« Mi poder es mi voluntad. Mi voluntad es mi poder.

Soy puro poder y voluntad al mismo tiempo.

Xellos, acepta el destino que he forjado para ti. Ocupa el lugar que Shabranigdu dejó al dejarse corromper por el odio y el rencor, y álzate como el Rey Demonio.

Solo tú puedes decidir si permanecerás aquí dando la derrota por escrita; o si regresarás allí, ocuparás tu lugar como Señor de la Oscuridad y liderarás a las razas para llevarlas a la guerra y la victoria contra Abismo. »

***

Aquellas fueron las últimas palabras que La Diosa de la Pesadilla Eterna dedicó a Xellos antes de desaparecer y dejarle en la más absoluta soledad para que pudiera tomar una decisión. Ceder al sueño eterno en el Mar del Caos o cargar con el destino de la humanidad y del resto de razas.

Para cuando la Diosa de la Pesadilla Eterna regresó, Xellos ya había tomado su decisión.

En la parte más elevada de una montaña cubierta por una gruesa capa de nieve, yacía casi inerte un hombre alto, delgado, con el cabello largo, sedoso y de color negro.

Los copos de nieve cubrían lentamente su capa de color negro y el viento agitaba los mechones de su cabello.

Era Xellos, el nuevo Rey Demonio.

Aquello significaba que Xellos finalmente había aceptado el ofrecimiento que le hizo la Diosa de la Pesadilla Eterna y que, ahora, el destino de todos estaba en sus manos... Sin olvidar que Xellos seguía siendo un demonio a fin de cuentas.

Destruir a Abismo era la inalcanzable encomienda que La Diosa de la Pesadilla Eterna había reservado para él.

Abismo, un ser procedente del Averno Astral. Una entidad de una oscuridad insondable, cuyo poder era vasto y omnipresente en ese plano oscuro. Como el gobernante supremo del Averno Astral, Abismo era el arquitecto de la corrupción y el caos que prevalecían en el Averno, manipulando a sus seguidores, los Antiguos, y tejiendo intrincadas conspiraciones para expandir su influencia a otros planos y dimensiones.

El aire entró en los pulmones de Xellos por primera desde que su cuerpo apareció sobre aquella montaña.

Con dificultad intentó incorporarse, pero sus esfuerzos fueron en vano. Su cuerpo no respondía.

Se sentía débil y abatido, a penas podía con el peso de su propio cuerpo. ¿Qué le ocurría? ¿No se suponía que ahora mismo era el Demonio más poderoso de todos los que quedaban con vida? Jamás se había sentido de aquel modo: tan débil, tan frágil, tan vulnerable.

Se arrastró por la nieve, solo buscando que su cuerpo reaccionara. Sus dedos se hundieron en la nieve buscando algo a lo que aferrarse.

Tras muchos esfuerzos logró incorporarse. Lo sentía. Sí. Poco a poco la fuerza iba volviendo a su ser, una fuerza que no había sentido nunca. Una fuerza que, si no era dominada, podría corromper el corazón más noble.

Aún con las rodillas hincadas en el nieve, miró a su alrededor. Conocía el lugar.

Eran las Montañas de Kataart, el conocido como "hogar de los Demonios" en el mundo físico. Allí se encontraba sellada en el hielo una parte del Rey Demonio Shabranigdu. Shabranigdu no estaba muerto, solo estaba esperando el momento en que pudiera despertar.

Pronto Xellos escuchó el ruido emitido por los cascos de un caballo pisoteando la nieve. Se giró hacia él y vio un majestuoso caballo que se había detenido junto a él.

Xellos supo de inmediato que no era un caballo cualquiera, aquel caballo procedía del plano astral, aunque a los ojos de los humanos fuera un caballo normal.

Él sabía lo que aquello significaba, por lo que sonrió mirando al caballo y se aferró a las ataduras de la montura para ponerse en pie y finalmente se subió sobre el caballo.

La razón de su sonrisa era que sabía que aquel caballo se lo había enviado Greater Beast Zelas Metallium, su creadora, también conocida como el Rey de las Bestias.

El hecho de que Zelas le hubiera enviado aquel caballo significaba una cosa: a pesar de que la relación de subordinación entre ellos se había roto desde que fue la Diosa de la Pesadilla Eterna quien le resucitó, aún tenía el apoyo y la confianza de Zelas.

Xellos espoleó al caballo y este empezó a galopar a una gran velocidad inigualable por ningún otro caballo sobre la faz de la tierra. Casi parecía que volaba sobre la nieve y que sus cascos ni siquiera la rozaban.

Su primer objetivo era encontrar a Reena, Abismo aún podía esperar.






