‿︵‿︵ʚɞ『 La Mañana Siguiente 』

Incapaz de dormir, pasó la noche en vela, a su lado, mimando su cabello, su mejilla, su cuello y pecho, con caricias y suaves besos. Pasó la noche en vela cuidando de su descanso, confiando en sus palabras, pero incapaz de desenredar la maraña de emociones, nuevas y antiguas, que se implantó en su corazón al verle prisionero de aquel sueño tortuoso.

Permaneció a su lado, en la cama, hasta que amaneció, entonces insistió en llevarle al exterior, en brazos, envuelto en la manta de piel que tomó prestada del lecho.

Le llevó más allá del lago, entre los árboles, a casi un kilómetro de la cabaña, hasta un pequeño claro verde donde la nieve parecía negarse a llegar. Le sentó sobre la hierba, cientos y miles de trebolitos tiernos. Y se sentó a su lado. Le ofreció una frágil sonrisa temiendo estar equivocado tanto como confiaba en que, muy dentro de su amado hechicero, aún brillaba aunque más no fuera una chispa de aquella magia verde que le conectaba con la tierra y vida, pues, al verle despertar del trance del nigromante, sintió alivio y el mismo brío que sintió cuando le conoció harán veinte años atrás; la fuerza de la naturaleza vivía en él.
‿︵‿︵ʚɞ『 La Mañana Siguiente 』 Incapaz de dormir, pasó la noche en vela, a su lado, mimando su cabello, su mejilla, su cuello y pecho, con caricias y suaves besos. Pasó la noche en vela cuidando de su descanso, confiando en sus palabras, pero incapaz de desenredar la maraña de emociones, nuevas y antiguas, que se implantó en su corazón al verle prisionero de aquel sueño tortuoso. Permaneció a su lado, en la cama, hasta que amaneció, entonces insistió en llevarle al exterior, en brazos, envuelto en la manta de piel que tomó prestada del lecho. Le llevó más allá del lago, entre los árboles, a casi un kilómetro de la cabaña, hasta un pequeño claro verde donde la nieve parecía negarse a llegar. Le sentó sobre la hierba, cientos y miles de trebolitos tiernos. Y se sentó a su lado. Le ofreció una frágil sonrisa temiendo estar equivocado tanto como confiaba en que, muy dentro de su amado hechicero, aún brillaba aunque más no fuera una chispa de aquella magia verde que le conectaba con la tierra y vida, pues, al verle despertar del trance del nigromante, sintió alivio y el mismo brío que sintió cuando le conoció harán veinte años atrás; la fuerza de la naturaleza vivía en él.
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