30 de diciembre. La paz elegante de la Mansión Park aquella tarde se quebró con la urgencia de una llamada que no podía ignorar. Un Clan enemigo había decidido cruzar una línea que jamás debió tocar… y había territorios, nombres y poder que defender. No había tiempo que perder. El jet privado la esperaba. Soo-min se acercó a Min-ji, tomándole el rostro entre las manos con suavidad casi reverente. La besó lento primero… y después con esa pasión peligrosa que solo ella sabía despertar.

—Debo irme amor… —susurró con voz baja, firme pero cargada de ternura

—. Hay alguien que necesita que le recuerden su lugar de inmediato y no lo puedo delegar. Pero te prometo que mañana estaré aquí. Sana y salva. Como mucho, por la tarde.

Sus dedos descendieron por su mejilla, acariciando el mentón, el cuello… grabándola en su memoria antes de partir. Otro beso, más intenso, más posesivo, selló la despedida.

—Prepárate para recibirme —murmuró con esa sonrisa felina suya

—. Porque cuando vuelva, voy a recompensarte como mereces. Vamos a celebrar el fin de año juntas… y todo lo que esta guerra me quite, tú me lo devolverás en paz, calor… y piel.

Se alejó despacio, sin romper la mirada hasta el último segundo. Luego fue la líder otra vez. La reina del Tigre Blanco caminando hacia su jet privado, hacia la guerra.

Pero esa noche, incluso volando hacia el peligro… el único lugar al que pertenecía su corazón seguía siendo el regazo cálido donde la esperaban.