© Imágenes creadas por [REENA].
« Mi poder es mi voluntad. Mi voluntad es mi poder. Soy puro poder y voluntad al mismo tiempo. Xellos, acepta el destino que he forjado para ti. Ocupa el lugar que Shabranigdu dejó al dejarse corromper por el odio y el rencor, y álzate como el Rey Demonio. Solo tú puedes decidir si permanecerás aquí dando la derrota por escrita; o si regresarás allí, ocuparás tu lugar como Señor de la Oscuridad y liderarás a las razas para llevarlas a la guerra y la victoria contra Abismo. » *** Aquellas fueron las últimas palabras que La Diosa de la Pesadilla Eterna dedicó a Xellos antes de desaparecer y dejarle en la más absoluta soledad para que pudiera tomar una decisión. Ceder al sueño eterno en el Mar del Caos o cargar con el destino de la humanidad y del resto de razas. Para cuando la Diosa de la Pesadilla Eterna regresó, Xellos ya había tomado su decisión. En la parte más elevada de una montaña cubierta por una gruesa capa de nieve, yacía casi inerte un hombre alto, delgado, con el cabello largo, sedoso y de color negro. Los copos de nieve cubrían lentamente su capa de color negro y el viento agitaba los mechones de su cabello. Era Xellos, el nuevo Rey Demonio. Aquello significaba que Xellos finalmente había aceptado el ofrecimiento que le hizo la Diosa de la Pesadilla Eterna y que, ahora, el destino de todos estaba en sus manos... Sin olvidar que Xellos seguía siendo un demonio a fin de cuentas. Destruir a Abismo era la inalcanzable encomienda que La Diosa de la Pesadilla Eterna había reservado para él. Abismo, un ser procedente del Averno Astral. Una entidad de una oscuridad insondable, cuyo poder era vasto y omnipresente en ese plano oscuro. Como el gobernante supremo del Averno Astral, Abismo era el arquitecto de la corrupción y el caos que prevalecían en el Averno, manipulando a sus seguidores, los Antiguos, y tejiendo intrincadas conspiraciones para expandir su influencia a otros planos y dimensiones. El aire entró en los pulmones de Xellos por primera desde que su cuerpo apareció sobre aquella montaña. Con dificultad intentó incorporarse, pero sus esfuerzos fueron en vano. Su cuerpo no respondía. Se sentía débil y abatido, a penas podía con el peso de su propio cuerpo. ¿Qué le ocurría? ¿No se suponía que ahora mismo era el Demonio más poderoso de todos los que quedaban con vida? Jamás se había sentido de aquel modo: tan débil, tan frágil, tan vulnerable. Se arrastró por la nieve, solo buscando que su cuerpo reaccionara. Sus dedos se hundieron en la nieve buscando algo a lo que aferrarse. Tras muchos esfuerzos logró incorporarse. Lo sentía. Sí. Poco a poco la fuerza iba volviendo a su ser, una fuerza que no había sentido nunca. Una fuerza que, si no era dominada, podría corromper el corazón más noble. Aún con las rodillas hincadas en el nieve, miró a su alrededor. Conocía el lugar. Eran las Montañas de Kataart, el conocido como "hogar de los Demonios" en el mundo físico. Allí se encontraba sellada en el hielo una parte del Rey Demonio Shabranigdu. Shabranigdu no estaba muerto, solo estaba esperando el momento en que pudiera despertar. Pronto Xellos escuchó el ruido emitido por los cascos de un caballo pisoteando la nieve. Se giró hacia él y vio un majestuoso caballo que se había detenido junto a él. Xellos supo de inmediato que no era un caballo cualquiera, aquel caballo procedía del plano astral, aunque a los ojos de los humanos fuera un caballo normal. Él sabía lo que aquello significaba, por lo que sonrió mirando al caballo y se aferró a las ataduras de la montura para ponerse en pie y finalmente se subió sobre el caballo. La razón de su sonrisa era que sabía que aquel caballo se lo había enviado Greater Beast Zelas Metallium, su creadora, también conocida como el Rey de las Bestias. El hecho de que Zelas le hubiera enviado aquel caballo significaba una cosa: a pesar de que la relación de subordinación entre ellos se había roto desde que fue la Diosa de la Pesadilla Eterna quien le resucitó, aún tenía el apoyo y la confianza de Zelas. Xellos espoleó al caballo y este empezó a galopar a una gran velocidad inigualable por ningún otro caballo sobre la faz de la tierra. Casi parecía que volaba sobre la nieve y que sus cascos ni siquiera la rozaban. Su primer objetivo era encontrar a Reena, Abismo aún podía esperar. © Imágenes creadas por [REENA].
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