Desde lo alto de una rama, en un puesto de vigilancia, Lúthien observa la noche en su momento más oscuro: justo antes del alba.

Durante la expedición hacia el sur del Bosque Negro, ha tenido lugar la última gran nevada del invierno. Todo es un manto puro y blanco, incorruptible; la escasa luz que proyectan las estrellas entre el ramaje enredado de las copas de los árboles se refleja sobre el manto sin huellas, pues hasta los animales temen mancillar ese incorrupto y helado tapiz.

Legolas se acerca con una gran manta de piel que no tarda en colocarse sobre los hombros, acomodándose detrás de la elfa que dentro de no mucho será su esposa; extiende sus brazos alrededor de ella, cubriéndolos con la manta, dejando caer un beso sobre los gruesos rizos de color castaño.

Si había algo que nadie podía quitarles jamás, era ver la luz de Anar romper la añil oscuridad para dar paso al nuevo día.
Desde lo alto de una rama, en un puesto de vigilancia, Lúthien observa la noche en su momento más oscuro: justo antes del alba. Durante la expedición hacia el sur del Bosque Negro, ha tenido lugar la última gran nevada del invierno. Todo es un manto puro y blanco, incorruptible; la escasa luz que proyectan las estrellas entre el ramaje enredado de las copas de los árboles se refleja sobre el manto sin huellas, pues hasta los animales temen mancillar ese incorrupto y helado tapiz. Legolas se acerca con una gran manta de piel que no tarda en colocarse sobre los hombros, acomodándose detrás de la elfa que dentro de no mucho será su esposa; extiende sus brazos alrededor de ella, cubriéndolos con la manta, dejando caer un beso sobre los gruesos rizos de color castaño. Si había algo que nadie podía quitarles jamás, era ver la luz de Anar romper la añil oscuridad para dar paso al nuevo día.
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