Rei se recostó en el amplio sillón de cuero negro que decoraba su estudio, dejando escapar un suspiro cansado, apenas era medianoche y sin embargo se sentía agotado, como si hubiera pasado días enteros sin dormir o alimentarse. Sus ojos, usualmente de un rojo intenso, ahora se veían apagados y enrojecidos por las lágrimas que había derramado. Odiaba mostrarse débil, pero en la soledad de su hogar no podía ocultar más su sufrimiento, volvía a ser presa de los remordimientos que lo atormentaban tras cada ataque de sed incontrolable.
Otra vida más que había terminado por su culpa, otra alma que había arrebatado en un ataque de frenesí alimentado por la desesperación. Se sentía como un monstruo, un ser despreciable que no merecía seguir existiendo. Y sin embargo, ahí estaba de nuevo, escondido en su hogar como el cobarde que era, incapaz de enfrentar las consecuencias de sus actos, incapaz de controlar la bestia dentro suyo. Solo, débil y hambriento, lo único que podía hacer era esperar a que la noche pasara para tratar de sobrevivir un día más.
Suspiró de nuevo, sintiéndose miserable. La sangre en sus manos nunca sería suficiente para saciar su sed, estaba condenado a una existencia de sufrimiento y soledad, atormentado por una condición que no comprendía. Sólo deseaba que todo terminara pronto y dejar de ser una amenaza para los demás.
Ojalá pudiera dormir y escapar, aunque fuera por unas horas de la pesadilla en la que se había convertido su existencia. Pero ni siquiera el cansancio podía vencer a la culpa y el remordimiento que lo carcomían por dentro.
Otra vida más que había terminado por su culpa, otra alma que había arrebatado en un ataque de frenesí alimentado por la desesperación. Se sentía como un monstruo, un ser despreciable que no merecía seguir existiendo. Y sin embargo, ahí estaba de nuevo, escondido en su hogar como el cobarde que era, incapaz de enfrentar las consecuencias de sus actos, incapaz de controlar la bestia dentro suyo. Solo, débil y hambriento, lo único que podía hacer era esperar a que la noche pasara para tratar de sobrevivir un día más.
Suspiró de nuevo, sintiéndose miserable. La sangre en sus manos nunca sería suficiente para saciar su sed, estaba condenado a una existencia de sufrimiento y soledad, atormentado por una condición que no comprendía. Sólo deseaba que todo terminara pronto y dejar de ser una amenaza para los demás.
Ojalá pudiera dormir y escapar, aunque fuera por unas horas de la pesadilla en la que se había convertido su existencia. Pero ni siquiera el cansancio podía vencer a la culpa y el remordimiento que lo carcomían por dentro.
Rei se recostó en el amplio sillón de cuero negro que decoraba su estudio, dejando escapar un suspiro cansado, apenas era medianoche y sin embargo se sentía agotado, como si hubiera pasado días enteros sin dormir o alimentarse. Sus ojos, usualmente de un rojo intenso, ahora se veían apagados y enrojecidos por las lágrimas que había derramado. Odiaba mostrarse débil, pero en la soledad de su hogar no podía ocultar más su sufrimiento, volvía a ser presa de los remordimientos que lo atormentaban tras cada ataque de sed incontrolable.
Otra vida más que había terminado por su culpa, otra alma que había arrebatado en un ataque de frenesí alimentado por la desesperación. Se sentía como un monstruo, un ser despreciable que no merecía seguir existiendo. Y sin embargo, ahí estaba de nuevo, escondido en su hogar como el cobarde que era, incapaz de enfrentar las consecuencias de sus actos, incapaz de controlar la bestia dentro suyo. Solo, débil y hambriento, lo único que podía hacer era esperar a que la noche pasara para tratar de sobrevivir un día más.
Suspiró de nuevo, sintiéndose miserable. La sangre en sus manos nunca sería suficiente para saciar su sed, estaba condenado a una existencia de sufrimiento y soledad, atormentado por una condición que no comprendía. Sólo deseaba que todo terminara pronto y dejar de ser una amenaza para los demás.
Ojalá pudiera dormir y escapar, aunque fuera por unas horas de la pesadilla en la que se había convertido su existencia. Pero ni siquiera el cansancio podía vencer a la culpa y el remordimiento que lo carcomían por dentro.