de la dimensión, convirtiéndose en su señora. Pues a pesar de los recelos de algunas, la gran mayoría la aceptó de buen agrado.
Los hombres de confíanza de Jormun, notaban a su señor alicaido y triste, pero él nunca confesó el motivo de su ánimo. En las fiestas y banquetes solía pasarlo muy bien con sus vasallos. Las chicas discutían entre ellas por captar su atención o por bailar con él. Pero un día, todo cambió. Hanna, la esposa del alcalde de la aldea, regresaba de visitar a su hermana que vivía en un pueblo próximo, al pasar cerca de la casa de su señor, lo vio con rostro feliz y brillante. Ella le saludó calurosamente y él, correspondió del mismo modo. Tuvo una corazonada. Contó su opinión sobre el buen humor de Jormun con sus amigas y todas concluyeron con la misma idea. Jörmungandr estaba enamorado. El rumor corrió como la pólvora y las chicas, emocionadas, pensaban, cada una de ellas, que debía ser la elegida. Con todas ellas, Jormun había entablado conversación, bailes y risas.
Todo se resolvió una semana después. Un grupo de niñas, entre diez y doce años, se encontraban recogiendo flores cerca de la casa de Jormun. Cuando, una de ellas, llamó la atención de las demás. Ocultas detrás de unos arbustos y entre risas, vieron a su señor con una hermosa y bellísima mujer. Ella sonreia muy feliz. Su pelo largo y castaño oscuro brillaba al sol y vestía al estilo griego. Los vieron entrar en la casa cogidos de la mano. Las niñas regresaron a sus respectivas casas con el jugoso chisme. Y entonces hubo reacciones de toda clase. La gran mayoría se alegraron y las chicas soñadoras, unas terminaron en llanto y otras no creyeron tal cosa. Hasta que un día, Jormun presentó a su ya novia oficial. Ate, diosa del caos. Hija de Zeus y Eris. Una hija de Zeus, ni más ni menos. Todos felicitaron a la feliz pareja organizando un gran festín de bienvenida a Ate. Los celos de algunas no tardaron en manifestarse, odiando a aquella griega por haberles arrebatado semejante bombón nórdico. Y así, Ate se fue ganando el cariño de los habitantes de la dimensión, convirtiéndose en su señora. Pues a pesar de los recelos de algunas, la gran mayoría la aceptó de buen agrado.
Jörmungandr Lokison era el soltero de oro de la dimensión privada, que él mismo creó siglos atrás. Las muchachas casaderas suspiraban por él. Sin duda, la mujer que se convirtiera en su esposa, sería muy afortunada. Algunas soñaban con ello, imaginandose con bonitos vestidos y hermosas joyas. Otras, con el respeto y poder ser la señora de Jörmungandr.
Los hombres de confíanza de Jormun, notaban a su señor alicaido y triste, pero él nunca confesó el motivo de su ánimo. En las fiestas y banquetes solía pasarlo muy bien con sus vasallos. Las chicas discutían entre ellas por captar su atención o por bailar con él. Pero un día, todo cambió. Hanna, la esposa del alcalde de la aldea, regresaba de visitar a su hermana que vivía en un pueblo próximo, al pasar cerca de la casa de su señor, lo vio con rostro feliz y brillante. Ella le saludó calurosamente y él, correspondió del mismo modo. Tuvo una corazonada. Contó su opinión sobre el buen humor de Jormun con sus amigas y todas concluyeron con la misma idea. Jörmungandr estaba enamorado. El rumor corrió como la pólvora y las chicas, emocionadas, pensaban, cada una de ellas, que debía ser la elegida. Con todas ellas, Jormun había entablado conversación, bailes y risas.
Todo se resolvió una semana después. Un grupo de niñas, entre diez y doce años, se encontraban recogiendo flores cerca de la casa de Jormun. Cuando, una de ellas, llamó la atención de las demás. Ocultas detrás de unos arbustos y entre risas, vieron a su señor con una hermosa y bellísima mujer. Ella sonreia muy feliz. Su pelo largo y castaño oscuro brillaba al sol y vestía al estilo griego. Los vieron entrar en la casa cogidos de la mano. Las niñas regresaron a sus respectivas casas con el jugoso chisme. Y entonces hubo reacciones de toda clase. La gran mayoría se alegraron y las chicas soñadoras, unas terminaron en llanto y otras no creyeron tal cosa. Hasta que un día, Jormun presentó a su ya novia oficial. Ate, diosa del caos. Hija de Zeus y Eris. Una hija de Zeus, ni más ni menos. Todos felicitaron a la feliz pareja organizando un gran festín de bienvenida a Ate. Los celos de algunas no tardaron en manifestarse, odiando a aquella griega por haberles arrebatado semejante bombón nórdico. Y así, Ate se fue ganando el cariño de los habitantes de la dimensión, convirtiéndose en su señora. Pues a pesar de los recelos de algunas, la gran mayoría la aceptó de buen agrado.
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