Sentada sobre el hocico de la gran serpiente que decora la sala de entrenamiento, se limpia la sangre de los nudillos, el labio y hasta del pelo. Se palpa el costado izquierdo.
—Creo que me has roto una costilla. O dos.—tuerce los labios, comprobando su respiración.—Me cuesta respirar.
Orochimaru, que está sentado a su lado, escupe sangre apartando la cabeza. Al oírla, la fulmina con la mirada, se recoloca el hombro e igualmente la revisa con cierto cuidado.
—Están rotas.—concluye, antes de dejarse caer hacia atrás.—Hoy has estado irracional. No es propio de ti.
—Lo que me ronde la cabeza no es asunto tuyo.—replica ella, sin mirarle.
—No te he adiestrado para que te dejes vencer por tus pensamientos y emociones, Himiko.—el discurso del Sannin sonaba manido, casi repetitivo.
—A estas alturas deberías saber cuándo debes tocarme los huevos y cuándo no.—ahora es ella quien lo fulmina con la mirada.
El Sannin se incorpora, irritado. En silencio, le propina un puñetazo no muy fuerte en las costillas rotas, cortándole la respiración. Himiko cierra el puño para no devolverle el golpe.
—Ve a que Kabuto te cure.—le ordena la serpiente a la grulla.—Dúchate. Hablaremos de lo de hoy más tarde.
—Creo que me has roto una costilla. O dos.—tuerce los labios, comprobando su respiración.—Me cuesta respirar.
Orochimaru, que está sentado a su lado, escupe sangre apartando la cabeza. Al oírla, la fulmina con la mirada, se recoloca el hombro e igualmente la revisa con cierto cuidado.
—Están rotas.—concluye, antes de dejarse caer hacia atrás.—Hoy has estado irracional. No es propio de ti.
—Lo que me ronde la cabeza no es asunto tuyo.—replica ella, sin mirarle.
—No te he adiestrado para que te dejes vencer por tus pensamientos y emociones, Himiko.—el discurso del Sannin sonaba manido, casi repetitivo.
—A estas alturas deberías saber cuándo debes tocarme los huevos y cuándo no.—ahora es ella quien lo fulmina con la mirada.
El Sannin se incorpora, irritado. En silencio, le propina un puñetazo no muy fuerte en las costillas rotas, cortándole la respiración. Himiko cierra el puño para no devolverle el golpe.
—Ve a que Kabuto te cure.—le ordena la serpiente a la grulla.—Dúchate. Hablaremos de lo de hoy más tarde.
Sentada sobre el hocico de la gran serpiente que decora la sala de entrenamiento, se limpia la sangre de los nudillos, el labio y hasta del pelo. Se palpa el costado izquierdo.
—Creo que me has roto una costilla. O dos.—tuerce los labios, comprobando su respiración.—Me cuesta respirar.
Orochimaru, que está sentado a su lado, escupe sangre apartando la cabeza. Al oírla, la fulmina con la mirada, se recoloca el hombro e igualmente la revisa con cierto cuidado.
—Están rotas.—concluye, antes de dejarse caer hacia atrás.—Hoy has estado irracional. No es propio de ti.
—Lo que me ronde la cabeza no es asunto tuyo.—replica ella, sin mirarle.
—No te he adiestrado para que te dejes vencer por tus pensamientos y emociones, Himiko.—el discurso del Sannin sonaba manido, casi repetitivo.
—A estas alturas deberías saber cuándo debes tocarme los huevos y cuándo no.—ahora es ella quien lo fulmina con la mirada.
El Sannin se incorpora, irritado. En silencio, le propina un puñetazo no muy fuerte en las costillas rotas, cortándole la respiración. Himiko cierra el puño para no devolverle el golpe.
—Ve a que Kabuto te cure.—le ordena la serpiente a la grulla.—Dúchate. Hablaremos de lo de hoy más tarde.
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