Le había suplicado a su hermano no dejarlo solo o terminaría haciendo una locura... Justo la locura llegó.
Salió del palacio y observó el vacío exterior, casi de extremo a extremo con el hotel tan lejos.
Con sus propias garras se encargó de abrirse la piel, desde los brazos, torso, piernas y el cuello incluso, dejando emanar la sangre.
Aquello no sería suficiente para matarlo, pero si lo necesitaba antes de caer desmayado al suelo para nutrirlo conforme la sangre se iba extendiendo y siendo absorbida, repitiendo su promesa de amor.
Una tras una, lentamente y formando un camino que rodeaba todo el castillo, así como recorrería todo el infierno de ser necesario, las rosas sempiternas que había creado especialmente para él, comenzaban a brotar del árido suelo, majestuosas.
Era su firme declaración, a pesar del dolor y la angustia, no dejaría de amarlo, de añorarlo, por lo que ese regalo lo dejaría ahí para él, por todo el infierno, siempre a su paso como una alfombra, como el rey que estaba a sus pies a pesar de todo.
Salió del palacio y observó el vacío exterior, casi de extremo a extremo con el hotel tan lejos.
Con sus propias garras se encargó de abrirse la piel, desde los brazos, torso, piernas y el cuello incluso, dejando emanar la sangre.
Aquello no sería suficiente para matarlo, pero si lo necesitaba antes de caer desmayado al suelo para nutrirlo conforme la sangre se iba extendiendo y siendo absorbida, repitiendo su promesa de amor.
Una tras una, lentamente y formando un camino que rodeaba todo el castillo, así como recorrería todo el infierno de ser necesario, las rosas sempiternas que había creado especialmente para él, comenzaban a brotar del árido suelo, majestuosas.
Era su firme declaración, a pesar del dolor y la angustia, no dejaría de amarlo, de añorarlo, por lo que ese regalo lo dejaría ahí para él, por todo el infierno, siempre a su paso como una alfombra, como el rey que estaba a sus pies a pesar de todo.
Le había suplicado a su hermano no dejarlo solo o terminaría haciendo una locura... Justo la locura llegó.
Salió del palacio y observó el vacío exterior, casi de extremo a extremo con el hotel tan lejos.
Con sus propias garras se encargó de abrirse la piel, desde los brazos, torso, piernas y el cuello incluso, dejando emanar la sangre.
Aquello no sería suficiente para matarlo, pero si lo necesitaba antes de caer desmayado al suelo para nutrirlo conforme la sangre se iba extendiendo y siendo absorbida, repitiendo su promesa de amor.
Una tras una, lentamente y formando un camino que rodeaba todo el castillo, así como recorrería todo el infierno de ser necesario, las rosas sempiternas que había creado especialmente para él, comenzaban a brotar del árido suelo, majestuosas.
Era su firme declaración, a pesar del dolor y la angustia, no dejaría de amarlo, de añorarlo, por lo que ese regalo lo dejaría ahí para él, por todo el infierno, siempre a su paso como una alfombra, como el rey que estaba a sus pies a pesar de todo.