El cielo de la universidad se teñía de un tono rosado y dorado cuando las luces del edificio principal se encendieron, una a una, como si respondieran a una coreografía meticulosamente ensayada. En el centro del campus, el majestuoso caserón blanco de columnas corintias destacaba por encima de todo: la mansión GIAW, hogar de la fraternidad más exclusiva, misteriosa y temida de toda la universidad — God Is a Woman.

 

Nadie ignoraba su existencia. Era imposible.

 

Cada una de sus integrantes parecía flotar por los pasillos: impecables, altivas, con una seguridad casi mística. Las “Goddesses”, como se autodenominaban, no solo eran las más admiradas y envidiadas, sino también las más odiadas en secreto.

 

A las siete en punto, la ceremonia de presentación comenzó. El aire olía a perfume caro, a champagne y a rosas blancas. Las aspirantes —un grupo de jóvenes nerviosas vestidas de beige— esperaban en fila frente a la puerta principal. Sobre la entrada, colgaba un cartel luminoso con letras doradas que brillaban como una sentencia divina:

 

[GIAW – God Is a Woman

“No naciste para ser una más. Naciste para ser recordada.”]

 

Cuando las puertas se abrieron, un silencio reverente invadió el lugar. Desde el interior se escuchaba una pista de Lana Del Rey, mezclada con el suave zumbido de tacones sobre mármol. Las líderes de la fraternidad descendieron las escaleras como si bajaran de un altar. Al frente, Katherine Hamilton, la siguiente presidenta, vestida de blanco puro y con un lazo dorado al cuello. Su sonrisa era dulce, pero su mirada podía quebrar voluntades.

 

—Bienvenidas al templo —anunció con voz pausada, cada palabra medida como una bendición y una amenaza a la vez—. A partir de hoy, solo una parte de ustedes descubrirá lo que significa ser una de nosotras.

 

Las reglas se revelaron una por una, escritas en un libro encuadernado en terciopelo negro, con el símbolo de GIAW grabado en oro: una corona sostenida por manos femeninas y laureles.

 

Regla N°1: La perfección no es una meta, es una obligación.

Cada integrante debía mantener una imagen impecable: postura, sonrisa, reputación. “Ser una Goddess significa que el resto del mundo debe sentirse inferior sin que tú digas una sola palabra.”

 

Regla N°2: Nunca te rebajes por amor.

Las relaciones estaban permitidas, pero no las debilidades. Si un hombre rompía tu corazón, él debía ser quien llorara después.

 

Regla N°3: La hermandad está por encima de todo.

No existían amigas, solo hermanas. Quien traicionara la lealtad del grupo sería expulsada sin piedad.

 

Regla N°4: El secreto de GIAW muere contigo.

Nada de lo que se dijera, hiciera o revelara dentro de la casa podía salir al exterior. Quien hablara, desaparecería socialmente.

 

Regla N°5: No todas son elegidas por Diosa. Algunas simplemente se creen una.

Solo las mejores, las más bellas, las más brillantes y las más manipuladoras sobrevivían al proceso de selección.

 

 

 

Tras leer las reglas, Katherine sonrió con falsa amabilidad.

 

—Aquí no buscamos chicas buenas. Buscamos mujeres inolvidables —dijo, mientras levantaba una copa de cristal.

 

Las demás integrantes imitaron el gesto, coreando con perfecta sincronía:

 

—God is a woman. And she’s watching.

 

El eco de sus voces llenó la sala, y las luces bajaron hasta que solo quedaron iluminadas las candidatas.