Crónicas del Plano Fracturado transcurre en un multiverso donde los planos no son tierras separadas por océanos, sino dimensiones vivas que respiran ideología, emoción y magia. Cada reino representa una forma de entender el poder: algunos lo veneran como fuego, otros lo congelan en tiempo, otros lo devoran como vacío. Pero todos, sin excepción, han olvidado el equilibrio que alguna vez los unió. Ese equilibrio regresa en forma de un joven humano de apariencia adolescente, pero con una voluntad más antigua que los dioses. Su nombre es Argenis David González, aunque pocos lo pronuncian sin reverencia. Él no llega como conquistador. Llega como arquitecto. Su reino, Noctherion, no tiene ministros, ni cortesanos, ni burocracia. Tiene propósito. Tiene juicio. Tiene una hija que escribe constelaciones vivas en el cielo, y generales que encarnan los pecados y mandamientos como fuerzas simbólicas. El mundo observa su regreso con temor, admiración y confusión. Algunos reinos lo estudian. Otros lo imitan. Y unos pocos ya planean su destrucción. En el norte flota Frigoria, un imperio de hielo eterno donde el tiempo se congela y las decisiones se toman por sabios inmortales. Su arquitectura es cristalina, sus ejércitos son gólems de escarcha y dragones árticos. Ven el regreso del Señor Oscuro como una amenaza al orden térmico que han preservado por milenios. Al sur arde Pyrrh, un plano volcánico donde la guerra es religión y el fuego es dios. Su líder, Ignar, no tolera el equilibrio. Cree que el conflicto purifica, y que la paz es una enfermedad. Sus templarios ígneos entrenan en cráteres vivos, y sus rituales pueden incendiar conceptos, no solo ciudades. En el este se extiende Virelia, un imperio tribal gobernado por bestias inteligentes. Los Ursari, osos de guerra con conciencia táctica, y los Felinar, felinos mágicos que controlan el clima, han vivido en frágil armonía. Pero el regreso de Noctherion ha dividido sus lealtades. Algunos clanes quieren pactar. Otros temen perder su autonomía. La guerra civil se aproxima. Bajo la superficie, en un plano líquido donde la gravedad cambia según la emoción, habitan los Huecos. No tienen gobierno. No tienen forma fija. Son entidades conscientes que devoran conceptos, ciudades, recuerdos. Su hambre ha despertado con la presencia del Señor Oscuro. Quieren ser parte de él. O desaparecer. En el vacío entre planos flotan los Altos Elfos de Ael’Tharien, una civilización que abandonó la luz y la sombra para vivir en el silencio del tiempo. Su líder, Vaelion, ha detect la activación de Elira como constelación viva. No han atacado. Pero han comenzado a enviar sondas mágicas que violan las fronteras de Noctherion. Están observando. Están calculando. Y en el centro de todo, como un corazón que late sin ruido, está Noctherion. El reino del juicio silencioso. Su capital, Umbra Magna, está construida con obsidiana viva y madera encantada. Las torres no se elevan… flotan. Las salas no se iluminan… respiran. El castillo del Señor Oscuro, Fortaleza del Juicio, contiene la Cámara de la Penumbra, donde se decide el destino de los planos, y la Torre de Elira, donde las estrellas se alinean según su voluntad. Noctherion no tiene ministros. Tiene pecados y mandamientos. Cada uno representa una parte del alma del Señor Oscuro: Thamuz, la ira táctica; Dyrroth, la soberbia estratégica; Lucifer, el juicio universal; Hanzo, el silencio letal; Orgullo, el reflejo simbólico; Envidia, la manipulación profética; Avaricia, la expansión económica; Lujuria, la tentación diplomática; Pereza, el dominio del tiempo; Gula, la absorción conceptual. Elira, su hija, no es una princesa. Es una constelación viva. Es la heredera del equilibrio. Algunos la ven como esperanza. Otros como anomalía. Pero todos saben que su existencia cambiará el curso de los mundos. Este es el mundo antes de la Guerra Santa. Un mundo que respira tensión, profecía y posibilidad. Un mundo que no necesita héroes… necesita juicio. ¿Quieres formar parte de él?
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